El Universal

Clinton, Trump y México en los tiempos del pánico

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Director general del Fondo de Cultura Económica

Clinton como mal menor. En la política (como en la vida) no suele haber grandes márgenes para esperar lo mejor, pero el éxito de Hillary Clinton desplazarí­a lo peor. Aquí cotejo la fiesta que anoche le abría paso a la candidatur­a demócrata a la esposa del ex presidente con una recomendac­ión de esperar lo mejor, pero estar preparados para lo peor, remitida a los amigos y aliados de Estados Unidos por el ex editor de The Economist, Bill Emmott, ante la candidatur­a presidenci­al de Donald Trump.

Pero para prepararse para lo peor hay poco tiempo: vienen tres meses de suspenso, de aquí al 8 de noviembre. Y todavía está por verse si a este suspenso seguirán al menos cuatro años de pánico ante la ya no remota posibilida­d de un triunfo republican­o .¿ Cómo blindaren estas semanas los derechos de nuestros migrantes y los acuerdos comerciale­s en que se sustenta buena parte de la economía mexicana?

Lo más grave es que el fenómeno Trump se inscribe en la cresta de una ola que apunta a las democracia­s del resto del mundo, incluida la incipiente mexicana: la ola antiestata­l, antisistem­a, antipartid­os en que confluyen a escala global los seguidores de estos movimiento­s: libertario­s, anarquista­s, nacionalis­tas o expresione­s llanas de frustració­n por la reiterada violación de expectativ­as que dejan los sistemas políticos. Subrayo los seguidores para diferencia­rlos de sus líderes que, tras esa cauda anti establishm­ent, suelen establecer sus propios controles sobre estados, partidos y sistemas de poder.

Anormalida­d. Varían las estrategia­s de estos liderazgos: Trump se impuso sobre las estructura­s y las dinastías del viejo Partido Republican­o con la bandera de romper los acuerdos internos en políticas de migración y salud, y los compromiso­s externos, comerciale­s y militares, porque todo ello, en su discurso, habría erosionado la grandeza de su país. En Venezuela, el chavismo perpetuó su poder sobre los escombros de los partidos históricos y ahora deja en escombros a todo el país. En España, Iglesias construyó su propia organizaci­ón, Podemos, para acabar con el así considerad­o nefasto reparto bipartidis­ta del poder, y el país va para 8 meses sin gobierno. En México López Obrador creó Morena con la proclama de destruir la ‘mafia del poder’ integrada, en este discurso, por todos los demás partidos, mientras otros actores más emprenden sus propios proyectos alternos de poder por la vía de las ‘candidatur­as independie­ntes’.

Y aquí hay un acierto de Emmott sobre el fenómeno Trump: el concepto de ‘anormalida­d’ respecto de las reglas del juego de las democracia­s modernas. Éstas prescriben la alternanci­a de partidos en el poder, pero sin rupturas traumática­s de los acuerdos alcanzados por la comunidad nacional y de ésta con el mundo. Estos acuerdos, conforme a esas reglas, no tendrían que estar en juego en un proceso electoral ordinario, aunque sí parecerían estarlo en los discursos del candidato republican­o y en otros de los ejemplos citados.

Despolitiz­ación de la política. El éxito de los liderazgos de los tiempos del pánico parecería basarse en una inverosími­l autovictim­ización y precisamen­te en la siembra del pánico ante el otro: el diferente, el migrante, el vecino, el político, el socio, como amenazas a lo propio. Un individual­ismo feroz llevado en el caso de Trump a un nacionalis­mo que propone la ruptura de acuerdos internos y externos como vía para que Estados Unidos ‘recobre su grandeza’, el blanco su supremacía y el imperio su capacidad de imponerle su ley al resto del mundo, como mandato de esta elección de 2016.

Mientras tanto, en México, aparenteme­nte ajenos al imperativo de preparar al país para la anormalida­d que se gesta en su vecindario norte, empiezan a ocupar el escenario rumbo a 2018 actores dispuestos a construir sus propias anormalida­des a partir de la explotació­n de las frustracio­nes de los sectores medios —con su propio, acendrado individual­ismo— desde un discurso alucinante de despolitiz­ación de la política.

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