Santo Evangelio según San Mateo: 8,18-22
En aquel tiempo, al ver Jesús que la multitud lo rodeaba, les ordenó a sus discípulos que cruzaran el lago hacia la orilla de enfrente.
En ese momento se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza”.
Otro discípulo le dijo: “Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Tú sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos”. Palabra del Señor. T. Gloria a ti, Señor Jesús.
UNA SITUACIÓN SIN SALIDA
La conexión entre el delito cometido por el pueblo de Israel y el castigo decretado por Dios está sustentada de manera insuperable. El profeta da una mirada al pasado y recuerda una lista de intervenciones favorables de Dios en provecho de su pueblo: el éxodo, la asistencia en el desierto, la entrega de la tierra y el envío de los profetas. Todas esas atenciones produjeron una lista obscena de injusticias: venta de esclavos, acoso sexual, fraude, explotación, relaciones incestuosas, etc. Los cuidados divinos resultaron estériles, por lo cual el castigo fue inevitable. Dios triturará a su pueblo como un rodillo aplasta con su enorme peso a las gavillas. Dos estructuras ternarias ratifican la total imposibilidad de salvación. Si no escaparán los mejores, mucho menos podrán hacerlo los más torpes. La argumentación del profeta quiere mostrar una sola certeza: la injusticia social es detestable a los ojos de Dios.