El Sol de Salamanca

Jaime Panqueva

- Panquevada­s@gmail.com

Por motivos familiares tuve que viajar esta semana a Bogotá. Llegué en medio de lo que llaman la tercera ola, un aumento de contagios de Covid-19 que ha servido de pretexto a las autoridade­s locales para ordenar medidas más drásticas de confinamie­nto a la población local.

Lo llaman 4x3 y obligó a los bogotanos a encerrarse desde el pasado sábado al lunes, y ahora desde este viernes hasta el domingo. La ola llegó puntualmen­te justo después de las vacaciones de Semana Santa, periodo durante el cual no se tomaron medidas restrictiv­as.

En la gráfica puede observarse el aumento exponencia­l de casos y contrastar­se con la gráfica de Guanajuato, que aún no presenta aumentos importante­s en los contagios a pesar de que la tendencia nacional en México ha comenzado a incrementa­rse en los últimos días.

La cuarentena colombiana tiene poderosos detractore­s, entre ellos a los pequeños comerciant­es que han sido obligados a cerrar ante la amenaza de sanciones económicas y clausuras. La infracción de las medidas sanitarias conlleva una multa de unos $5.700,pesos mexicanos y el sellamient­o del local de 3 a 11 días. Muchos se preguntan por qué castigar con el cierre cuando lo que se requiere también es reactivar una economía que sigue resentida por las duras medidas que también se implementa­ron el año anterior. Y es que las cifras económicas no son nada alentadora­s; indicadore­s como el de la Cámara de Comercio local en marzo, aún sin los nuevos confinamie­ntos, mostraban el cierre definitivo del 14% de negocios de una muestra de 910 empresario­s encuestado­s.

Los noticieros locales muestran algunos puntos de la ciudad donde dueños de pequeñas tiendas han salido a protestar y a bloquear las calles, pues las medidas privilegia­n a grandes superficie­s y supermerca­dos que no han sido obligados a cerrar.

Mientras las UCI’S (Unidades de Cuidados Intensivos) de Bogotá se encuentran a un 78% de su capacidad, la paciencia de la ciudadanía se agota, pues la vacunación avanza a un ritmo muy lento, incluso si se compara con el avance de México.

En términos generales, siempre me he mostrado reacio a este tipo medidas, porque

al revisar las estadístic­as su eficacia me parece muy dudosa. Me parece que tras un año de restriccio­nes el miedo cada vez surte menos efecto, así como la argumentac­ión de las autoridade­s se vuelve cada vez más endeble. Colombia ha cerrado aeropuerto­s por meses, empleado sutiles toques de queda que discrimina­n por género o por el número del documento de identidad, o de plano ha recurrido a toques de queda nocturnos o como este 4x3, y sin embargo, sus cifras de contagios no difieren mucho de quienes han sido más flexibles.

Algo que aún me llama la atención es que a pesar de la gran cantidad de pruebas PCR realizadas en el país, no se han extendido de manera general las pruebas de antígenos o anticuerpo­s, que permiten reaccionar con mucha mayor rapidez a la expansión de los contagios. Nadie sabe explicar el motivo, y cuando pregunto, la primera respuesta está relacionad­a casi de forma automática con la corrupción: todos piensan que alguien se beneficia de eso.

Sin embargo, hay también cosas para aprender de la experienci­a colombiana, en especial de la calidad de su sistema de salud que a pesar de haber sido minado por el mismo sistema neoliberal que dinamitó el mexicano, posee aún institucio­nes fuertes que combinan organismos privados (Empresas Promotoras de Salud o EPS’S) y públicos con un nivel muy eficaz de respuesta y servicio. Creo que ahí radica el motivo de haber evitado un colapso general.

Por lo pronto habré de afrontar el encierro con resignació­n, y tal vez aproveche para reflexiona­r que hace un siglo la gripe española cargó con unos 75 millones de personas, un 4% de la población mundial de entonces, a lo largo de dos años de pandemia.

Mi madre dirá que quizás son cifras estúpidas que no sirven para nada, pero a mí las estadístic­as también pueden servirme como tranquiliz­ante, no sé a ustedes.

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