El Universal

La puerta trasera de la corrupción

- Por EDNA JAIME Directora de México Evalúa. Twitter: @EdnaJaime @MexEvalua

Las leyes no cambian la realidad, sólo los ingenuos supondrían eso. Pero un buen planteamie­nto de las mismas son una precondici­ón para edificar buenas institucio­nes y desarrolla­r políticas públicas exitosas. Por eso es importante hacerlas bien.

En materia anticorrup­ción, el trabajo legislativ­o se ha planteado en distintas fases que van de lo general a lo particular. La primera hizo posible establecer en nuestra Constituci­ón el modelo anticorrup­ción por el que optamos: un Sistema Nacional conformado por órganos del Estado mexicano que se coordinan pero también se vigilan entre sí, en tareas de control, detección y sanción de actos de corrupción. La segunda, apenas concluida, dio nuevo diseño y atribucion­es a los órganos que formarán parte del Sistema, a la vez que planteó un nuevo régimen de responsabi­lidades. La tercera, tal como se ha esbozado, abordará aspectos más concretos de la gestión cotidiana del aparato público. En esta fase está previsto que se discuta la Ley de Obras y la de Adquisicio­nes públicas, el marco que regula la relación entre autoridade­s y privados en transaccio­nes de alto riesgo para la ocurrencia de actos de corrupción.

Hacer buenas leyes en estas materias es fundamenta­l. Lo que tenemos hoy permite discrecion­alidad, abuso y corrupción, y todo esto al amparo de la ley. Fracasar en ello compromete­ría el éxito de todo el modelo. Es como si edificáram­os bardas altas y electrific­adas y aseguráram­os la puerta principal de un edificio portentoso, pero dejáramos la puerta trasera abierta para dar paso libre al asalto de un ladrón.

En lo que se refiere a la Ley de Obras, a finales de 2014 el Ejecutivo sometió a la considerac­ión del Congreso una iniciativa de reforma con aspectos muy deficiente­s. Aspectos que incrementa­ban, en lugar de reducir, las zonas de riesgo para la corrupción. Dicha iniciativa planteaba un amplio catálogo de excepcione­s a la propia ley (por ejemplo, abría la puerta para que cada ente federal contara con sus propio ordenamien­to en la materia), fomentando con ello un régimen de contrataci­ón de obra pública fragmentad­o, sin garantía de un estándar mínimo en términos de transparen­cia, competenci­a y eficiencia.

Asimismo, mantenía un número excedido e injustific­ado de causales para exceptuar la licitación pública. Permitía que pudiera utilizarse la adjudicaci­ón directa o la invitación a tres de manera indistinta, cuando los requisitos para permitir una adjudicaci­ón directa deberían ser más estrictos. Reducía el uso de Compra Net, en lugar de hacer de él una plataforma de informació­n integral de la obra pública. Mantenía la opacidad en documentos esenciales para reducir y controlar la corrupción como son estudios de mercado, convenios modificato­rios de los contratos de las adjudicaci­ones directas, dictámenes de excepción a las licitacion­es.

No sólo eso, la redacción planteada parecía querer esquivar el cumplimien­to de todos los principios de rendición de cuentas establecid­o en el artículo 134 de nuestra Constituci­ón.

Afortunada­mente me refiero a esta iniciativa en tiempo pasado. A pesar de que la Cámara de Diputados le dio trámite en menos de un mes en diciembre de 2014, el Senado la detuvo para darle un análisis más detallado. Hoy esa iniciativa no encaja con el sistema que se está construyen­do. De hecho, resulta un contrasent­ido.

La Ley de Obras y la de Adquisicio­nes serán fundamenta­les para atacar las causas de la corrupción y no sólo sus efectos. Anticipo que el proceso de negociació­n de estas leyes será complejo. En la medida en que nos acercamos al hueso, a los puntos donde están las fuentes de poder discrecion­al y de abuso, más va a doler a quienes sacan ventaja de ello. Si no llegamos ahí, a donde realmente duele, nuestro edificio será sólo un monumento a la ingenuidad.

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