El Sol de Tulancingo

“México está salpicado de sangre”

MIRAR.- Esta es la afirmación que ha hecho, para describir lo que estamos viviendo en nuestro país, el obispo de Cuernavaca, Ramón Castro, secretario General de la Conferenci­a del Episcopado Mexicano. El Papa Francisco, con ocasión del asesinato de dos sa

- Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

Según cifras oficiales, estamos rebasando los índices de criminalid­ad que hubo en otros sexenios, aunque en algunos rubros hayan bajado. Ante estos hechos y ante la sensación generaliza­da de insegurida­d y violencia, no es válido culpar a otros, sino asumir la propia responsabi­lidad. Afirmar sin vacilación que no se va a cambiar la estrategia gubernamen­tal ante este fenómeno, denota cerrazón de mente y de corazón, para no dejarse interpelar por los datos de la realidad.

No escuchar lo voz de muchos ciudadanos que se sienten inermes ante el crimen organizado, indica muy poca sabiduría. Insistir en que los críticos de este gobierno, incluso nosotros los religiosos, lo hacemos por otros intereses, manifiesta muy poca humildad para asumir los propios errores. Hay que preguntarn­os por qué, a pesar de este y otros fracasos, las encuestas de opinión pública siguen concediend­o un alto nivel de aceptación y confianza a quienes sostienen esa estrategia. Quizá sea por las dádivas que reciben, y que provienen de nuestros impuestos, no de los bolsillos de los gobernante­s.

Es verdad que hay que atacar las causas de la criminalid­ad; por ello, es muy valioso ofrecer becas a los jóvenes estudiante­s, promover fuentes de trabajo, sembrar árboles, apoyar a los mayores de edad y demás acciones gubernamen­tales para combatir la pobreza; pero al mismo tiempo se deberían implementa­r medidas para impedir que los grupos criminales hagan lo que quieran, con armas de alto poder, sembrando terror e insegurida­d por todas partes.

Es cierto que, después de que suceden asesinatos y se denuncian amenazas, se mandan contingent­es policiacos y militares, que patrullan unos días las comunidade­s. Mientras duran esos patrullaje­s, los criminales desaparece­n y, cuando los militares se retiran, vuelven a sus extorsione­s y abusos. También nosotros, como pastores de la Iglesia, nos cuestionam­os sobre cómo nuestra pastoral debe afrontar esta ola violenta y criminal. Y si a esto agregamos el libertinaj­e en la venta y consumo de drogas, que tantos apoyan como un progreso, el problema asume niveles difíciles de controlar.

El episcopado mexicano ha dicho: “Queremos sumarnos a las miles de voces de los ciudadanos de buena voluntad que piden que se ponga un alto a esta situación”.

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