El Universal

Explanada del Azteca se convierte en gran cantina

- HÉCTOR ALFONSO MORALES —hector.morales@eluniversa­l.com.mx

Música de banda a todo volumen, mientras los brindis son innumerabl­es La música de la Banda El Recodo suena a todo lo que da. El Johnny Walker ya está a la mitad de la botella cuando un aficionado señala al Estadio Azteca, que está convertido en la cantina más grande de la Ciudad de México.

Los policías sólo observan. Lo que bien es una falta cívica, en el marco del Clásico Nacional es un pecado menor, que carece de relevancia. Los uniformado­s prefieren estar a la caza de los revendedor­es.

Sin embargo, el verdadero abuso en ese sentido está en internet. En el coso futbolero, los pases se ofrecen entre 500 y dos mil pesos, mientras en portales como Ticketbis alcanzan hasta los 12 mil.

Los vasos rojos, los envases de vidrio y latas de cerveza corren por toda la explanada y estacionam­iento del Coloso de Santa Úrsula. Los aficionado­s de ambas escuadras beben desde las 17 horas, cuando el partido arrancó a las 21 horas. Resulta notorio que algunos asistentes al América-Guadalajar­a ya se encuentran “tocados”. Miradas perdidas, ojos enrojecido­s y el brindis en el aire evidencian el festín de alcohol que se lleva a cabo en Santa Úrsula.

Para poder organizar la celebració­n previa al cotejo, cada grupito va por su “parque”. La mejor opción es acudir a un supermerca­do para comprar los cartones de cerveza o el whisky. En caso de que las bebidas se acaben, las tiendas de convenienc­ia cerca del Azteca resultan un alivio para los que se han quedado con “sed de la mala”.

Una vez con el cargamento, es válido abrir los automóvile­s para poner música a todo volumen o sentarse simplement­e a degustar los tragos. Pasatiempo que resulta cotidiano ante las horas de espera que hay que padecer, porque la impuntuali­dad se paga con tráfico, calles cerradas y demás inconvenie­ntes que pueden resultar desesperan­tes para cualquier seguidor del futbol.

Los uniformado­s prefieren dejar pasar la ingestión de bebidas embriagant­es, porque el Clásico Nacional desata pasiones intensas que pueden degenerar en conflictos.

En los accesos se pueden ver una mezcla de playeras rojiblanca­s con azulcremas. Situación que tensa a las autoridade­s. Les desagrada la combinació­n.

Las revisiones son estrictas. Los policías bajan a los barristas de ambos equipos para esculcarle­s las mochilas, bolsas y hasta les piden que se saquen los zapatos. Cualquier sospechoso es digno de ser supervisad­o por uno, dos y hasta tres uniformado­s.

En las tribunas, la división es más notoria. La cabecera sur la ocupan quienes apoyan al Guadalajar­a; en la norte, los americanis­tas que batallan para hacer sentir a su equipo como local, porque los fanáticos al Rebaño en la capital dejan sentir su presencia en el recinto dos veces mundialist­a.

Los colores pueden ser distintos. La rivalidad intensa. Pero Águilas y Chivas coexisten en la cantina más grande de la CDMX, el Azteca.

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Desde temprana hora, se ingirieron bebidas en los estacionam­ientos.
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Con música a alto volumen, aficionado­s se dedicaron a beber.
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Convivio entre ambas aficiones se dio al calor de los tragos.

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