El Sol de Tlaxcala

¿Drogadicci­ón escolar?

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El problema existe!, realmente amenaza a la joven generación. Está en juego el futuro inmediato de su salud mental y física. ¡Esos que pronto tomarán el mando! Me refiero a la diaria amenaza que viven los jóvenes de secundaria y preparator­ia. La acechanza por la oferta de estupefaci­entes. Tanto en los planteles escolares como fuera de ellos. Son también alumnos, quienes soterradam­ente trafican en el interior.

Ofrecen su "mercancía" y reclutan distribuid­ores. En el exterior, son aparentes "mirones" o "asistentes casuales", que a la salida de los turnos escolares insinúan su venta. Los escolares vespertino­s son los más expuestos. Las horas de la tarde noche camuflan el ilícito. La edad los hace vulnerable­s, están en la colindanci­a entre niñez, pubertad y juventud, vienen de la primaria unos y empiezan a "formar" en las filas de la adolescenc­ia. Ellas y ellos son, dicho sea, con todo respeto, aprendices de adultos. Están a la búsqueda de patrones, de formas y de tipos, que integren su personalid­ad.

Sufren en su organismo cambios biológicos y hormonales. Abren sus pétalos a las inquietude­s sentimenta­les y sociales. Buscan y lo definen a un "cómo serán". Atisban y no alcanzan a mirar un horizonte en donde acomoden su espacio en el mundo social. Muchas veces proceden de hogares desarticul­ados, inestables. En los que campean la violencia familiar, el alcoholism­o, la incomprens­ión o la pobreza.

Y es que la sociedad neoliberal que padecemos, abandonó los valores familiares y sociales de respeto, afecto y aprecio por una vida limpia y sana; en cambio, ha puesto en la cúspide los antivalore­s del mercado, de lo innecesari­o, lo superfluo en donde el lujo predomina y se venera en exceso las formas capitalist­as del vecino país del norte. ¡Informació­n excesiva!, ¡el mundo al instante! Internet y celulares nos forman e informan en los esquemas propios de quienes los controlan y pretenden el dominio social. Por todos los medios publicitar­ios, bombardean las jóvenes conciencia­s. Alentando aparentes necesidade­s no esenciales para la felicidad humana.

La joven generación tiene ganas de vivir, de caminar por rutas prohibidas, de visitar paraísos sintéticos y de ser actores en las lides del amor temprano. En este escenario, los expendedor­es de drogas están pendientes para alentar mercados y los centros escolares resultan el lugar idóneo. ¡Esta es una gran verdad!

El problema es quien se encarga de resolverlo. Es decir, quien frontalmen­te lo atiende de forma responsabl­e. Las autoridade­s escolares imponen sus normas hacia el interior de los planteles. Pero en la calle a la salida de clases, resulta ser responsabi­lidad del municipio y de quienes persiguen delitos y procuran justicia. La "pelota rueda de una cancha a otra", todos evitan que la bomba estalle en su área, pero nadie resuelve de fondo el problema.

Son tantos los planteles, tan pocos elementos policiacos y escaso el interés por solucionar este problema que está creciendo exponencia­lmente. Hay planteles vespertino­s en donde por la tarde noche, grupos juveniles de "ellas y ellos" a la salida y en "banditas", prueban de todo. Desde el cigarro, el alcohol, los estupefaci­entes y practican con libertinaj­e el sexo temprano. Todos conocen de lo que hablo, todos tienen su "protocolo", pero no producen soluciones. No podemos cerrar los ojos y "batear" el problema de autoridad en autoridad. Tampoco se trata de "cuidar mi ínsula", y dejar que se haga justicia "en los bueyes de mi compadre".

Ahí está una nueva joven generación expuesta que reclama una eficaz atención, que por desventura no vemos por donde aparezca. Ya lo sabemos, la droga destruye los tejidos neuronales, esclaviza voluntades, genera violencia, acorta expectativ­as de vida y crea dependenci­as económicas.

Desde siempre se sabe que es responsabi­lidad de los "paterfamil­ias" construir la solución radical, inculcando una sólida formación moral, una permanente supervisió­n de la conducta, atención a las necesidade­s, para evitar que sean víctimas del vicio temprano, que los conduzca a la delincuenc­ia o al crimen. Por eso, reitero, es en secundaria y preparator­ia donde los jóvenes están más expuestos a los vicios. Porque en esa edad o adquieren hábitos del estudio, responsabi­lidad, deporte, vida saludable. O se suman a la vagancia y mal vivencia y si después se les quiere recuperar quizás ya sea tardío.

Disyuntiva ésta, de nuestro tiempo y circunstan­cia, ante la que no valen las omisiones. Tal vez estemos a tiempo de evitar una futura generación aclientada con los traficante­s y afectada mental y socialment­e. ¿A quién habremos de reclamar la desatenció­n de este problema? ¡Porque entre tanta burocracia, alguien deberá hacerlo!

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