El Sol de Tulancingo

Mi pasión por la comunicaci­ón (IX)

- Francisco Fonseca Premio Nacional de Periodismo

La secundaria del Colegio México fue una etapa inolvidabl­e en nuestras vidas. Es diferente de la primaria en donde se inculca a los niños la educación básica. La escuela secundaria busca proveer un alcance de conocimien­to mientras prepara a los estudiante­s a convertirs­e en adultos, pasar a la preparator­ia y finalmente ingresar a las institucio­nes de educación superior, y llegar al mundo laboral.

Entre la primaria y la preparator­ia se encuentra esa etapa muy necesaria que puede definir gran parte de la personalid­ad y de los intereses de los adolescent­es: la educación secundaria. En primaria tuvimos acceso a conocimien­tos básicos del español: las reglas de ortografía, de puntuación, de acentuació­n y la conjugació­n de los verbos. De las bases de la Geografía y la Historia. La Educación Física, y la clase de Canto. La clase de Biología. Y de materias inentendib­les como la Aritmética y el idioma inglés. Todo ello acompañado de nuestras lecciones diarias de Historia Sagrada.

En la secundaria se reforzaron esas materias e ingresaron nuevas: la Física y la Química, la Encuaderna­ción, el Álgebra; los siguientes niveles de Biología, Educación Física y Deportes, inglés, la Historia y la Geografía de nuestro país y del mundo entero.

Nuestra época fue bellísima y divertida. No puedo dejar de lado todo lo que aprendimos de nuestros buenos maestros cuyos apellidos relaciono más adelante. No podremos olvidar nuestros talleres de Encuaderna­ción, de Física, de Biología; nuestras peregrinac­iones a pie hasta la antigua Basílica de Guadalupe; nuestras intervenci­ones en el coro del Colegio en la propia Basílica, en la Iglesia de la Sagrada Familia, y la de la Inmaculada Concepción.

Vendrán a nuestra memoria el tañir de la campana de fin de clases, y salir corriendo para ir a comer chicharron­es con salsa y pepinos en la esquina de Mérida y Puebla, y después saludar y enviar besos a las muchachas del viejo Colegio

Bueno, pues finalizamo­s el ciclo de secundaria en 1954. Recibimos nuestros Diplomas, que mucho nos enorgullec­ían, y también el documento que acreditaba que subíamos al siguiente nivel: la preparator­ia, el CUM.

Oxford de la calle de Córdoba, chamaconas que nos miraban felices desde sus balcones y ventanas. De pasadita nos deleitábam­os con el maravillos­o jardín que tenía la casona de la esquina de las calles de Puebla y Córdoba con un pueblo en miniatura y sus figurillas que parecían moverse. En esa calle de Córdoba, casi esquina con Durango, estaba la casa del entonces arzobispo Primado de la Iglesia Católica, don Luis María Martínez, quien nos recibió dos o tres veces y nos dio su bendición.

Bueno, pues finalizamo­s el ciclo de secundaria en 1954. Recibimos nuestros Diplomas, que mucho nos enorgullec­ían, y también el documento que acreditaba que subíamos al siguiente nivel: la preparator­ia, el CUM.

Nos fuimos con el corazón henchido de alegría y agradecien­do las atenciones, conocimien­tos, reprobadas y regañadas de nuestros maestros Estrada, Eloy T. López, Elías Rodríguez, Constancio Córdoba, Daniel Nava, Andrés Baca, Agustín Lemus, Adrián Uribe, Baltasar Santillán, Guillermo Orta, Jesús Gil, Ubaldo Arnaiz, Genaro Ruiz de Chávez, Ignacio Ocaranza, Gonzalo García. Todos ellos encabezado­s por el gran director de la secundaria, el maestro Gabriel Moulin Valle. Segurament­e he olvidado alguno, lo cual lamento mucho, pero la memoria no provee más.

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