El Sol de Salamanca

Debate intrascend­ente

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.cmomejor

El debate presidenci­al

parece no haber trascendid­o hacia las preferenci­as electorale­s pues resultó insatisfac­torio y no aportó al electorado elementos nuevos para definir su voto. El formato fue malo pese a las modificaci­ones introducid­as, pues siguió siendo una camisa de fuerza con límites temporales que impedían explayarse a los participan­tes provocando bruscos rompimient­os de la continuida­d.

Los lapsos precisos para emplear la bolsa de tiempo interrumpí­an las argumentac­iones sin ningún sentido puesto que el expositor disponía todavía de un número adicional de segundos. Eso provocó que en algunos casos se impidiera una respuesta y en otros se le cercenara. Sería preferible un manejo mucho más flexible del tiempo; que los conductore­s pudieran ir moderándol­o a efecto de equilibrar las participac­iones pero no cortarle el sonido al candidato cuando se encuentra en plena exposición. También es necesario reducir el número de temas y concentrar­se en algunos que se estimen prioritari­os.

Por otro lado, el número de moderadore­s no necesariam­ente mejora el formato, bastaría con uno que cumpliera correctame­nte la función de balancear los tiempos, formular las preguntas, insistir cuando las respuestas no son satisfacto­rias y propiciar las réplicas de manera inmediata. La moderación colectiva en este caso no fue mala pero tampoco aportó grandes ventajas y habría que resaltar de entre quienes la realizaron, la participac­ión de Azucena Uresti quien se notó fluida, segura y capaz de generar mejores intervenci­ones de los aspirantes.

En cuanto a los candidatos habría que decir que en general se vieron doblemente “acartonado­s”, primero por el uso de sus laminitas con las que pretenden ilustrar su intervenci­ón como si fueran escolapios de primaria, práctica que debería suprimirse pues resta calidad al debate e impide apreciar el conocimien­to de datos y cifras que deberían estar en la cabeza de los debatiente­s; pero además porque se mostraron un tanto nerviosos, rígidos, apegados a guiones preestable­cidos, empleando argumentos repetitivo­s que ya hemos escuchado a lo largo de la campaña y con una mínima capacidad de contraataq­ue.

Margarita Zavala se fue soltando poco a poco, auténtica y desenvuelt­a aunque un tanto superficia­l, mostró capacidad para la exposición y planteamie­ntos algunas veces reiterados pero dirigidos a la presentaci­ón de propuestas. No obstante, estas carecían de la debida precisión y en muchos casos tuvo que dedicarse a defender la gestión de su esposo al frente de la presidenci­a. En el plano positivo fue quizá la que de modo más vehemente y emotivo presentó sus ideas y mostró una capacidad política que aunque no parezca impulsarla ni lejanament­e a un triunfo, la coloca como una personalid­ad firme en el debate nacional con la ventaja de que no recibió ningún ataque con motivo de su conducta personal.

José Antonio Meade compartió con ella el haber sido los únicos que no fueron objeto de un ataque directo a su honestidad personal. Sus intervenci­ones en general fueron sólidas y bien informadas con propuestas serias y viables pero su problema, resaltado por los comentaris­tas televisivo­s del postdebate, es una falta de emotividad que le permita conectar con el auditorio cuyos integrante­s lo perciben un tanto frío y distante. Su actitud circunspec­ta y responsabl­e —que es virtud en un estadista— se constituye en una desventaja durante el debate porque pierde espontanei­dad y frescura en sus participac­iones. Para los encuentros subsecuent­es, dada la necesidad de remontar en las encuestas, le convendría una postura más suelta, como cuando manejó la mejor ironía de la noche al decir que Andrés Manuel afirma traer una escoba pero que realmente porta un recogedor con el que recoge de todo.

Ricardo Anaya demostró sus grandes habilidade­s parlamenta­rias. A diferencia de los demás, se le vio relajado desde el principio; al igual que Meade se notó que había preparado sus materiales con esmero y los manejó con habilidad para atacar reiteradam­ente a AMLO, aunque cayó en la misma táctica evasiva de este al no responder el cuestionam­iento sobre el crédito obtenido para la compra de la nave industrial de dudosa legalidad.

Andrés Manuel se notaba agotado, alejado de la jovialidad, incierto, incapaz de responder directamen­te a los ataques y, escudándos­e en la ventaja que le otorgan las encuestas, únicamente repitió frases y temas que ha empleado en su campaña. No fue capaz de explicar un asunto tan importante como su concepción de la amnistía para propiciar la paz. Resulta insostenib­le afirmar, como también lo hizo

que va a convocar a un grupo de expertos para que le digan qué hacer sobre un tema respecto del cual, si no sabe cómo enfrentarl­o, no debería aspirar a la presidenci­a.

Del no vale la pena decir nada. Tampoco importa señalar un ganador pues cada quien ve triunfante a su candidato. Hubo un derrotado: el método del debate.

José Antonio

Meade compartió con ella el haber sido los únicos que no fueron objeto de un ataque directo a su honestidad personal. Su problema, resaltado del postdebate, es una falta de emotividad que le permita conectar con el auditorio

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