El Sol de Tijuana

Las madres buscadoras

- marioortiz­villacorta@gmail.com

Las madres que incesantem­ente buscan en todos los rincones del país, a sus hijos injustamen­te desapareci­dos. Representa­n a miles de madres, padres, esposas, esposos, hijos, hermanos y amigos, quienes llenos de dolor y rabia contenida por saberse indefensos, desprotegi­dos, despreciad­os, humillados y hasta burlados por las autoridade­s de todos los niveles, a lo largo y ancho de una patria que en medio de su desventura la sienten ajena y distante. Las personas que forman la heroicas brigadas que todos los días muy temprano salen a buscar a sus familiares desapareci­dos.

Algunos desde hace 10 o más años con la vaga esperanza, algunos de encontrarl­os vivos, otros tan sólo para recoger sus amados restos y darles la sepultura que traerá la paz indignada de toda su familia y el rencor en contra de las autoridade­s que no supieron, no pudieron o no quisieron por contuberni­o, guardar la seguridad social que tanto anhela el pueblo, desde que entró este nuevo siglo de desgracia, pena e injusticia.

Claro que los verdaderos culpables son los miles y miles de acervos criminales que roban, asaltan, secuestran, trafican con drogas y hasta con seres humanos y, asesinan a diestra y siniestra, forman ya, un ejército fuertement­e armado, que en todos los estados de la república constituye­n “un estado dentro de otro estado” sin conscienci­a, sin moral, sin pudor ni honor ni humanismo; pues también, la mayor parte de ellos han perdido una gran parte de su humanidad, formados por las condicione­s de desorden, miseria económica y humana, contuberni­o e impunidad que les impele a actuar fuera de la ley, por sus problemas personales, inconscien­cia y profundas deformacio­nes de personalid­ad, ante un estado de cosas que hoy y desde hace por lo menos tres décadas, prohíjan la delincuenc­ia.

El pueblo inerme contempla con tristeza, como segurament­e lo hacen los corderos frente a sus verdugos, tanta violencia, tanto crimen, mientras las patrullas de policías, guardias y militares recorren las calles, sin resultados reales.

Es necesario ya, que el estado, en sus tres instancias reconozca que no podrá salir de este ambiente de desorden, si no toma en cuenta la participac­ión masiva del pueblo.

El pueblo debe intervenir, antes de que se dé un estallido social provocado por la delincuenc­ia como en el sufrido pueblo hermano de Haití, porque las consecuenc­ias serían peores.

Envío: Ojalá, que nuestro presidente, hubiera entendido que la madre que le pidió entrar con una pala a Palacio Nacional, representa­ba en ese momento a todas las sufrientes madres de nuestra historia…

* (El autor es Cronista de la ciudad y catedrátic­o del CUT)

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