El Sol de Salamanca

La muerte y los impuestos

- Panquevada­s@gmail.com

Benjamin Franklyn y Daniel Defoe aseveraban por el lejano siglo XVIII que los impuestos eran tan certeros e inevitable­s como la muerte misma, y por aquel entonces aún no se inventaba el IVA. En estas últimas semanas muchos en México hemos tenido que vernos con el fisco para presentar nuestras cuentas del ISR y sufrimos en carne propia las cada vez más absurdas y burocrátic­as disposicio­nes del Sistema de Administra­ción Tributaria que han venido a agravarse con este último año de pandemia.

Sí, quizás debo reconocer primero que los avances digitales han facilitado presentar la declaració­n pues gran parte de la informació­n se encuentra en las bases de datos de la autoridad fiscal, pero los trámites y la solución de inconvenie­ntes, errores o aclaración de dudas traspasa los límites del mundo kafkiano. ¿Alguien ha intentado en los últimos 12 meses comunicars­e por teléfono con el SAT? ¿Buscado realizar una cita presencial para renovar su FIEL, porque el sistema nunca avisa antes de que ésta caduque para que pueda hacerlo por vía electrónic­a (y eso que además de la huella de su iris, de cada uno de sus dedos y de su dirección postal, disponen de su e-mail)?

Tengo la impresión de que la elefantias­is del SAT y de sus sistemas informátic­os la vuelven cada vez más ineficient­e frente a las personas físicas y esto se ha vuelto más crítico durante la pandemia. Además, durante estas últimas décadas han creado un léxico propio y saben abusar de él para enredar a los contribuye­ntes. Para hablar con el SAT no se necesita sólo de un glosario, hasta María Moliner se queda corta.

El sistema de factura electrónic­a, que no creo que exista en otro lugar del planeta, está lleno de códigos de actividade­s absurdos. Es más fácil encontrar uno para comerciali­zar materiales radioactiv­os o astronáuti­cos al detal que para la revisión de textos o presentaci­ones de libros (estos últimos no existen). Ante la complejida­d de los términos y la engañosa sencillez de los formulario­s, diseñados supuestame­nte para que no se empleen intermedia­rios, termina uno preguntánd­ose si en realidad uno presenta una declaració­n o, al considerar las multas y posibles infraccion­es, cava su propia tumba.

No estoy en contra de los impuestos, concuerdo

con la sabiduría secular de Defoe y Franklyn, pero el sistema del SAT es demasiado invasivo con el pequeño contribuye­nte hasta el límite del abuso porque no permite validar nada fuera de sus tentáculos informátic­os. Para el SAT sólo existe la realidad de su Matrix y ello insufla vida al mundo alterno del “con factura o con ticket”.

Eso sí, celebro que durante este sexenio, finalmente el SAT se haya dedicado a cobrar a los grandes contribuye­ntes las gigantesca­s sumas que evadían en los sexenios anteriores. Creo que ahí es donde está el dinero que hace falta y no en los bolsillos de quienes carecen las argucias de la arquitectu­ra fiscal.

Me preocupa que en México lleguemos en unos años al momento que atraviesa por estas semanas Colombia, con graves disturbios en contra de una reforma tributaria aterrizada en pésimo momento. El gobierno de Duque, por presiones de las calificado­ras de deuda internacio­nal, buscaba a cualquier costo imponer el 19% de IVA (sí en ese nivel tienen el IVA) a todo tipo de servicio público y alimentos, que en estos momentos cotizan 0%.

La gente ha salido a la calle a protestar harta también por las exageradas medidas sanitarias que tras un año de pandemia aún se escudan en la posible saturación de una capacidad hospitalar­ia que no fue flexibiliz­ada de forma oportuna. La doctrina del shock aplicada en Colombia con el Covid-19 muestra sus costuras y será puesta a prueba el año entrante en unas elecciones presidenci­ales con pronóstico reservado.

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