FINALMENTE TENDREMOS ÉXITO
“Si una vida late por mi causa; y tendí la mano a quien lo necesitó, entonces tuve éxito…” E. Dickinson
Quizá en éste tan prometedor tercer milenio, los hombres habremos obtenido finalmente el éxito que tanto hemos soñado.
Dentro de algunas décadas, si no es que antes, tendremos tanta competitividad, productividad y eficiencia, que la administración por resultados, el control esta-dístico de calidad, todos los ISOS posibles y la certificación como empresa altamente rentable ya la par socialmente responsable, serán metas ya obsoletas y habremos descubierto otras a través de la anhelada inteligencia artificial.
De nuestras universidades, ya sin aulas anticuadas como antaño y ya sin maestros que habrán sido sustituidos por robots, egresarán nuevos modelos de profesionistas, se suplirán las carreras ya en desuso por los nuevos desarrolladores de tecnología, incluidas áreas que antes no existían, para puestos que no habían sido creados aún y los modelos de profesionales serán diferentes a los de antaño, que sorprenderán a todos con sus innovaciones, como la sustitución de empleos por máquinas inteligentes, automóviles autónomos y programación remota. Y las formas de emprendimiento serán distintas, se privilegiará la creatividad y habrá más espacios para disfrutar del sentido del logro, por lo cual la felicidad estará al alcance de nuestras manos.
Los mercados serán realmente libres; se acabará el tormento de ir al banco o al mercado; en lugar de medios impresos anticuados tendremos en nuestros brazos toda la información que necesitemos y el libre flujo de mercaderías no tendrá barreras ni muros; los medios de comunicación habrán sido sobrepasados, así como las antes celebradas redes sociales y la globalización será finalmente realidad por la automatización y la virtualidad; el poder estará en la velocidad con la que seamos capaces de producir nuevos modelos de tecnología superdigital y todo lo posible será ofertado por el hombre sin traba alguna y el ser humano estará dispuesto para disfrutar de la comodidad y el confort que merece. Y su lucha por vivir en el confort, finalmente terminará.
Quizá en el ya iniciado tercer milenio todo el conocimiento humano estará en el cerebro y no en la obsoleta nube y ésta será un juego de niños y los juegos que realmente aprenderán los niños serán las peleas de robots, el soñado viaje a Marte, porque el iphone 10 y la lap top serán solo basura tecnológica y él único modo de vivir de entonces será el intercambio a través de máquinas que se parecerán a nosotros, hablarán como nosotros y el reemplazo definitivo del ser humano será una realidad inevitable.
Pero quizá para entonces también el hombre se habrá perdido de la misma manera entre los intrincados dédalos de su propia búsqueda personal. Quizá pueda elegir hablar y entenderse con una máquina, pero no sabrá como entenderse a sí mismo; quizá el desmedido empeño por la virtualidad suponga el abandono de la propia familia; la ansiada tecnologia sea la hipoteca de la propia herencia cultural; la plática con los hijos y con los amigos, un lujo inútil y poco redituable; la solidaridad sea una tontería y los valores serán sólo estadísticas. Quizá entonces la técnica y el progreso acaben con la inspiración y la fantasía; el amor termine siendo sólo virtual; la religión sea un opio despreciable, la honestidad un impedimento para la cultura y el desarrollo y la compañía de las demás personas se convierta en un contrato temporal de responsabilidad limitada, suplida por otros artificios inventados para evitar los compromisos indeseables y a largo plazo.
Quizá el hombre en esa época habrá finalmente conseguido el éxito. Pero quizá también se dé cuenta del costo de ese éxito. Verá que el reluciente y dorado mundo que construyó no satisface sino una parte de él. Que la tecnología no lo es todo, si sigue habiendo quien carece de lo necesario; que el amor es el motor real de la vida y no sólo el confort; que el conocimiento sirve sólo si sirve a otros también; que el crecer no supone dañar a los otros ni a la naturaleza, ya que por ser nosotros parte de ella, al atacarla nos atacamos a nosotros mismos y que al desplazar la ternura, el cuidado y la poesía (un amigo mío dijo una vez: ¿qué es un poeta al lado de la generación tecnológica 4.0?) sólo se estará privilegiando la parte oscura del hombre, con el sutil pretexto de que el progreso es y debe ser irrefrenable.
Pero quizá también el hombre de ahora, que ha emprendido esa loca carrera por lo fugaz, logre incorporar a sus ansias de progreso, aquello que puede redimirlo de ser simplemente un sol no trascendido y, peor aún, artificial. Quizá logre rescatar de su tiempo un poco de tiempo para sí mismo y para los suyos; de su magnífica habilidad y sabiduría un poco de solidaridad para con los demás, especialmente para con los menos privilegiados; de su brillante productividad, un espacio para producir también intangibles que le nutran el alma y de su esfuerzo descomunal por resolver sus problemas materiales, algo que sane, de igual forma, sus males espirituales. Y que piense que desear que una máquina hable como él, jamás podrá producir un afecto humano. Y no acabe pensando que será como ella un día.
El genial físico-teórico inglés Stephen Hawking afirma que el hombre ha creado, a través de la inteligencia artificial, armas tecnológicas tan poderosas que puede con ellas destruir su mundo cuando quiera. Pero aún no ha creado las que necesitará para salir huyendo del que dejó atrás ya destruido. Y ello pareciera ser una verdad indubitable.