Federico Ling Sanz
Muchas veces subestimamos el enorme poder que la personalización de los hechos tiene para nuestra vida.
¿Cuántas veces hemos escuchado la frase: “no es personal” o “no te lo tomes personalmente”? En mi opinión, casi diario. Cuando uno se queja de algo o de alguien por alguna razón, regularmente hay alguien que dice que el tema no es personal. Pero, ¿qué pasaría si lo fuera? Y, ¿si el caso fuese personal, qué? Pues nada, debemos aprender que en muchas ocasiones hay cosas que son personales. Creo que la diferencia enorme es que la otra persona no sabe que es personal para nosotros, y por ende, acaba mal. Una vez dicho lo anterior quiero traer a colación dos ejemplos para tratar de entender lo que pasa en Estados Unidos actualmente y porqué es un tema tan personal, para ellos y para nosotros. Comencemos por el principio.
Uno de los tópicos más discutidos y de mayor relevancia es la famosa interferencia de Rusia en el proceso electoral estadunidense. ¿Por qué razón sucedió eso? Más allá de la percepción que tienen los hechos en los estadounidenses (ya sea que lo crean o no), mejor pongámonos a pensar en lo que pasa por la mente del Presidente Ruso. ¿Qué hechos y fenómenos anteceden al momento que discutimos? ¿Qué pasó con Rusia y Estados Unidos antes de la elección? Quizá ya lo olvidamos, pero allí está por ejemplo el caso de Crimea y Ucrania. Todos sabemos que Rusia piensa que Crimea (y para este caso, Ucrania) son parte integral de sí misma y no le pareció en lo absoluto que el mundo (y quizá Estados Unidos) haya intervenido en contra de sus aspiraciones anexionistas. ¿Qué sucedió entonces? Rusia se lo tomó de manera personal (en especial su Presidente). ¿Cuál fue la medida a tal ofensa? La intervención directa (y personal) en el proceso electoral que desbancó al gobierno que le ofendió. ¿Fue un tema personal? Quizá no (probablemente no). La administración anterior en los Estados Unidos tomó una decisión de política exterior, más no de corte personal; pero fue leída exactamente de la manera contraria. Y la respuesta fue – desde su punto de vista – de igual magnitud y calibre: haciéndolo algo personal y metiéndose con algo que era impensable antes (su democracia y sus elecciones).
Si bien las cosas se salieron de control cuando se personalizó el asunto, la posibilidad de restablecer la colaboración parecería lejana y distante. Veamos entonces otro ejemplo de cuando las cosas se toman de manera personal y quien las provoca ni siquiera se da cuenta (muy a su pesar): los insultos del actual gobierno de Estados Unidos hacia México durante los últimos dos años. Si bien la cooperación nunca fluyó de un modo perfecto, era funcional y hasta cierto grado justificable. Todos sabíamos de la enorme asimetría en la cooperación (hasta cierto punto obligada en muchos aspectos), pero todos se hacían de la “vista gorda” porque era un trago que podían pasar sin demasiado problema. Pero no ahora, porque a pesar de que el gobierno de Estados Unidos y su Presidente diga que no es personal, el insulto a los mexicanos y a México es personalísimo. Hasta se oye ridículo que ellos mismos digan que no se dan cuenta de eso, cuando para nosotros es una obviedad absoluta. ¿Cuál será el desenlace? Quizá una respuesta – en el margen de nuestra competencia – igualmente personal. Y no es que yo esté de acuerdo en ello, porque no se trata de defender nuestra posición, sino nuestro interés, pero estoy tratando de hacer una comparación de cuando un problema se vuelve de índole personal sin que el agresor se dé por enterado, para luego preguntarse dónde y cuándo se malinterpretaron las cosas hasta llegar a ese nivel.
En conclusión, México y los mexicanos tenemos que aprender del caso de Rusia y ser todavía más inteligentes. Como digo, habrá que defender aquello en lo que tenemos nuestro interés, a pesar de lo difícil y personal que sea el asunto para nosotros. El simple hecho de darnos cuenta de esta dinámica perversa nos permite liberarnos de ella.