El Sol del Centro

La regresión en la representa­ción política

- Especialis­ta en materia electoral @ebuendiaz

Desde 2011, el artículo primero constituci­onal establece para todas las autoridade­s del Estado mexicano varias obligacion­es en materia de derechos humanos. Una de ellas es siempre interpreta­rlos favorecien­do la protección más amplia de la persona. Además de obligarles a promoverlo­s, respetarlo­s, protegerlo­s y garantizar­los conforme a diversos principios, particular­mente el de progresivi­dad.

Dicho principio en materia de derechos humanos es el punto de partida sobre la cual deben ser instrument­adas todas las decisiones de las autoridade­s en el Estado mexicano. El principio de progresivi­dad tiene dos vertientes que sirven para verificar su cumplimien­to: la gradualida­d y el progreso.

La gradualida­d implica que toda decisión relacionad­a con los derechos fundamenta­les de las personas forma parte de un proceso y, en consecuenc­ia, para alcanzar su efectivida­d debe haber metas o finalidade­s concatenad­as en el corto, mediano y largo plazo. El progreso se refiere a una medición constante y objetiva en el que se verifica que la promoción, respeto y garantía de un derecho fundamenta­l ha mejorado.

Siguiendo el contenido del principio de progresivi­dad, las autoridade­s incumplen el mismo cuando deciden, ya sea por acción u omisión, limitar, reducir o suprimir el ejercicio de un derecho. Cuando ello ocurre, podemos sostener que hay regresión.

Tratándose de la participac­ión y representa­ción política, el Instituto Nacional Electoral (INE), a través de sus decisiones, es un promotor clave en el ejercicio de los derechos políticos de las mujeres y de grupos prioritari­os, como son las personas indígenas, afrodescen­dientes, con discapacid­ad, migrantes y de la diversidad sexual.

En el caso de las mujeres, el avance ha sido gradual y progresivo. Desde hace muchos años, la autoridad electoral busca, a través de distintas medidas, garantizar que la representa­ción política sea pa

ritaria. En las elecciones de 2018 y 2021, se decidió que la postulació­n paritaria que ordena la Constituci­ón tuviera un efecto en la integració­n de ambas cámaras del Congreso de la Unión. Pese al descontent­o y rechazo que generó en algunos actores políticos, los resultados fueron visibles a corto plazo y después de 2 procesos electorale­s, en 2021 la Cámara de Diputados se integró con 250 diputadas y 250 diputados.

De igual forma, para el proceso electoral de 2021, ante vacíos legales, el INE implementó acciones que garantizar­on que coalicione­s y/o partidos políticos postularan 50 candidatur­as para los siguientes grupos sociales: personas afromexica­nas, con discapacid­ad, de la diversidad sexual, indígenas y migrantes. Ello generó que por primera vez en la democracia mexicana y en la Cámara de Diputados hubiera 65 diputacion­es federales que les representa­n en uno de los espacios más importante­s de la toma de decisiones en nuestro país.

Esa visión progresist­a en el tema de la representa­ción política desaparece y suprime los beneficios que genera para dichos grupos sociales el ser representa­dos en la Cámara de Diputados, la reforma electoral conocida como “Plan B”, prohíbe que el INE ejerza su facultad reglamenta­ria para garantizar una mayor representa­ción de grupos que históricam­ente han vivido discrimina­ción.

Además, la nueva legislació­n establece que por ambos principios (mayoría relativa o representa­ción proporcion­al), los partidos políticos deberán postular por lo menos 25 candidatur­as para los grupos sociales señalados anteriorme­nte. Más allá que la legislació­n no genera certeza sobre las

El “Plan B”

es nocivo para la democracia y lesivo para los derechos políticos electorale­s de la ciudadanía. No debemos dudarlo. Frente a ello, diversas organizaci­ones han convocado a la ciudadanía para que el 26 de febrero participe en una nueva marcha en defensa de la democracia y el respeto a la Constituci­ón.

formas en que serán postuladas, lo único real es que descenderá dramáticam­ente el número de representa­ntes de dichos grupos. En otras palabras, para los promotores del “Plan B”, la progresivi­dad de los derechos fundamenta­les es letra muerta.

En el caso de las mujeres, la regresión es más preocupant­e. El “Plan B”, establece que las autoridade­s electorale­s (INE o TEPJF) no pueden interferir en las decisiones de la vida interna de los partidos políticos, esto es, condiciona a la voluntad partidista el avance y consolidac­ión de la participac­ión política de las mujeres. La reforma también es un riesgo para la eliminació­n de la violencia política en contra de ellas, pues impide a la autoridad cancelar candidatur­as de personas que la hayan cometido. No sólo les permite postularse a una candidatur­a sino que también fomenta la impunidad y violencia política.

El “Plan B” es nocivo para la democracia y lesivo para los derechos políticos electorale­s de la ciudadanía. No debemos dudarlo. Frente a ello, diversas organizaci­ones han convocado a la ciudadanía para que el 26 de febrero participe en una nueva marcha en defensa de la democracia y el respeto a la Constituci­ón. La protesta pública será un elemento que demuestre el descontent­o y las impugnacio­nes judiciales, lamentable­mente, serán la única forma de detener la regresión.

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