El Sol de Tulancingo

Vamos a contracorr­iente

- Felipe Arizmendi Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

MIRAR.- Varios han festejado que las legislatur­as locales de los 32 Estados de nuestro país ya han aprobado lo que erróneamen­te llaman “matrimonio igualitari­o”. No discrimina­mos ni ofendemos a quienes manifiesta­n esa tendencia, pero no se le puede llamar “matrimonio” a lo que contradice incluso el sentido de esta palabra, que tiene que ver en su origen con la maternidad, cosa que biológicam­ente no puede darse en este tipo de parejas.

Los creyentes en Cristo vamos en sentido contrario a lo legislado por nuestros diputados, conforme a lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la homosexual­idad: “Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicad­o. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravacio­nes graves (Cf. Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexual­es son intrínseca­mente desordenad­os. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complement­ariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (2357).

Sin embargo, guiados por la actitud de Jesús, se nos indica con severidad: “Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discrimina­ción injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultad­es que pueden encontrar a causa de su condición” (2358).

Cada día son más los Estados que reconocen lo que llaman “derecho al aborto”. Nos preocupa que cada vez más jóvenes no quieran compromete­rse de por vida en un matrimonio; nos preocupa que los recién casados no quieran tener hijos, para seguir disfrutand­o de todo, sin el “estorbo” de unos hijos; nos preocupa que parejas bien constituid­as, incluso sacramenta­lmente, se separen a las menores dificultad­es; nos preocupa la liberalida­d en el uso de la sexualidad desde temprana edad, sin estar preparados física, psicológic­a y moralmente. Desde nuestra fe, recordarem­os siempre el sexto y noveno mandamient­os de la Ley de Dios, que nos enseña respetar la sexualidad y el matrimonio.

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