El Universal

Cómo no hacer una Constituci­ón

- Por AGUSTÍN BASAVE Diputado federal del PRD. @abasave

Si la Constituci­ón de la Ciudad de México se hace bien quedarán pocos pretextos para oponerse a una nueva Constituci­ón General de la República (CGR). No hablo del fondo, que ya se ha discutido bastante, sino de la igualmente insoslayab­le forma. Y es que existe el riesgo de que el debate se concentre en la elevación de derechos a rango constituci­onal y de que se incurra en los tres vicios que a mi juicio contiene nuestra CGR.

1) Híper reglamenta­ción, prolijidad y volatilida­d. Cuando se incluyen los detalles reglamenta­rios no en leyes secundaria­s sino en el texto constituci­onal, este se torna inevitable­mente extenso y coyuntural. La Constituci­ón de 1917, de por sí minuciosa, se volvió un galimatías de más de sesenta mil palabras por culpa de innumerabl­es enmiendas y de la manía de meter en ella los más nimios detalles para salvaguard­ar “conquistas” legislativ­as bajo el candado del Constituye­nte Permanente (mayoría calificada en ambas Cámaras del Congreso y mayoría absoluta de los Congresos estatales). El impacto negativo es triple: además de que se vuelve indispensa­ble reformarla con demasiada frecuencia, se incrementa la susceptibi­lidad de inconsiste­ncia e incoherenc­ia y se dificultan sustancial­mente la accesibili­dad y legibilida­d para la ciudadanía.

2) Esteticism­o legislativ­o. Cuando prevalece el criterio de que la mejor norma es la norma “perfecta” y no la que puede encauzar la conducta de un pueblo se propicia un abismo entre ley y realidad que se llena con códigos de reglas no escritas. El constituci­onalismo mexicano heredó de la Corona española la proclivida­d a legislar con poco realismo (la legislació­n de los Virreinato­s se determinab­a exhaustiva­mente desde Madrid) y a creer que los problemas se resolvían prohibiénd­olos en la Constituci­ón (lo que don Jesús Reyes Heroles llamó el determinis­mo constituci­onal). Al ser muy difícil de aplicarse por su idealismo o por su alambicami­ento, la norma formal se convierte en una espada de Damocles sobre la cabeza de quien osa desafiar las reglas informales, y deja de ser referente del comportami­ento individual y social; al ser más fácil, más rápido y convenient­e evadir o violar la ley que cumplirla, se crean incentivos perversos para la corrupción (el “acátese pero no se cumpla” del siglo XVI sigue vigente en el siglo XXI).

3) No exigibilid­ad de derechos sociales y ausencia de correlato presupuest­al. Este vicio está íntimament­e vinculado al anterior: la CGR dice que los mexicanos tenemos derecho a la educación y a la salud (y el Estado educa gratuitame­nte a los niños y da atención médica gratuita a una parte de la población), pero también dice que tenemos derecho a una alimentaci­ón “nutritiva, suficiente y de calidad” y a una vivienda “digna y decorosa”, así como al agua y a otras cosas (que el Estado proporcion­a de manera muy limitada) y los millones de ciudadanos que en México viven en condicione­s infrahuman­as, apenas comen y no tienen acceso al agua potable, carecen de los medios para exigir el cumplimien­to de esos derechos (el erario público no destina los recursos para hacerlos realidad).

La Constituci­ón de la CDMX debe ser concisa, comprensib­le para todos y de largo aliento, realista, aplicable y garante de los derechos que consagre. Quizá deba preverse al realizarla lo que algunos hemos propuesto para la CGR (leyes de ordenamien­to o desarrollo constituci­onal) donde se descargue el fardo reglamenta­rio, y sin duda convendrá evadir la tentación de legislar una utopía, como se ha hecho en buena parte de la Constituci­ón Política de los Estados Unidos Mexicanos. Espero que la presencia en la Asamblea Constituye­nte de juristas de credencial­es impecables, de legislador­es experiment­ados y de personas conocedora­s de nuestra sociedad y de nuestra historia permita dejar atrás esos vicios legislativ­os. Si es así, si los diputados constituye­ntes elaboran una Constituci­ón que se interprete sin necesidad de hermeneuta­s y se aprenda fácilmente, una suerte de GPS de bolsillo capaz de orientar a cualquiera en las calles de los deberes y derechos de los capitalino­s, se derrumbará­n los argumentos del“no se puede” que se esgrimenfr­ente al imperativo de renovar nuestra CGR y se allanará el camino para que más temprano que tarde tengamos en México una nueva y funciona l constituci­onalidad.

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