La odisea del hombre común
En El primer hombre en la Luna
(First man, 2018) la que parece ser su obra menos personal hasta el momento, Damien Chazelle (Rhode Islan,1985), el director millennial por excelencia de la industria cinematográfica, hace lo que algunos escritores llaman un First play: mantiene una aparente distancia en el relato, para fluir con corrección y asepsia cinematográfica.
Muestra en la pantalla escenas cargadas de poesía visual y de citas que van desde 2001: Odisea
del espacio (Kubrick,1968), Apolo 13 (Ron Howard,1995), o incluso Gravedad (Alfonso Cuarón,2013). Pero vemos en el fondo la trayectoria intimista, casi épica nihilista de sus personajes.
First man, película inaugural de la edición 16 del Festival Internacional de Cine de Morelia, pero que se estrena a nivel comercial esta semana, va de una fábula que entroniza al hombre común desde la microhistoria, hasta un cínico regodeo de la historia oficial estadounidense. La vida de Neil Armstrong, previo a su llegada a la Luna, sirve como pretexto para navegar en detalles, destellos de formas filosóficas y un muy cuidado lenguaje de la cámara. Chazelle, por momentos se da sus exquisiteces, y lo hace con efectividad.
El atormentado Armstrong (Ryan Gossling) vive deprimido y en franca evasión por la muerte de su pequeña hija por una grave enfermedad. Su esposa, la típica ama de casa estadounidense sesentera, Janet (Claire Foy, estupenda, medida y precisa en su papel, eje central del relato), lo apoya en el luto y en criar a sus otros dos hijos (uno de ellos posterior a la muerte de la pequeña).
En medio de esa contenida tragedia, que nunca se desborda en pantalla, pero que logra buenos momentos de emotividad en el relato, le llega la oportunidad a Armstrong de ir muy lejos en un proyecto de alcance mundial: ser el primer hombre en pisar la Luna. Poner distancia a la realidad que lo persigue todos los días.
Chazelle, en su relato, con un guion de Josh Singer, a su vez basado en el libro First man: the life of
Neil A. Armstong del historiador James R. Hansen, utiliza como marco la preparación de un acontecimiento que cambió la historia de la humanidad, para hacer una epopeya íntima que eleva al hombre común.
A pesar de su aire millennial, con ligero tufillo crítico a las grillas de la Nasa y el agobio que puede significar vivir en la sociedad de anuncio comercial de los barrios clasemedieros estadounidenses, la película decanta por un cargado mensaje político de tendencias casi liberales.
La forma, no es nueva sigue la trayectoria de Sully (Clint Eastwood,2016), lo cual es política en sí mismo, pero el filme es poderoso y emotivo. Twitter: @lamoviola