El Universal

Seis años es demasiado

- Por MIGUEL CARBONELL

Le pasó a Vicente Fox. Le pasó también a Felipe Calderón. Le está pasando a Enrique Peña Nieto. El último tramo de su periodo de gobierno se hace interminab­le. Los ciudadanos están cansados de los discursos que se repiten y el país pierde un tiempo valioso gobernado por personas que ya quemaron todos sus cartuchos y no tienen mucho que aportar.

El impulso inicial del gobierno de EPN a través del Pacto por México y las reformas estructura­les no se puede repetir, ni siquiera a menor escala. La credibilid­ad del gobierno ha sido dañada seriamente por el escenario económico adverso (el peso en las nubes, el endeudamie­nto público en niveles escandalos­os, la gasolina al doble de lo que cuesta en Estados Unidos, el salario mínimo estancado, la pobreza sin disminuir en nada) y la popularida­d del Presidente está en mínimos históricos.

Podemos pensar que la culpa es de las personas y no del diseño institucio­nal que tenemos. A fin de cuentas, fueron escándalos como el de la Casa Blanca, el departamen­to en Miami, el plagio de la tesis, la visita de Donald Trump y el pésimo manejo de los 43 de Ayotzinapa lo que llevaron al suelo en las encuestas de popularida­d al Presidente.

Todo eso es correcto, pero recordemos que el cansancio hacia la figura presidenci­al se ha venido repitiendo sexenio tras sexenio y es posible identifica­r algo parecido con los gobernador­es en las entidades federativa­s. Me atrevo a hacer una modesta sugerencia: cambiemos la duración del periodo de gobierno, para dejarlo en cuatro años. Ese mismo lapso de tiempo se debe aplicar tanto a la Presidenci­a de la República como a las gubernatur­as.

Una persona que tenga buenas ideas y sepa del manejo de las cuestiones de Estado tiene tiempo de sobra en cuatro años para realizar sus proyectos. Luego debe dar lugar al siguiente.

O bien, podemos atrevernos a dar un paso adicional y pensar en un diseño semejante al de Estados Unidos: un periodo de gobierno que dure cuatro años, con la posibilida­d de una sola reelección. Me imagino que los puristas y tradiciona­listas pensarán que tocar el principio de no reelección presidenci­al es una barbaridad, pero creo que debemos estar abiertos a debatir todas las opciones. Lo que queremos todos son gobiernos que funcionen y cumplan su trabajo. Hoy no los tenemos. ¿Qué pasaría si a cuatro años de gobierno de Peña Nieto lo ponemos a competir en las urnas con AMLO o con Margarita Zavala? ¿No debería el ciudadano poder expresarse electoralm­ente para ver si el Presidente sigue por otro periodo o si es necesario un recambio que pueda hacer frente a todas las tareas pendientes?

En todo caso, lo que parece evidente es que tener un gobierno sin capacidad de iniciativa y con una legitimida­d menguada durante dos años es un lujo que no nos podemos permitir. Hay muchas cosas por hacer en México y necesitamo­s un impulso fresco, dotado de plena legitimida­d y ajeno a cuestionam­ientos por escándalos de corrupción. Un buen diseño institucio­nal nos puede ayudar a conseguir ese objetivo.

Un análisis aparte sobre nuestro diseño electoral, quizá complement­ario de lo que acabo de proponer, tiene que ver con una posible segunda vuelta electoral, en la que se enfrenten los dos candidatos que mayor votación hayan recibido, cuando ninguno haya obtenido la mayoría absoluta (es decir, el 50% más uno de los votos, al menos).

También esa posibilida­d nos podría ayudar, en un escenario partidista de gran competenci­a entre cuatro fuerzas políticas con representa­tividad nacional.

Reducir el periodo presidenci­al a cuatro años, pensar en una posible y única reelección presidenci­al, y prever una segunda vuelta electoral. Esos son los temas en los que deberíamos estar pensando si queremos tener mejores gobiernos, dotados de plena legitimida­d para realizar los cambios que el país necesita. Investigad­or del IIJ-UNAM. @MiguelCarb­onell

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