La democratización de la opinión: objetivo del mundo virtual
Aunque estamos acostumbrados a vivirlo con cierta naturalidad, lo cierto es que las primeras formas de la Web estaban restringidas al usuario común. Para participar en la red, era necesario contar con conocimientos de programación y conocer herramientas q
La Web 2.0 dio el salto a la participación de todos los usuarios: se popularizaron los comentarios, el blog, las redes sociales y la mayoría de las interacciones cotidianas donde, cualquier persona con un dispositivo conectado puede participar crear contenido, opinando y en muchos casos comercializando su trabajo. Las herramientas de creación están disponibles para cualquiera y la mayoría de ellas tienen un uso intuitivo o pueden ser dominadas fácilmente con tutoriales o cursos básicos.
Pero la Web 2.0 y las redes sociales plantean posibilidades ambiguas. Por un lado, la democratización como objetivo, gracias a la que cualquier persona puede exponer su opinión y llegar a públicos muy diversos con ayuda de la globalidad, tiene ventajas incuestionables en contra de la censura que caracterizaba a los medios de comunicación masiva. Gracias a las plataformas es posible conectar con gente de todo el mundo, sin importar si están en México, Europa, Estados Unidos o Asia, conexiones que antaño estuvieron limitadas por los precios de las comunicaciones y los transportes. En este sentido, la Web 2.0 promueve la igualdad comunicativa.
Sin embargo, las presiones de las grandes corporaciones no han desaparecido, es un hecho que, aunque todo el mundo puede expresar libremente su opinión, las plataformas favorecen la de algunas personas que siguen actuando como líderes de opinión, o ahora llamadas influencers, quienes tienen efecto sobre ciertos grupos de población con intereses similares a los suyos. Aunque las opciones se han diversificado muchísimo, es poco probable que una cuenta con dos mil usuarios alcance ser tan viral como una con dos millones. Además, la verificación de las cuentas genera una desigualdad todavía mayor, pues parece que, en esta democracia virtual, algunas personas cuentan con un estatus “superior” al de las otras.
Además, debemos admitir que no todas las opiniones tienen el mismo valor. No debemos confundir opinión con información y en la vorágine que caracteriza a la red, es preciso saber diferenciar. Desgraciadamente, a menudo se confunde tener derecho a decir lo que se quiera decir, con que todo lo que se diga sea válido. Por ejemplo, si bien es legítimo que una persona tiene derecho de exponer su creencia de que la tierra es plana, su opinión no equivale a los resultados de las investigaciones científicas de la física moderna. Lo mismo ocurre en medicina, psicología, ingeniería, historia, filosofía y cualquier disciplina que se nos ocurra. El problema es que confundir opinión con información promueve la confusión. Es preciso contar con herramientas que nos permitan diferenciar críticamente aquello que es válido de lo que no lo es. La libertad de expresión implica que todo el mundo puede opinar de todo, pero hay que entender que no todas las opiniones pueden sustentarse.
Además, las opiniones también deberían estar limitadas por el respeto a los derechos humanos y la salvaguarda de la dignidad. La democratización virtual no puede ser sinónimo de anarquía e inestabilidad, promover discursos de odio, de acoso, fomentar la exclusión de grupos oprimidos, el racismo, la homofobia, transfobia, misoginia, son todas acciones que poco tienen que ver con la libertad de expresión y cuyas consecuencias pueden llegar al delito. La Web 2.0 sigue siendo un espacio social y debe contar con las regulaciones con las que cuenta cualquier otro espacio de convivencia humana.
Como usuarios tenemos la responsabilidad de ejercer nuestros derechos sin afectar los de los demás.