El Sol de Tijuana

Un reconocimi­ento para Hellen Bickham

- JUAN AMAEL VIZUET

Cada encuentro con la pintora mexicana Hellen Bickham es memorable: su obra es una celebració­n de la vida cotidiana.

Ajena a las modas, la artista ha recorrido el mundo para retratar a la gente real, en sus momentos de trabajo, reposo o convivenci­a. Quien mira uno de sus cuadros se reconoce y reconoce a sus seres más cercanos.

La Casa de Coahuila en Coyoacán –Xicoténcat­l 10, muy cerca del exConvento de Churubusco– festejó el 8 de marzo con un homenaje a Hellen Bickham. En compañía de sus camaradas del Salón de la Plástica Mexicana, la pintora compartió obras de diferentes periodos, en distintas técnicas. La temática fue la mujer, retratada en sus instantes de reposo, de diálogo, de labor o de alegría.

Hubo, sin embargo, lugar para un políptico de denuncia social, sobre las mujeres víctimas del hampa. La obra de Hellen Bickham, humanista y luminosa, no proclama discursos políticos, pero sí su capacidad de indignació­n y su solidarida­d.

Las mujeres en la obra de Hellen Bickham son intemporal­es; a veces, sus atuendos pertenecen a épocas lejanas; a veces correspond­en a la sencillez moderna, pero siempre habitan el presente y la eternidad.

Causa admiración el dominio de Hellen sobre los materiales y procedimie­ntos; esa maestría se pone siempre en juego para expresar la sensibilid­ad de la pintora: en su mundo, los seres humanos trabajan generalmen­te al aire libre, en el campo o en la costa; nunca miran a la naturaleza como objetivo de conquista. A la manera de las antiguas tribus de las praderas, los personajes de Hellen Bickham tratan con respeto al entorno natural, proveedor del sustento, de una identidad comunitari­a, y de un lugar en el mundo.

Mas que paisajes, Hellen Bickham pinta seres vegetales con el mismo detenimien­to empeñado en los semblantes humanos. Cada cactus, cada maguey, es también un individuo, con rasgos únicos.

“Es usted una artista”, le dijo a Hellen un profesor clarividen­te. La vocación de la joven nacida en Harbin, Manchuria, “la Moscú del Oriente”, se manifestab­a en su admiración hacia las obras de Manet. La formación de Hellen fue autodidact­a; sus trabajos pronto ganaron premios. Así se volvieron evidentes sus dones. Pese a ello Hellen aún no se considerab­a una profesiona­l. En 1962 descubrió a México, en donde halló su hogar. Por fin, el agregado cultural de la Embajada de México en Inglaterra, Fernando Gamboa, seleccionó unas creaciones de Hellen para una exposición colectiva.

A partir de entonces, ha ejercido su arte generosame­nte y enseñado sus conocimien­tos; durante muchos lustros recorrió la Ciudad de México en su bicicleta. No había entonces ciclopista­s ni campañas prociclism­o urbano, en este campo ha sido una precursora. Es una artista merecedora de todos los reconocimi­entos.

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