Los cariños que nunca se fueron
David Harkins, poeta amateur británico que saltó a la fama después de la muerte de la Reina Madre, ya que un texto suyo apareció de forma conmovedora para referirse a la muerte: “puedes llorar porque se ha ido o puedes sonreír porque ha vivido. Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado; tu corazón puede estar vacío porque no lo puedes ver o puede estar lleno del amor que compartiste. Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda, o puedes hacer lo que a ella le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir”.
El olvido, dicen, es la auténtica muerte, ya que la anulación del recuerdo borra la vida y obra de una persona; sería como cortar de tajo todo lo que nos entregó y condenarlo a las simples cenizas. Si algo tenemos como cultura en nuestro país es el enorme reconocimiento a la muerte desde una visión de la memoria. La celebración de inicios de noviembre no es más que el altar a la decisión de no olvidar.
Esa necesidad de recordar da una enorme paz a quienes rodeamos a las personas. No se trata de homenajear solo su obra conocida, sino valorar aquella que se dio en la intimidad de la amistad, de la hermandad, del amor filial o fraternal. Es revalorar cada instante los instantes compartidos que hoy alimentan nuestra alma. La muerte de un ser querido siempre nos conmoverá, pero deja de afectarnos cuando atesoramos su recuerdo.
El recuerdo es lo que alimenta a los que nos quedamos y, seguramente da tranquilidad a los que se adelantaron a transitar un camino incierto hasta el punto de tener la seguridad de que existe, de que es mejor y que sólo es una sala de espera para todos los que invariablemente viviremos ese destino.
La tristeza de la muerte tarde o temprano se convierte en la serenidad del homenaje porque, a diferencia de otras latitudes en el mundo, las y los mexicanos no nos permitimos olvidar y por eso cada año rememoramos con una ofrenda qué incluye todos los símbolos originarios qué nos han sido heredamos por nuestras culturas milenarias.
Es ahí donde hago un alto para recordar a todas las personas que me han acompañado en mi camino y hoy no están más en este plano terrenal. Particularmente rindo homenaje con toda la tristeza y, al mismo tiempo, respeto a Don Francisco Moreno Baños, ilustre político que en vida demostró lo que es la probidad, la honestidad y el profundo amor por nuestro querido Hidalgo, entregando hasta su último aliento al bienestar de la sociedad hidalguense.
“Paquito” Moreno, como le llamábamos todos con el enorme aprecio qué prodigaba, a quien conocí durante mi paso en la Secretaría de Finanzas del Estado de Hidalgo, era un operador político formidable y único, ya que por encima de todo, sostenía qué la mejor forma de obtener resultados políticos era a través de la cercanía de la gente, de ayudar a quien lo necesitara y de no sacarse de la mente el privilegio qué es servir al pueblo.
He de confesar que era un asiduo lector de está columna y me regalaba su tiempo para hacerme comentarios porque le encantaba fomentar el crecimiento de quienes lo rodeaban.
Paquito, no cabe duda que te vamos a extrañar con esa pulcritud en tu trabajo y elegancia en tu trato que siempre lo acompañaba con frases maravillosas. Dedico con mucho cariño esta columna y deseo de corazón que esté descansando en paz en el Mictlán.