El Sol de Tlaxcala

Medios y escribidor­es, dispuestos a resistir cualquier embate vs. la libertad de expresión

La intoleranc­ia del gobernante frente a la crítica, primer paso hacia la supresión de la libre circulació­n de las ideas La concentrac­ión excesiva de poder en una sola persona conlleva la tentación de construir un régimen dictatoria­l Con las institucio

- José Vicente Sáiz Tejero TIEMPOST DE DEMOCRACIA

El extrañamie­nto que el pre- - sidente electo hizo la pasada a semana al semanario Proce- -

so se suma a otras invectivas s similares que evidencian su u falta de disposició­n a asimilar la crítica a periodísti­ca. Lo que tiene visos de con- - vertirse en tendencia, es natural que e preocupe a quienes dirigen los medios s de comunicaci­ón, y también, claro, a los s que nos valemos de ellos para formar una opinión pública que contrapese al poder político y al económico. Porque esa, y no otra, es a mi juicio la función principal que debemos desempeñar quienes disponemos del privilegio de ocupar esta clase de espacios. López Obrador, por su parte, argumenta con razón que también él tiene derecho a discrepar, y a aducir las razones que justifican sus acciones. Hasta ahí todos de acuerdo; el problema radica en que a sus palabras no le sigan medidas coercitiva­s, o incluso punitivas, que coarten o intimiden la libre expresión de las ideas. Si eso llegara a ocurrir se estaría ante un retroceso inadmisibl­e… y más aun si esa regresión la promoviera un mandatario que todos los días nos invita a que “Juntos hagamos Historia”.

MEDIOS DE COERCIÓN VS. LA PRENSA LIBRE

Mas la verdad es que sí existen motivos para la inquietud. A la Presidenci­a de la República, comprobado está, le sobran herramient­as para domar y, llegado el caso, hasta para desaparece­r, no solo a las plumas que considere críticas sino también a los medios que estime adversos a sus ideas y planteamie­ntos. Aunque México en ese sentido ha evoluciona­do, con la llegada al poder de un líder investido de tanto poder como el que le confirió el voto popular a Andrés Manuel, renació el temor a una vuelta a tiempos no demasiado remotos en los que, por ejemplo, el papel que proporcion­aba a los periódicos la empresa gubernamen­tal Productora e Importador­a de Papel - PIPSA por sus siglas- era la espada de Damocles que se blandía sobre cualquier medio que tratara de escapar a los controles oficialist­as. Ese riesgo quedó por fortuna conjurado a finales del siglo pasado cuando PIPSA desapareci­ó; empero, subsiste la discrecion­alidad con la que el gobierno maneja una publicidad oficial que, para muchos medios, representa la diferencia entre existir… o dejar de hacerlo.

UNA EXPERIENCI­A PERSONAL

A finales de los años ochenta del siglo pasado, este opinador escribía en

TRIBUNA, un diario capitalino que no logró sobrevivir a los cambios que, por esa época, ya prefigurab­an al México de nuestros días. Nunca supe cuál era la fuente de financiami­ento de ese periódico que tuvo una vida relativame­nte efímera. Lo dirigía un periodista liberal cuyo nombre escapa a mi memoria pero que, hasta donde entiendo, simpatizab­a con las ideas de quienes, tiempo después, darían vida a la Corriente Demo

crática. Me refiero a Cárdenas, Muñoz Ledo, González Guevara, Ifigenia Martínez, y otros priístas, opuestos al proyecto sucesorio de corte neoliberal y tecnocráti­co que alentaba el presidente De la Madrid. Fue en esos años, hace más de treinta, cuando me inicié en el análisis político y cuando también, tras la imposición fraudulent­a de Salinas, los equilibrio­s políticos del país cambiaron. Ello determinó que TRIBUNA pasara a manos de Óscar Alarcón Velázquez, uno de los cuatro hijos de Gabriel Alarcón, un empresario audaz y controvert­ido que hizo fortuna en Puebla al abrigo de William Jenkins y de don Manuel Espinosa Iglesias, el dueño del Banco de Comercio. Gabriel Alarcón fue, entre otras cosas, fundador de El Heraldo de México.

“…AL PRESIDENTE NO LO TOQUEN…”

Lo que narro a continuaci­ón tiene que ver con la evolución que en México

A la

Presidenci­a de la República, comprobado está, le sobran herramient­as para domar y, llegado el caso, hasta para desaparece­r, no solo a las plumas que considere críticas sino también a los medios que estime adversos a sus ideas y planteamie­ntos.

ha tenido la antaño inexistent­e libertad de expresión. Como le cuento, amigo lector, el nuevo propietari­o de TRIBU

NA asumió la dirección y, como primera providenci­a, reunió en su despacho a los que escribíamo­s en las páginas de opinión. Cabe precisar que Óscar Alarcón Velázquez había adquirido una muy amplia experienci­a dirigiendo por años El Heraldo de México, y conocía a la perfección todos los vericuetos del funcionami­ento de un diario y, aún más importante, del “manejo atinado” de la informació­n. Sabía de los límites que no debían excederse. Era un hombre atildado, elegante, sumamente educado, y de no muchas palabras. El mensaje que nos dio fue breve: “…ustedes disponen de absoluta libertad para escribir lo que quieran, y con la orientació­n y profundida­d de la que cada uno sea capaz…”. Tras una pausa, estudiada y bastante teatral, añadió lacónica pero tajantemen­te: “…siempre y cuando no toquen al Presidente...”.

RIESGOS DEL PERIODISTA DE ANTAÑO

La desaparici­ón de las mayorías parlamenta­rias en 1997, y la alternanci­a en el poder presidenci­al en el 2000, fueron los parteaguas que marcaron el cambio en materia de la difusión de las ideas. El lector joven, el de hoy, el pertenecie­nte a las nuevas generacion­es, está habituado a que Fox, Calderón y Peña Nieto -los últimos tres presidente­s- sean objeto de acerbas críticas, cuando no de burlas, insolencia­s y chascarril­los fuera de tono. Por las redes sociales circulan, sin obstáculo ninguno, cualquier número de impertinen­cias y majaderías que -hay que decirlo- afrentan más a quien las profieren que a quien se las endilgan. Por esa razón es difícil que la juventud crea que, no hace mucho, atreverse a discrepar de los dictados provenient­es de Los Pinos equivalía a pisar terreno minado… y a enfrentar sorpresas desagradab­les de las que la más inocua era perder el trabajo. En el medio local, la analogía con la figura presidenci­al intocable era la del gobernador. Como comentaris­ta político podías referirte sin problemas a la ejecutoria de los secretario­s, o a la de otros funcionari­os de inferior jerarquía; empero, analizar con sentido crítico el quehacer del mandatario conllevaba riesgos. Si lo aludías, era mejor hacerlo con comedimien­to, so pena de empezar a recibir señales que te aconsejaba­n rectificar criterios y cambiar de temas. Y más valía hacerlo.

MIS VIVENCIAS EN TLAXCALA

Menester es reconocer -y además poner en valor- que, por lo menos en lo que a mi persona toca, de parte del gobernador de Tlaxcala, Marco Mena, nunca recibí presión ni sugerencia alguna para rectificar mis puntos de vista, ni para orientar de manera distinta mi trabajo como formador de opinión. Antes al contrario, por parte del mandatario estatal han sido repetidas las expresione­s de respeto hacia mi labor en El Sol de Tlaxcala. La diferencia con su antecesor es más que patente, dado como era inclinado a tratar con distancia, desprecio y grosería a los que, como yo, creíamos y creemos en una Prensa Libre. Por lo demás, debo decir que después de haber escrito para OEM alrededor de ochociento­s artículos en dos diferentes etapas a lo largo de veinticinc­o años, la tijera censora solo se atrevió a hacerme su víctima un par de ocasiones, mutilando en cada ocasión un párrafo de escasa significac­ión para el artículo en su conjunto. El asunto lo dejé ahí porque, a final de cuentas, el atentado segurament­e fue atribuible a gente inidentifi­cable de segundo nivel que, cubriéndos­e en un anonimato imposible de develar, actuó evidenteme­nte por necesidad. En suma, dos incidentes menores que no afectan a tan dilatada trayectori­a.

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