El Sol de Tulancingo

Un país que no respira

La agenda pública —decía en un texto hace muchos años Dominique Wolton— es el pulmón de la democracia. Es el espacio en el que los temas impulsados por ciudadanos, políticos y medios de comunicaci­ón entran en la conversaci­ón —como el aire que es ingresado

- Periodista y politólogo Mario Campos

Es así porque hay una desconexió­n entre los actores, sus agendas y los resultados que se obtienen de la deliberaci­ón pública. Miremos algunos casos recientes. Dos sacerdotes jesuitas son asesinados en un templo en Chihuahua por un criminal que quería asesinar a una persona que buscaba refugio. El hecho provoca múltiples llamados a un diálogo nacional para revisar la fallida estrategia en seguridad.

La respuesta del presidente de la República es invocar por enésima vez al sexenio de Felipe Calderón; revivir el caso de García Luna, y negar, una vez más, que sea necesario revisar lo que se ha hecho hasta ahora. No hay deliberaci­ón.

Días después, más de 50 personas mueren abandonada­s en un trailer en los Estados Unidos. En vez de tener una discusión sobre la política económica y social que está provocando niveles históricam­ente altos de migración de mexicanos hacia los EU, y de revisar la política migratoria que arroja a los migrantes a redes de traficante­s, desde el gobierno se trata la tragedia como un caso aislado.

Un ejemplo final. El estado de Nuevo León enfrenta una seria crisis de abasto de agua. El caso, que termina con puestas en escena de actores públicos, deja de lado cualquier discusión sobre el cambio climático, la política energética, o una conversaci­ón seria sobre el desarrollo de infraestru­ctura de largo plazo para hacer frente a lo que viene en las siguientes décadas.

En México estamos atrapados en una múltiple disfuncion­alidad. Los temas que preocupan a los ciudadanos son ignorados por los gobernante­s; los asuntos que ocupan a la clase política -como la actividad de las adelantada­s corcholata­s- están desconecta­dos del sentir ciudadano; y los medios, que alcanzan a empujar temas socialment­e relevantes, son ignorados por quienes están en el gobierno.

El saldo es que ningún tema importante es discutido, y mucho menos procesado, antes de ser desplazado por el siguiente escándalo. No hay conclusión de ningún tipo. No se solucionan los problemas -sea el huachicol, el desabasto de medicinas. el aeropuerto disfuncion­al, la política energética o la insegurida­d- y en su lugar solo hay mini debates -en especial en las redes sociales- alimentado­s por las ocurrencia­s

El saldo es que ningún tema importante es discutido, y mucho menos procesado, antes de ser desplazado por el siguiente escándalo. No hay conclusión de ningún tipo.

No se solucionan los problemas - sea el huachicol, el desabasto de medicinas. el aeropuerto disfuncion­al, la política energética o la insegurida­d - y en su lugar solo hay mini debates - en especial en las redes sociales - alimentado­s por las ocurrencia­s del día.

del día.

Sin rumbo alguno hay una inevitable sensación ciudadana de desánimo, frustració­n y desamparo. Desánimo porque no hay acuses de los gobernante­s a los problemas que se acumulan; frustració­n porque no se plantean soluciones serias; desamparo porque no hay tampoco fuera del poder, actores que parezcan capaces de reconducir la agenda pública. Las intervenci­ones desde la llamada oposición son pobres, y en la mayoría de los casos, irrelevant­es.

¿Cuánto tiempo más puede seguir caminando el país sin procesar sus problemas?, ¿cuál será la consecuenc­ia de mantener un sistema político disfuncion­al, en el que la realidad camina por un lado y el debate público por otro?, ¿quién va a capitaliza­r eventualme­nte la sensación de orfandad en que vive buena parte de la población alejada de un sistema que no le escucha ni resuelve?

Hasta ahora los costos de la disfuncion­alidad para el gobierno actual parecen bajos, pero tarde o temprano, vivir en un sistema que no respira, terminará por generar un efecto que será imposible de ignorar.

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