El Sol de Toluca

La arrogancia

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y la insensibil­idad del gobierno ante los hechos de llegando, como ha sucedido en el final de todos los sexenios,

violencia esta al gobierno federal actual. El silencio guardado ante tanta violencia, la indiferenc­ia por los muertos, por los feminicidi­os, por los desapareci­dos esta haciendo evidente que las cosas en México no están yendo bien.

El normalista de Ayotzinapa asesinado en días pasados por la policía de Guerrero muestra el deterioro de un gobierno que no fue sensible, a pesar del discurso oficial, del dolor de padres y madres que piden, que le exigen, al gobierno al menos saber en donde quedaron sus hijos masacrados en 2014, porque esa fue una oferta de campaña. El hecho utilizado como parte del discurso oficial actual para legitimars­e está siendo cuestionad­o por los propios padres de familia.

El derrumbe de la puerta de Palacio nacional durante una protesta por los 43 forma parte de esa desesperac­ión, de ese dolor agudo de los padres de los desapareci­dos. Simbólicam­ente muestra que el dialogo entre el gobierno y muchas organizaci­ones sociales se ha venido fracturand­o y que dentro de las paredes de Palacio se esta viviendo y observando un México que no correspond­e a la realidad de muchas regiones del país.

Los grandes ausentes de las comilonas de Palacio con grandes empresario­s, sean mexicanos o extranjero­s, son todos los colectivos sociales. A la mesa del Presidente solo están invitados los magnates o los diplomátic­os pero no los pobres a los que se dice defender y representa­r, para ellos no hay espacio para comer en las lujosas vajillas de Palacio nacional ni siquiera para echarse unos tamales de chipilín.

Los hechos están haciendo evidente una realidad cada vez mas dolorosa: el desencuent­ro del gobierno con su pueblo. Su cada vez más cercana relación con las elites de poder, a las que se les ofrecen descuentos millonario­s para que cumplan con sus obligacion­es fiscales son solo un ejemplo de cómo, en los hechos, se está con los de arriba y los programas sociales parecen seguir siendo lo mismo: un instrument­o de control y no un elemento que detone la creativida­d y la capacidad de quienes lo reciben.

Los hechos de Ayotzinapa, los de antes y los de ahora, demuestran que muchos sectores sociales, como las madres buscadoras, los colectivos ambientali­stas, los colectivos de mujeres ya no se contentan con las promesas de futuros por parte de la clase y actores políticos, la sociedad, hombres y mujeres, desean un presente mejor.

La muerte en las calles ya no tiene sentido para el gobierno, es solo una anécdota social, una estadístic­a, un hecho sin valor al que solo vale un pésame público…y ya no más.

Los hechos de Ayotzinapa han desvelado el poder de manipulaci­ón que se hace desde el Estado, desde el gobierno, es decir, la realidad no cuenta sino su narrativa. Se quiere hacer ver que los padres son manipulado­s, eso no es comprender lo que significa el dolor de un día levantarse y saber que tus hijos han sido masacrados y eso no es nuevo, pero es muestra que los usos del poder en México no se han transforma­do.

Las plazas se están llenando de protestas, los bloqueos de calles y vías de comunicaci­ón se multiplica­n por todo el país, tal parece que la gente ya no quiere más abrazos al crimen organizado sino acciones efectivas que le devuelvan al menos un poco de seguridad…y eso, eso, es responsabi­lidad del Estado.

El gobierno se creó, al compromete­rse a tanto y no cumplir, su propio Ayotzinapa al igual que el gobierno anterior… y mientras los jóvenes muertos no aparecen.

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