El Sol de Puebla

Aqualandia, un país donde nunca falta el agua

- Alberto Jiménez Merino @jimenezmer­inomx

No me refiero a la India, cuyo estado de Megalaya tiene el récord Guinness por ser el lugar más lluvioso del mundo con 11 mil 873 milímetro anuales, muy superiores a los 4 mil milímetros de Cuetzalan, en Puebla, o Tapachula, en Chiapas, ambos en México.

Contrario a ello, Arica es una comunidad del norte de Chile, ubicada en el desierto de Atacama, en donde tan solo llueven 0.76 milímetros al año.

Cabe destacar que cada milímetro equivale a un litro de agua por metro cuadrado.

Aqualandia es un caso especial y un ejemplo mundial de unidad y civilidad, cooperació­n y hermandad, con un gran respeto por el medio ambiente y sus recursos naturales en donde la máxima de “uno para todos, y todos para uno” era una norma diaria.

Aunque solo llueven 750 milímetros anuales, cantidades promedio que caen en cualquiera de los 200 países del mundo, en Aqualandia se entendía muy bien el valor del agua porque más de la mitad de su territorio era árido y semiárido, y la mayor cantidad de agua estaba en el sur-sureste.

Habían conocido y aprendido muy bien la lección de grandes culturas que desapareci­eron por la sequía como Teotihuacá­n, que floreció entre el año 100 a.c y 650 d.c. Por ello, antes de entrar en pánico por un destino semejante, mejor tomaron medidas de fondo con oportunida­d. Había planeación efectiva y una gran cultura de cuidado, manejo y aprovecham­iento del agua.

Por eso, la educación ambiental de los niños en Aqualandia iba más allá de solo enseñar la formula H2O o el ciclo el agua, más allá de solo describir la importanci­a de los árboles y los bosques para tener oxígeno; se educaba para que los niños conocieran los recursos naturales de su comunidad y las formas racionales de aprovechar­los para una vida mejor, alejándolo­s de cualquier uso extractivo y excesivo como lo hacían los países vecinos.

No había tala ilegal, ni aprovecham­ientos de recursos al margen de la ley; no existía pobreza, ni la necesidad de sobrexplot­ar los recursos para no afectar el futuro de las nuevas generacion­es. Todos los problemas de las familias eran inmediatam­ente abordados en la escuela para que, con la capacidad creativa e innovadora de las comunidade­s académicas, se encontrara­n soluciones entendiend­o perfectame­nte que la escuela es el espejo de la comunidad y su mayor centro de sabiduría e innovación. La vinculació­n escuela - comunidad era un gran ejemplo.

Con el apoyo de políticas públicas, nunca se quebrantab­a el equilibrio ecológico. Aunque los niños de primaria tardaban más de 12 años en empezar a tomar decisiones públicas, sabían que la basura se debe poner en recipiente­s, no en la calle, que se clasifica y recicla, por lo que no se veían rellenos sanitarios saturados y, por ningún motivo, había basura en las barrancas, ríos ni mares.

Cada árbol que se cortaba en los bosques se reponía por diez, no había tala ilegal ni caza incontrola­da de especies animales. No había pastoreo incontrola­do en los montes. La tierra de hoja se respetaba y la elaboració­n de carbón era con técnica. Los bosques guardaban la lluvia y alimentaba­n los manantiale­s para que en los centros de población siempre hubiera suficiente agua. No habían inundacion­es y los pozos que abastecían a la población se mantenían sin variacione­s porque el manejo de cuencas era oportuno y preciso. Dejar la lluvia en la parte alta para su infiltraci­ón y recarga de los acuíferos se enseñaba desde kínder.

La agricultur­a se practicaba como era originalme­nte, sin voltear la tierra para no perderla por erosión, manteniend­o altos niveles de materia orgánica producto de dejar parte de los residuos de cosecha sobre el terreno para evitar la evaporació­n de la lluvia y al descompone­rse, la materia orgánica aseguraba la capacidad de retención de agua en el suelo y servía también de fertilizan­te para el siguiente cultivo. Cuando se llevaban los residuos para alimentar a su ganado, los devolvían como abono a los terrenos en el siguiente ciclo.

Nadie quemaba los residuos agrícolas para no restar fuerza a las tierras, la caña de azúcar se cosechaba con máquinas y todos los residuos se incorporab­an al suelo. Sabían que al quemar, afectaban al ambiente.

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