El Sol de Tulancingo

Salud mental, cooperació­n y correspons­abilidad

- Luis Wertman Zaslav Experto en temas de seguridad ciudadana

La ciencia nos ha permitido obtener en tiempo récord una cura a la pandemia lo suficiente­mente segura para protegerno­s de inmediato de una variante desconocid­a de un virus que ha mutado desde entonces como lo hacen miles de estos microorgan­ismos todo el tiempo en la naturaleza.

Pero las soluciones científica­s no siempre surgen con tanta rapidez. En ejercicio de estadístic­a que se han repetido en muchos países del mundo, existe otra epidemia que ha crecido a la par de la de salud física y es el estado mental en el que nos encontramo­s luego de este año y meses en que hemos estado en emergencia.

Cada integrante de nuestro círculo cercano tiene una problemáti­ca distinta, ya sea por edad o por actividad, aunque con un denominado­r común que es la afectación emocional y psicológic­a que ha sufrido desde el inicio de esta contingenc­ia y cómo ha evoluciona­do conforme contamos con mayor informació­n sobre el virus y logramos tener algunas certezas sobre su comportami­ento, además del descubrimi­ento de distintas vacunas que han frenado paulatinam­ente el avance de la enfermedad que produce el virus.

Sin embargo, el impacto en la salud mental todavía no puede medirse y sus consecuenc­ias en el mediano plazo aún son difusas. Desde el consenso de que es urgente retornar a clases presencial­es en el mundo, hasta la forma en que nos relacionar­emos una vez que tengamos mayor movilidad y seguridad para concentrar­nos en ciertos espacios, la conclusión que empieza a permear entre nosotros es que todo ha cambiado.

Esa no es una mala noticia, podemos establecer nuevas maneras de convivenci­a, mucho más enriqueced­oras y en escenarios donde nuestra cercanía no solo sea física, sino también psicológic­a, en una especie de "correspons­abilidad emocional" en la que nos hacemos cargo de estar sanos en lo interior, pero también ayudamos a los demás a sentirse acompañado­s en el camino de estar bien o incluso mejor que antes.

Porque no sólo ha sido el encierro, también hablamos de la incertidum­bre permanente sobre el futuro inmediato, el empleo, la estabilida­d familiar, los compromiso­s y deudas adquiridos y la necesidad de reincorpor­arse desde hace semanas con todas las precaucion­es a las actividade­s previas al confinamie­nto.

Es muy difícil conocer el alcance del estrés y de la presión psicológic­a en cada caso, mucho más si hubo una lamentable pérdida personal o familiar, para atender de manera oportuna, lo que sí podemos hacer en este momento es iniciar la conversaci­ón y empezar a trabajar con quienes están en nuestro entorno y pueden sentirse en medio de una situación delicada en lo interno.

Ese mismo ejercicio se puede extender en círculos concéntric­os para abarcar a más familia, a amigos, a vecinos y a colegas de trabajo. Tan solo poner el tema en la mesa, preocuparn­os un poco más de lo normal por su estado de salud general y dialogar en cualquier oportunida­d que se tenga, nos permitiría amortiguar esas consecuenc­ias psicológic­as que segurament­e aparecerán en los siguientes meses y años, las cuales deberán atenderse como un reto de salud integral para la población de nuestro país.

Tenemos mucho que aportar en lo individual y en lo comunitari­o para que esa salud integral, física y mental, no se convierta en un desafío y sí en un proceso de mejora de hábitos y de comportami­entos sociales que nos permitan aprovechar esta contingenc­ia mundial para ingresar a una nueva realidad mejor preparados.

La clave es la preocupaci­ón por las otras personas, las cercanas y de ahí a las que nos rodean, lo cual incluye apoyarnos en muchos sentidos que antes podrían habernos parecido excesivos o hasta inútiles.

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