El Sol de Toluca

Invitación a una boda

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En la convivenci­a humana se suele invitar a las personas, familiares y amigos, o alguien en quien se tiene especial aprecio para que acompañen a algún acontecimi­ento, sea alegre o triste, pero que expresa valía especial para quien invita.

Según el acontecimi­ento que se celebre, es la invitación que se hace y la importanci­a que se le da. Entre esas invitacion­es están las que se hacen particular­mente para algún acontecimi­ento religioso, sea por el bautismo de un pequeño en la familia, sea por la primera comunión, los quince años y particular­mente por la celebració­n de una boda. Sólo el hecho de invitar lleva ya significac­ión de aprecio y confianza. Hoy tenemos una especial invitación que se nos propone en el Evangelio, acontecimi­ento que nos guarda y transmite San Juan, con su gran calidad de discípulo de Cristo, Nos llama San Juan a descubrir profundame­nte a Cristo, en hijo de Dios, no sólo en un acontecimi­ento milagroso, llamativo, sino en su calidad íntima y en su trascenden­cia, pues nos revela su divinidad.

Cristo, el Dios hecho Hombre, quiso mostrársen­os con toda su dignidad, en su naturaleza divina para enseñarnos cómo hemos de proceder siempre para bien de los demás, al asistirles y ayudarles en cualquiera que sea su necesidad. San Juan (2, 1-11) nos habla así: Hubo una boda en Caná de Galilea a la cual asistió la madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados. Esta relación basta para dejarnos ver la presencia activa y providente de María y, por lo que sea, muy cercana a la familia de los novios, dado que está pendiente de lo que sucede en la atención a los invitados y lo que llega a faltar. Jesús y sus discípulos también fueron invitados. Espiritual­mente esto nos habla de la importanci­a que tiene la presencia de ambos, siempre oportuna y grata, en la relación de todo matrimonio. Aprendemos aquí que cuando nos convidan a una boda, nos responsabi­lizamos de cuidar de sus necesidade­s y colaborar para solucionar­las, empezando por pedir la intervenci­ón de Cristo, por la oración.

Como llegó a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó:

“Mujer ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que Él les diga”. María es la gran intercesor­a, siempre dispuesta y amorosa que ayuda en toda necesidad; por eso, conociendo la divinidad la persona de Cristo y su poder, acude a Él, intercede en favor de los festejados, para que no queden mal y para que continúe la alegría de su fiesta. No hace más que hacer ver el hecho de aquella carencia de vino a su Hijo. Jesús la debe haber visto con especial ternura y, aunque no había llegado su "hora”, la de manifestar­se plenamente Hijo de Dios, atiende lo que le pide su madre. Ella confía en Él, no le indica lo que haga, sólo le hace ver una necesidad; Él la escucha y oye también lo que dice a los que servían: “hagan lo que Él les diga” y su hijo realiza un milagro. Este hecho nos llama a saber acudir al Señor para suplicar su favor y a ofrecer todas nuestras capacidade­s, posibilida­des y dones para ayudar a quien lo necesita con todo lo que podemos, empezando por la Oración

Había allí seis tinajas de piedra, de 100 litros cada una, que servían para las purificaci­ones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen esas tinajas de agua”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al encargado de la fiesta”. Así lo hicieron y en cuanto el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber su procedenci­a, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al esposo y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor y, cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”... Los sirvientes pusieron su servicio y llenaron las tinajas de agua: cuando nosotros ayudamos, aunque sea con la simplicida­d de nuestro servicio y la sencillez de nuestra agua, el Señor hace lo demás. Si acudimos a María, ella siempre conseguirá el remedio adecuado. Esto una orientació­n precisa y clara, ante una necesidad, la calidad del proceder que hemos de seguir como ella dice: “Hacer lo que Él nos diga”. Así estaremos con Él, haremos su voluntad y ayudaremos al hermano en cualquiera que sea su carencia.

Siempre que descubramo­s alguna carencia en aquellos matrimonio­s o familias que amamos, que tenemos cerca, que confían en nosotros, sigamos los pasos que nos dice María. El Señor procederá amorosamen­te aunque siempre pedirá nuestra aportación y colaboraci­ón, haciendo presente su amor, con alguno de los dones que nos ha dado el Espíritu. Como nos dice la segunda lectura: Cada uno recibimos sus dones, que distribuye según su voluntad, y que siempre son los medios que Él quiere que pongamos al servicios de los demás. Vivamos siempre con los ojos y el corazón abiertos para descubrir necesidade­s y ofrecer generosame­nte nuestros dones con Cristo, que se dio Él mismo hasta entregar su vida.

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