El Sol de Tlaxcala

FANS SIEMPRE APOYARON

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ITampoco las gorras y bufandas de las otras aficiones. Hay que destacar. Si los argentinos se pintan la cara, nosotros nos ponemos máscaras. Si los gringos traen pelucas, nosotros sombreros, los más grandes. Y si el mundo se pone la playera de su equipo, hay que ponernos la nuestra… y encima un sarape, unos moños, una capa, un penacho, un turbante o un disfraz de dinosaurio. Y el ruido… con unas manitas aplaudidor­as.

En el Metro, La Corniche, La Perla, West Bay o Katara transitaro­n en las últimas dos semanas mexicanos caracteriz­ados de aztecas, adelitas, catrinas, luchadores, charros, caballos y un burro; un horny donkey que se toma fotos mientras rebuzna y se pega lascivamen­te a la gente.

Fuera del estadio Khalifa me sorprende ver lo mucho que ha subido de peso el Chapulín Colorado desde que dejó la televisión. En el Lusail, los Huevos Compadres de la película mexicana de animación le enseñan a la Selección Mexicana lo que se necesita para ganar. Un michoacano vestido de revolucion­ario es la sensación con sus carrillera­s cargadas de chiles jalapeños.

Los otros aficionado­s les piden fotos a los mexicanos. Y si no les piden, ¡al carajo! se meten a las que se están tomando otros, aunque no los llamen. Y abrazan sin permiso y ríen sin vergüenza por la libertad e inmunidad que a veces da moverse con las masas. Se hace lo necesario, pues, para decir sin decir, para gritar y declararse dueños absolutos del desmadre.

Los cánticos argentinos tienen algo siempre emotivo. Y los cantas, ¡cómo no! Como esas canciones de amor que te desgarran la garganta, aunque no te vaya la historia.

“En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel / de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré / no te lo puedo explicar, porque no vas a entender / las finales que perdimos cuántos años las lloré”.

Emociona, claro. Aunque nosotros sólo perdamos finales de Copa de Oro. Pero los paisanos no se conforman con cantar. Cielito Lindo es el himno adoptado y se entona con emoción. Pero luego hay que hacer más. Hay que jugar a la víbora de la mar en el metro o poner a los árabes a bailar Payaso de Rodeo, o retarlos a probar los toques, esa tradición de las cantinas mexicanas que los extranjero­s no logran entender, como si causar daño físico a uno mismo y a los demás para reírse necesitara explicació­n.

Todo ese color se va con México y Qatar lo va a extrañar. Habrá paisanos en Doha los siguientes días y noches, pero en grupos reducidos, fuera de esa masa verde que hacía reír a los voluntario­s, que intercambi­aba sombreros de charro por turbantes y que se fue triste del Mundial. Que regresará para el próximo, en casa, con la misma fe en su equipo, aunque no se lo merezca. Por puro orgullo. Mucha afición, mucho ruido y mucho desmadre para tan pocas alegrías.

La fanaticada apoyó desde el primer juego contra Polonia, con el recuerdo fresco de la atajada de Guillermo Ochoa.

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El tercer gol que tanto pedían los aficionado­s en las tribunas, no llegó y ahora ya empacan de regreso.
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Los fans mexicanos, con rostros desencajad­os, al término del encuentro frente a los árabes.
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Con todo y máscara, el gesto era evidente.

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