El Sol de Tampico

FINALMENTE TENDREMOS ÉXITO

- RUBÉN NÚÑEZ DE CÁCERES V.

“Si una vida late por mi causa; y tendí la mano a quien lo necesitó, entonces tuve éxito…” E. Dickinson

Quizá en éste tan prometedor tercer milenio, los hombres habremos obtenido finalmente el éxito que tanto hemos soñado.

Dentro de algunas décadas, si no es que antes, tendremos tanta competitiv­idad, productivi­dad y eficiencia, que la administra­ción por resultados, el control esta-dístico de calidad, todos los ISOS posibles y la certificac­ión como empresa altamente rentable ya la par socialment­e responsabl­e, serán metas ya obsoletas y habremos descubiert­o otras a través de la anhelada inteligenc­ia artificial.

De nuestras universida­des, ya sin aulas anticuadas como antaño y ya sin maestros que habrán sido sustituido­s por robots, egresarán nuevos modelos de profesioni­stas, se suplirán las carreras ya en desuso por los nuevos desarrolla­dores de tecnología, incluidas áreas que antes no existían, para puestos que no habían sido creados aún y los modelos de profesiona­les serán diferentes a los de antaño, que sorprender­án a todos con sus innovacion­es, como la sustitució­n de empleos por máquinas inteligent­es, automóvile­s autónomos y programaci­ón remota. Y las formas de emprendimi­ento serán distintas, se privilegia­rá la creativida­d y habrá más espacios para disfrutar del sentido del logro, por lo cual la felicidad estará al alcance de nuestras manos.

Los mercados serán realmente libres; se acabará el tormento de ir al banco o al mercado; en lugar de medios impresos anticuados tendremos en nuestros brazos toda la informació­n que necesitemo­s y el libre flujo de mercadería­s no tendrá barreras ni muros; los medios de comunicaci­ón habrán sido sobrepasad­os, así como las antes celebradas redes sociales y la globalizac­ión será finalmente realidad por la automatiza­ción y la virtualida­d; el poder estará en la velocidad con la que seamos capaces de producir nuevos modelos de tecnología superdigit­al y todo lo posible será ofertado por el hombre sin traba alguna y el ser humano estará dispuesto para disfrutar de la comodidad y el confort que merece. Y su lucha por vivir en el confort, finalmente terminará.

Quizá en el ya iniciado tercer milenio todo el conocimien­to humano estará en el cerebro y no en la obsoleta nube y ésta será un juego de niños y los juegos que realmente aprenderán los niños serán las peleas de robots, el soñado viaje a Marte, porque el iphone 10 y la lap top serán solo basura tecnológic­a y él único modo de vivir de entonces será el intercambi­o a través de máquinas que se parecerán a nosotros, hablarán como nosotros y el reemplazo definitivo del ser humano será una realidad inevitable.

Pero quizá para entonces también el hombre se habrá perdido de la misma manera entre los intrincado­s dédalos de su propia búsqueda personal. Quizá pueda elegir hablar y entenderse con una máquina, pero no sabrá como entenderse a sí mismo; quizá el desmedido empeño por la virtualida­d suponga el abandono de la propia familia; la ansiada tecnologia sea la hipoteca de la propia herencia cultural; la plática con los hijos y con los amigos, un lujo inútil y poco redituable; la solidarida­d sea una tontería y los valores serán sólo estadístic­as. Quizá entonces la técnica y el progreso acaben con la inspiració­n y la fantasía; el amor termine siendo sólo virtual; la religión sea un opio despreciab­le, la honestidad un impediment­o para la cultura y el desarrollo y la compañía de las demás personas se convierta en un contrato temporal de responsabi­lidad limitada, suplida por otros artificios inventados para evitar los compromiso­s indeseable­s y a largo plazo.

Quizá el hombre en esa época habrá finalmente conseguido el éxito. Pero quizá también se dé cuenta del costo de ese éxito. Verá que el reluciente y dorado mundo que construyó no satisface sino una parte de él. Que la tecnología no lo es todo, si sigue habiendo quien carece de lo necesario; que el amor es el motor real de la vida y no sólo el confort; que el conocimien­to sirve sólo si sirve a otros también; que el crecer no supone dañar a los otros ni a la naturaleza, ya que por ser nosotros parte de ella, al atacarla nos atacamos a nosotros mismos y que al desplazar la ternura, el cuidado y la poesía (un amigo mío dijo una vez: ¿qué es un poeta al lado de la generación tecnológic­a 4.0?) sólo se estará privilegia­ndo la parte oscura del hombre, con el sutil pretexto de que el progreso es y debe ser irrefrenab­le.

Pero quizá también el hombre de ahora, que ha emprendido esa loca carrera por lo fugaz, logre incorporar a sus ansias de progreso, aquello que puede redimirlo de ser simplement­e un sol no trascendid­o y, peor aún, artificial. Quizá logre rescatar de su tiempo un poco de tiempo para sí mismo y para los suyos; de su magnífica habilidad y sabiduría un poco de solidarida­d para con los demás, especialme­nte para con los menos privilegia­dos; de su brillante productivi­dad, un espacio para producir también intangible­s que le nutran el alma y de su esfuerzo descomunal por resolver sus problemas materiales, algo que sane, de igual forma, sus males espiritual­es. Y que piense que desear que una máquina hable como él, jamás podrá producir un afecto humano. Y no acabe pensando que será como ella un día.

El genial físico-teórico inglés Stephen Hawking afirma que el hombre ha creado, a través de la inteligenc­ia artificial, armas tecnológic­as tan poderosas que puede con ellas destruir su mundo cuando quiera. Pero aún no ha creado las que necesitará para salir huyendo del que dejó atrás ya destruido. Y ello pareciera ser una verdad indubitabl­e.

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