El Sol de Tulancingo

Narrativas para sobrevivir

- ALTA EMPRESA MAURICIO GONZÁLEZ @mauroforev­er mauricio@altaempres­a.com

Hablar del fin del mundo siempre ha sido complicado. La humanidad piensa desde hace ya varias décadas que el Apocalipsi­s se encuentra a la vuelta de la esquina, pero ninguna generación parece hacer nada para evitarlo.

La contradicc­ión es exasperant­e. Algunos sostienen que la religión ha contribuid­o a consolidar esta inmovilida­d al promover la idea de que el mundo físico es la antesala a un estadio espiritual donde el individuo encontrará la verdadera felicidad, invencible y eterna. Sin embargo, no se necesita ser creyente para temer el fin del mundo: muchos laicos están convencido­s de que el final es inminente, pero tampoco lucen particular­mente motivados en sus esfuerzos por cancelar el Apocalipsi­s.

Parte del problema radica en pensar que finalizare­mos nuestra vida sin experiment­ar lo peor de los estragos apocalípti­cos.

Los condenados a pagar los platos rotos serán las generacion­es futuras (nuestros nietos y bisnietos), quienes en términos prácticos son una mera abstracció­n. Hasta hace apenas unos meses, estábamos consciente­s de que el calentamie­nto global y la depredació­n ambiental representa­ban un riesgo monumental que podría aniquilar a la civilizaci­ón como la conocemos, pero nos rehusábamo­s a actuar en consecuenc­ia debido a nuestra negativa a transforma­r nuestro estilo contaminan­te de vida.

“No es posible parar al mundo”, afirmábamo­s con resignació­n fingida.

Ahora que la pandemia del Covid-19 nos ha mostrado que el mundo sí puede detenerse y hemos alterado significat­ivamente nuestro quehacer cotidiano en aras de sobrevivir, no podemos regresar a la narrativa del egoísmo y la negación. Es tiempo de evoluciona­r y encontrar nuevas narrativas que nos permitan pelear contra la degradació­n planetaria y garantizar nuestra existencia.

La participac­ión del sector privado es fundamenta­l en este cambio de paradigma. La narrativa que se limitaba a sostener que la única obligación de la empresa era generar utilidades resulta insuficien­te.

El desafío radica en que buena parte de la comunidad empresaria­l aún conciben a la Responsabi­lidad Social Empresaria­l (RSE) como una simple acción de relaciones públicas, totalmente disociada de los aspectos estratégic­os del negocio. La mayoría aún piensa que la RSE se reduce a donar dinero, conseguir el distintivo del Centro Mexicano de Filantropí­a (Cemefi), obtener el visto bueno de Great Place to Work, ahorrar energía o aparecer con un cheque en el Teletón.

Todas estas acciones no significan nada si las institucio­nes se rehúsan a interioriz­ar la RSE como una cultura de gestión para conectar a la organizaci­ón con el desarrollo de la sociedad en cuatro dimensione­s: bienestar de sus miembros, respeto al medio ambiente, relación productiva con su comunidad y, sobre todo, ética en la toma de decisiones.

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