Rumor absurdo, silencio inexplicable
¿Quién o quiénes, de dentro o de fuera, están interesados, cobardemente, en erosionar las instituciones nacionales a costa de un pueblo que ha hecho del sacrificio una profesión de fe?
¿Por qué —aprovechando la evidente desventaja anímica profundizada por las frustraciones— se insiste en el rumor malintencionado que lastima la conciencia y paraliza propósitos y acciones?
Pero sobre todo, ¿qué nos pasa a los mexicanos que optamos por callar ante la evidente agresión, a contestar en todos los tonos, pero sobre todo en el tono de la dignidad?
En este caso, los falsos rumores mediáticos no son solamente la agresión a una persona o a una opción política a quien se le asesta por la espalda el golpe infame que tiende a destruir honra y prestigio. Son el caso y el desarrollo de un pueblo. Y si a todos nos afecta la perversión de la maledicencia ¿dónde están los partidos políticos y las organizaciones civiles, religiosas, educativas y los poderosos sindicatos y grupos empresariales? ¿Acaso están detrás de todo esto?
¿Dónde está la voz airada de quienes protestan con el dramatismo y la heroicidad de actores trasnochados porque vuela la mosca o amanece más temprano?
Un silencio, que puede ser de estupor, de ingenuidad o de simple complicidad, flota en el ambiente mexicano. Mientras tanto los buitres financieros, en el festín de la carroña especulativa, hacen de las suyas otra vez —como tantas otras repeticiones funestas— provocando problemas en la bolsa de valores y controlando el precio de la moneda estadounidense.
Por supuesto que ello representa un golpe artero a la enflaquecida cartera de quienes menos tienen, que en este país son muchos. Y lo más grave de todo es que —a pesar de su repetición— seguimos sin aprender la lección dolorosa. ¿Qué hará falta para que de una buena vez —pueblo y gobierno— nos atrevamos a decidir el mundo y el destino que queremos para México?
Alguien —con esa luminosa sabiduría surgida de la entraña popular— advirtió a los cuatro vientos, para que se oyera: ¡con el hambre no se juega! Y estamos a tiempo… todavía. Esto ocurre ahora que las democracias de cada institución política deciden o inventan rumores falaces.
Un silencio, que puede ser de estupor, de ingenuidad o de simple complicidad, flota en el ambiente mexicano.