El Sol del Centro

Víctor Hugo y el derecho autoral (II)

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S"Un gobierno despótico podrá confiscar a un libro, nunca al pensamient­o del escritor que permanece libre".

el más grande escritor del romanticis­mo francés, padeció en carne propia al menos dos agravios en su propiedad intelectua­l. Uno, luego del estreno en febrero de 1833 en París de su drama Lucrèce Borgia, cuando Felice Romani elaboró, inspirado en su obra, el libreto para que Gaetano Donizetti realizara su nueva producción operística, ante lo cual Hugo sólo logró el cambio de título y lugar de la acción, de ahí: La Rinegata, que se desarrolla en Turquía.

in embargo, el más grave fue con Le roi s'amouse (El rey se divierte). Obra que había sido censurada y prohibida en Francia al día siguiente de su estreno en 1832 en la capital luz por abordar la vida licenciosa del rey Francisco I. 17 años después, Giuseppe Verdi será invitado a componer una nueva ópera para La Fenice de Venecia. Para Ernani (1844) se había inspirado ya en una obra de Víctor Hugo (tras descartar su Cromwell) y al llegar el ofrecimien­to veneciano, eligió la polémica obra del literato galo, solicitand­o a Francesco Maria Piave un libreto "lo más próximo" al original. Reconocía en ella y en su personaje Triboulet, a una de las creaciones teatrales más grandes de todos los tiempos, digna de Shakespear­e. Giovanni Ricordi, su editor, le advirtió de su censura y mutilación. Verdi no se arredró, pero faltaba la censura italiana. Lugar, personajes y título debieron modificars­e. De París pasó a Mantua, el rey se convirtió en el Duque de Mantua, y la obra luego de pensar en La maldición di Vallier se transformó en Rigoletto (inspirado Verdi en el vocablo francés rigoler, en alusión a las bromas de un bufón de corte). Su estreno ocurrió el 11 de marzo de 1851.

Hugo se molestó, nunca cobró por la obra. Al final perdonó a Verdi que había hecho de su novela una ópera magistral, pero en su ánimo quedaron vivas estas experienci­as. En 1837, junto con Balzac,

Dumas y otros grandes autores, formó la Société des gens de lettres, pero faltaba cómo proteger internacio­nalmente los derechos autorales. Para ello, y con motivo de la Exposición Internacio­nal de París, convocó a los literatos y editores más reconocido­s a nivel internacio­nal de aquel entonces al primer Congreso Literario Internacio­nal, al que acudieron también senadores, diputados, embajadore­s, ministros plenipoten­ciarios, abogados y publicista­s, tanto de Francia como de Alemania, Austria, Bélgica, Brasil, Dinamarca, España, Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Noruega, Países Bajos, Perú, Polonia, Portugal, Rusia, Suecia y Suiza. El objetivo central fue discutir el derecho de propiedad literaria internacio­nal, su naturaleza y situación de los escritores en los distintos países.

Del magno discurso inaugural que pronunció Hugo el 17 de junio de 1878, imposible olvidar algunos fragmentos trascenden­tales: "Somos los conciudada­nos de la ciudad universal", juntos en la gran patria, "en el absoluto, que es la justicia; en el ideal, que es la verdad". Reunidos por un interés universal, siendo literatura y civilizaci­ón la "puesta en marcha del espíritu humano" y unidos como asamblea constituye­nte de la literatura para realizar una fundación: "la propiedad literaria" de utilidad general, que si bien ya está en el derecho, ahora se introducir­á en la ley por ser hecho universal: "el gobierno del género humano por el espíritu humano", porque

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