Lucha por la dignidad
LLa exclusión y el estigma son los grandes retos que en pleno siglo XXI enfrentan las personas que viven con obesidad en México. Aranza Sosa, joven de 22 años, estudiante de psicología y madre, nos brinda el testimonio de su vida con obesidad y su lucha por salir adelante, en una sociedad que sigue considerando como diferentes a las personas que viven con esta condición.
Originaria de Cuautla, Morelos, Aranza confiesa que tuvo una infancia feliz, porque no era consciente de su sobrepeso. “A partir de la adolescencia empecé a ser más consciente de la forma de mi cuerpo. En la secundaria todos me consideraban como una compañera divertida y chistosa, pero nadie quería ser mi pareja. Además, el uniforme de la escuela no me quedaba y no había tallas para mí. A partir de ese momento empezó el impacto negativo de estar ‘gordita’.”
La mamá de Aranza es médico y le propuso acudir con un especialista. “Yo era la que no quería hacerlo y encontré en la comida mi refugio. Asociaba a la comida con momentos felices, sobre todo con mi abuelita, a quien amaba mucho.”
Como universitaria, la vida de Aranza se complicó aún más porque era la única “gordita” de la generación. “Esta situación me puso frente a la necesidad de ser competitiva, una necesidad a la que te empuja la sociedad en la que vivimos. De acuerdo con los estereotipos, mi imagen en el espejo no cumplía con el ideal de belleza de los chicos. En las clases de educación física no podía correr como mis compañeros. Y si eso lo vives en cada momento, no está padre.”
Fue entonces cuando la joven estudiante de psicología se propuso bajar de peso. “Mi mamá me consiguió cita con un doctor, quien en la primera consulta fue rudo conmigo. Esta cita fue decisiva en mi vida, ya que el médico me explicó que la obesidad es una enfermedad que se puede tratar. Muchas veces te cargas con las ideas que otros te dan: que tienes malos hábitos, que eres una irresponsable, que no cuidas lo que comes. La sociedad me marcaba como una persona que no se cuidaba o que no le interesaba su persona.”
“Posteriormente, el especialista me dijo que no iba a ser fácil, que tuviera paz y tranquilidad conmigo misma y que el tratamiento iba a ser multidisciplinario. Yo tenía el apoyo de un psicólogo, nutriólogo, médico general, bariatra y hasta a un cirujano plástico.”
La comida como refugio ante las pérdidas de la vida
Empezaba a hacer ejercicio y a tener logros en la pérdida de peso, cuando la mamá y la abuelita de Aranza fueron diagnosticadas con cáncer, “entonces la comida otra vez fue mi refugio. Lo que había logrado en pérdida de peso y reacomodo de hábitos se había derrumbado. La situación me había rebasado y regresé a mis 110 kilos.”
En tiempos de pandemia, Aranza había perdido peso y comprendido que la obesidad es una enfermedad y que valía la pena seguir adelante. Gracias a este esfuerzo, logró pesar 69 kilos y estaba orgullosa de ello, porque por primera vez le gustaba verse ante el espejo.
“El fallecimiento de mi abuelita fue el dolor más grande que había experimentado en la vida, estaba embarazada y por las noches me levantaba a comer, porque no sabía qué hacer ante una pérdida tan sensible. Actualmente peso 90 kilos. Y me ha costado mucho porque todos me preguntan por qué había recuperado peso, si ya había logrado perderlo. Son piedritas que te van echando al zapato y llega el punto en el que ya no puedes caminar.”
Hoy Aranza sabe que la comida fue un mecanismo de defensa que utilizó su cuerpo para poder afrontar algo que emocionalmente la había sobrepasado. “No sé si voy rápido o lento, no me comparo con nadie. Actualmente estoy en mis 90 kilos y feliz porque he logrado aceptarlos de vuelta.”
“Quiero ser una nueva Aranza que llegue al peso que tenga que llegar, integralmente sana, es decir, física y emocionalmente, para poder estar para mi y la familia que ya tengo. He aprendido que la felicidad no es sinónimo de comida.”
Aranza explicó que desde la primaria debe enseñarse que la obesidad es una enfermedad. “No es nuestra culpa, no es la culpa de nadie. La falta de empatía de los médicos pone en riesgo a las personas de abandonar el tratamiento. Necesitan tratar al paciente con más respeto, empatía y dignidad.”
A esta joven madre, que disfruta del baile y montar a caballo, le hubiera gustado que alguien le dijera que la obesidad esa una enfermedad. “Esto hubiera cambiado mi vida, no sólo en lo físico, sino en muchas dimensiones. Me hubiera gustado ser atendida antes. Ahora estoy muy feliz con mi familia y reparando mi corazón de las pérdidas que he tenido.”
Finalmente, Aranza hizo un llamado a la sociedad para aprender que “no somos diferentes. Somos personas, iguales a todas las demás; la única diferencia es la forma de nuestro cuerpo. Hablando de dignidad humana todos somos iguales por el hecho de que somos personas. Espero que mi testimonio pueda ser para alguien más una motivación para dar un reinicio a su vida.”