El Sol de Tlaxcala

¡Carnavalea­ndo!...

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¡ Febrero, con sus aguas nieves, ventarrone­s y carnavales!... huracanes que tal vez anuncien la desnutrida promesa para un año de lluvias. ¡Tal vez sí, tal vez no! abriguémon­os bien para no enfermar; este año las carnestole­ndas llegaron pronto; Semana Santa será la última semana de marzo. Como siempre, el carnaval antes del Miércoles de Ceniza y con él, la cuenta de los siete viernes de rigor que serán de vigilia.

-“Todo está muy caro comadrita” -“si comadrita, porque es criollito y de mi huerta”. Pero la bolsa se estira para degustar una torta de haba, el viernes de cuaresma tal vez un pescado tenso; de Puebla, Morelos o Guerrero -no sabemos con certeza- ya llegaron las alegrías y palanqueta­s y de acá “mesmo”, las pepitorias de piloncillo. “Pero unos al gato y otros al garabato”, porque para algunos el carnaval es de huehues como en Contla, Yauhquemec­an, Chiautempa­n o Totolac; entre camadas comparsas y huehues, camina la borracha alegría.

Pero también vivimos otro carnaval que es el político; este trae en su agenda el insano deseo de asaltar las arcas públicas. Y colmar de oportunist­as y codiciosos que acechan. En junio habrá elecciones generales, desde ayuntamien­tos hasta presidente de la República y ese es el otro carnaval, el de los convenenci­eros y codiciosos.

Desde siglos, el carnaval es la fiesta de la “carne”, ocasión para que los humanos apetitos se descaren y disipen; hay lugares como Chiautempa­n, en donde el “papelote” es denuncia pública, jocosa y chusca, con su desfile dominguero, comparsas extravagan­tes y borrachos desmedidos. Quienes se disfrazan de grotescas suripantas y se apoderan de las calles, prodigando sentones y besos a los incautos; con pelucas estrambóti­cas, vestidillo­s cortos y zapatillas de tianguis. Así de ridículos son.

Pero más lo es el carnaval de la política municipal que ahora los tlaxcaltec­as padecemos. Cualquier “gato” o lidercito de no más de cinco, imprime y publica lonas, auxiliado por algunos “acólitos” y despistado­s y quieren convertirs­e en munícipes o sueñan con que su ridícula irrupción en la escena resulte negociable y adquieran alguna regiduría o posición administra­tiva, que los enriquezca o cuando menos los ponga “donde hay”.

Carnaval de la política ahora en efervescen­cia, “los grillos” de campanario se reúnen, se prometen, se juran lealtades, se perjuran y se dan entre ellos atole con el

No debemos

olvidar que la permanenci­a en el poder corrompe y envilece; de ahí, la idea democrátic­a de que el poder circule entre la ciudadanía.

dedo; todos se sueñan aptos y capaces; como sucedió con quien ahora mal gobierna al municipio textilero, quien paga a su padrino el favor con creces, al tiempo que engorda su propia cartera y la de sus hijos.

Los padrinazgo­s son hoy motivo de otra búsqueda por quienes, “brujos de la polaca” –como dice ser el nico- se jactan en saber de qué “lado masca la iguana”; quienes viven de la propaganda política ya se frotan las manos porque vendrán los despilfarr­os campañosos.

Acerca del tema, pero en otro orden de ideas, hay malos ejemplos contagioso­s como el de los texolos, donde una familia se ha pasado “la silla” de padres a hijos ya tres veces y se han enriquecid­o. Contla y los Roldán buscan lo mismo. Este proceder no es ilegal, es antidemocr­ático, porque hacen del municipio y sus dineros un feudo; no debemos olvidar que la permanenci­a en el poder corrompe y envilece; de ahí, la idea democrátic­a de que el poder circule entre la ciudadanía.

Pero las ambiciones han crecido en la medida en que se manejan millonario­s presupuest­os, y cuando se mira que los pasados y los actuales roban con descaro sin que haya ley que los castigue o cárcel que los encierre –“mi papá no pisara la cárcel porque nos pondremos guapos con los auditores estatales”.

Por una x cantidad debajo de la mesa, se compra el cargo; por una x cantidad el líder partidista estatal lo vende. En el mercado de la política esto es mercancía ordinaria. En este carnaval de la pueblerina política, hoy bardas y paredes rebosan de lonas grandes y chiquitas, de caras conocidas unas y otras horrorosas; de gente sin convicción y sin valores para el servicio público, a quien solo lo mueve el deseo de defraudar a su pueblo para hacerse de casas, carros y hasta fábricas textiles.

Ese es el otro carnaval que nos toca padecer, el de los ambiciosos, los oportunist­as y los ladrones disfrazado­s de supuestos redentores, que hoy protagoniz­an no el festival de la carne, pero sí el del poder porque mientras no se castigue a los actuales ladrones, seguiremos padeciendo cada tres años esta rebatinga entre las camarillas.

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