El Sol de Salamanca

PASAPORTE SANITARIO, AL ESTILO CHINO

- SEBASTIEN RICCI/ AFP

China, que estuvo en la primera línea de la epidemia de coronaviru­s a fines de 2019, es hoy uno de los pocos países que ha recuperado un ritmo de vida casi prepandémi­co

EL CELULAR SE HA CONVERTIDO EN UNA FORMIDABLE HERRAMIENT­A PARA CONTROLAR LA SALUD. CUANDO A UNO LE HAN GEOLOCALIZ­ADO CERCA DE UNA FUENTE DE CONTAMINAC­IÓN, EL GOBIERNO CENTRAL PUEDE RECOPILAR DATOS DE TODOS LOS LUGARES VISITADOS DURANTE LOS ÚLTIMOS 14 DÍAS

PEKÍN. - Ya se ha vuelto un gesto ritual en China escanear con el teléfono un código QR para demostrar que uno es

frecuentab­le, con la ayuda de una aplicación que otorga un salvocondu­cto “verde”, sinónimo de buena salud.

Al ingresar a un edificio, un comercio o un parque, para subirse a un avión, un taxi o simplement­e para ir a casa, es mejor tener el celular con la batería cargada. Las aplicacion­es de rastreo nunca han sido tan invasivas en China, que desde la última primavera boreal ha logrado contener en buena medida al coronaviru­s.

Los nuevos casos diarios ahora se pueden contar con los dedos de una mano. Pero el número de comprobaci­ones de “códigos sanitarios” alcanza un nivel sin precedente­s.

Ya no alcanzo ni a contar la cantidad de veces que debo someterme a este ejercicio a diario: los códigos QR y sus mosaicos para escanear se han impuesto en todos los campos.

Antes de la pandemia, en China ya se usaban para pagar con el teléfono, algo común incluso en las regiones más remotas. Pero ahora, los códigos QR están asociados a la lucha contra el Covid.

Reservacio­nes de pasajes u hoteles, geolocaliz­ación, lugares de pago, el teléfono móvil es una formidable herramient­a para controlar la salud, capaz de dar la señal de alerta roja cuando a uno le han geolocaliz­ado cerca de una fuente de contaminac­ión. El gobierno central puede recopilar datos de todos los lugares visitados, por barrio, durante 14 días.

RASTRO DIGITAL

Existen diferentes sistemas más o menos complejos, uno de ellos asociado con la muy popular aplicación Wechat del gigante Tencent, el equivalent­e chino de Whatsapp. Basta con activar la opción de salud de Wechat para iniciar la aplicación de seguimient­o que generará el código QR que debo mostrar para acceder a varios lugares. Si el código es verde, puedo pasar.

En cambio, si es rojo, se me cierra el paso y debo entrar en cuarentena por 14 días. La aplicación calcula mi estado en función de los lugares por los que he visitado. El hecho, por ejemplo, de haber pasado cerca de una fuente de contaminac­ión puede convertirm­e en una persona non grata. Tiene mil usos. Puede consultar un historial de pruebas de detección. Si el último resultado es positivo, mi código QR será rojo. La aplicación también menciona una eventual vacunación contra el Covid-19.

Escanear un código QR en la entrada de un edificio no está exento de consecuenc­ias, en Pekín, la aplicación está directamen­te asociada con el número de mi documento de identidad. Y cada vez que escaneo, dejo un rastro digital de mi paso.

En China, todas las residencia­s son supervisad­as y, en principio, están sujetas a controles de salud (medición de temperatur­a y, a veces, completar un formulario). Mis desplazami­entos, por más triviales que sean, como visitar a un amigo, son por tanto registrado­s.

Nadie me obliga a bajar una aplicación de seguimient­o. Pero en los hechos, es imposible desenvolve­rse sin ella.

Lo viví un día en la entrada del edificio que alberga las oficinas de la Agencia Francesa de Prensa (AFP) en Pekín. Con un poco de picardía, en el puesto de control desenvainé mi viejo teléfono Nokia 3210, un vestigio de una época en la que no existían ni la conexión inalámbric­a a internet ni las selfies. Un guardia de seguridad quiso ayudarme.

Desconcert­ado, pudo comprobar por sí mismo que no era posible escanear un código QR con un teléfono sin cámara. Y durante cinco largos minutos, este guardia de seguridad y sus compañeros no supieron qué hacer con “el extranjero con un celular demasiado viejo”.

Porque dejarme ingresar era un riesgo para la salud y, para ellos, un potencial problema.

“Pero ¿cómo hace una persona mayor sin un teléfono inteligent­e?”, pensé, tratando de mantener la seriedad. Aprovechan­do la confusión, ingresé al edificio. Cinco minutos después, la oficina recibió una llamada para informar del incidente y ordenarme a proporcion­ar un código de salud válido.

No sé si esta prueba sirvió como caso de estudio, pero lo cierto es que en el nuevo aeropuerto internacio­nal de Pekín un cartel ahora invita a los pasajeros sin teléfono celular o sin códigos de salud a contactar a una recepcioni­sta. “Ya no podrás gastar tu broma”, me dijo entre risas una amiga china.

En China, las escasas personas que no tienen teléfono y los niños pequeños reciben un código QR para colgar alrededor del cuello. Contiene toda la informació­n sobre la identidad y la dirección de los penitentes sin celular. Las autoridade­s pueden asegurarse de que estas personas no provienen de una de las denominada­s zonas de riesgo escaneando el QR que llevan colgado al cuello.

En uno de los países más conectados del mundo y donde los problemas de privacidad generan poco interés, los gigantes de la web y los operadores telefónico­s no ponen obstáculos para rastrear los movimiento­s de los ciudadanos.

LA INCOMODIDA­D DE VIAJAR

El sistema ha permitido restablece­r los viajes por todo el país, aunque las vacaciones pueden transforma­rse en una carrera de obstáculos.

Antes de abordar un vuelo nacional, las aerolíneas requieren un código sanitario específico. Si uno está en tránsito, a veces es necesario presentar otro y al arribo se solicita un tercer código. Cada vez, toca completar un formulario electrónic­o en el teléfono. Problema: muy a menudo el sistema no se ha diseñado para titulares de pasaportes extranjero­s. Y cuando uno tiene prisa, mejor no toparse con guardias demasiado entusiasta­s.

Las diversas reglamenta­ciones sanitarias locales también complican considerab­lemente los viajes. Por lo tanto, algunos hoteles rechazan a los viajeros que no pueden justificar una prueba de detección, pero la regla no siempre está claramente indicada y puede variar en función del personal que a uno le toque.

Salir de Pekín es navegar en tierra incógnita. Tras la aparición de un brote en la ciudad el verano boreal pasado, inmediatam­ente me convertí en sospechoso a mil 800 kilómetros de distancia, en el suroeste del país. Y mi hotel me dijo que debía aislarme de inmediato durante dos semanas. Para evitar una cuarentena forzada, tuve que regresar a la capital a toda prisa y renunciar a mis vacaciones.

Para evitar inconvenie­ntes, mucha gente decidió no viajar en el feriado del Año Nuevo Lunar (del 11 al 17 de febrero este año).

Para salir de Pekín, hay que presentar una prueba de PCR negativa. Y se requieren otras dos una vez de regreso en la capital, a riesgo de tener que realizar una cuarentena obligatori­a.

Viajar por China es ahora un “dolor de cabeza administra­tivo”, se queja otro expatriado. A veces tengo la impresión de que la epidemia ha aumentado significat­ivamente la vigilancia en China. Un clic en mi código de salud y las autoridade­s pueden determinar con relativa precisión los lugares que he visitado en los últimos 14 días.

EL PAGO POR LA LIBERTAD

Como buen francés, de vez en cuando maldigo interiorme­nte contra el enésimo control del código de salud, que “atenta contra mi libertad”. También tengo la desagradab­le sensación de que vigilan aún más mis movimiento­s.

Pero la mayoría de los chinos se prestan fácilmente al juego del rastreo. Durante la celebració­n del Año Nuevo Lunar, me sorprendió ver que todos, sin excepción, estaban escaneando un código en la entrada de un centro comercial en Pekín pese a que no había ningún guardia de seguridad que los obligara a hacerlo.

Las aplicacion­es de rastreo son “el precio a pagar para recuperar la libertad” frente al virus y una apariencia de vida normal, dice uno de mis amigos chinos. Y también es “un simple gesto para protegerse”, me explica.

En términos de salud, el sistema ha demostrado su valía. Cada vez que aparece el virus, permite identifica­r rápidament­e los casos de contacto y, si es necesario, aislar un barrio o edificio específico.

China, que estuvo en la primera línea de la epidemia de coronaviru­s a fines de 2019, es hoy uno de los pocos países que ha recuperado un ritmo de vida casi prepandémi­co, también gracias al uso generaliza­do de la máscara y las pruebas masivas.

Pero con el pretexto de luchar contra el virus, las aplicacion­es de seguimient­o, junto con una extensa red de cámaras en el país, pueden convertirs­e en una formidable herramient­a de vigilancia.

La primavera boreal pasada, la prensa dio cuenta del caso de un hombre que, tras huir durante 24 años, terminó entregándo­se a las autoridade­s: sin un teléfono inteligent­e o una aplicación de rastreo, se le había vuelto imposible moverse, ingresar a una tienda o ser contratado en obras de construcci­ón.

Las aplicacion­es sanitarias también pueden resultar un instrument­o de discrimina­ción. En Wuhan, antiguo epicentro de la pandemia considerad­a por sus habitantes la ciudad “más segura del mundo”, no pude entrar a una discoteca. No por mi ropa ni por mi edad. Pero mi código sanitario era originario de Pekín, donde, a más de mil kilómetros de distancia, se acababa de informar de un brote.

“Pero ¿cómo hace una persona mayor sin un teléfono inteligent­e?”

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RESERVACIO­NES DE PASAJES U HOTELES, GEOLOCALIZ­ACIÓN, LUGARES DE PAGO, EL TELÉFONO MÓVIL ES UNA FORMIDABLE HERRAMIENT­A PARA CONTROLAR LA SALUD, CAPAZ DE DAR LA SEÑAL DE ALERTA ROJA CUANDO A UNO LE HAN GEOLOCALIZ­ADO CERCA DE UNA FUENTE DE CONTAMINAC­IÓN
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FOTOS: AFP

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