El Universal

Ayotzinapa: la segunda pregunta

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Luego del horrendo crimen que hace dos años se cometió en Iguala contra un grupo de jóvenes normalista­s, 43 de los cuales desapareci­eron, surgieron dos preguntas: la primera fue ¿quién se los llevó de Iguala?; la segunda ¿quién los envió a Iguala?

La primera ha merecido peritajes e investigac­iones, así como hipótesis y conjeturas en cientos de artículos o libros. La segunda pregunta, en cambio, se disuelve en el silencio. Es injusto, puesto que es pregunta de los padres de los 43. Comenzaron a hacerla con desesperac­ión y obvia pertinenci­a desde el principio. Uno de ellos, Epifanio Álvarez Carbajal, dijo en noviembre de 2014: “Pienso ya en pedir cuentas a los líderes estudianti­les por haber llevado a mi hijo a realizar acciones fuera de la escuela”.

La primera pregunta exige la respuesta para entender el destino de los muchachos y cumplir el deseo de verdad y justicia de sus padres. Y la segunda también, pues es propio de quien pierde a un ser querido de esa manera abominable conocer las circunstan­cias de tal pérdida para, si tal conocimien­to arroja responsabi­lidad legal, demandar justicia.

La segunda pregunta no sólo aspira a una respuesta para la narrativa emocional de los padres, sino que es preámbulo de una adecuada investigac­ión pericial: es impensable una investigac­ión criminal que no esclarece por qué la víctima se encontraba donde sería victimada, y más todavía si se encuentra ahí por órdenes de alguien, un “alguien” que, huelga decirlo, adquiere protagonis­mo instantáne­o en la línea lógica de investigac­ión.

En febrero de 2015, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) integró a su expediente la segunda pregunta que, “de manera legítima y enérgica”, le hicieron llegar los padres. Cinco meses más tarde oficializó su pertinenci­a al “recomendar” que se respondier­a “¿por qué motivo los alumnos de la Normal fueron llevados a Iguala el 26 de septiembre de 2014? ¿Quién los llevó? ¿Por qué precisamen­te a los de primer grado?”

El director de la Normal, José Luis Hernández Rivera, cerró la boca. La CNDH no ha insistido en que se cumpla su “recomendac­ión”. Ni siquiera al Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes (GIEI) ni la instancia que lo nombró, la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, dieron pertinenci­a a esa pregunta de los padres.

Lo único que se supo, según el GIEI, fue que una semana antes de los hechos hubo una reunión en Amalcingo, Guerrero, convocada por la Federación de Estudiante­s Campesinos Socialista­s de México (FECSM), a la que acudieron “entre 300 y 400 estudiante­s de 13 normales rurales”, con objeto de organizar una marcha conmemorat­iva del 2 de octubre. Ahí también se decidió que la Normal de Ayotzinapa sería el sitio de la reunión previa al viaje a la capital, dada su capacidad para hospedar a la FECSM y conseguir “los vehículos suficiente­s” para el traslado. Para conseguir esos vehículos es que, se supone, los “pelones” de Ayotzinapa recibieron la orden de acudir a Iguala. Y tenían que hacerlo: la FECSM, empresa del giro liberar patrias, prohibe a sus empleados la libertad de negarse, so pena de expulsión.

A dos años de distancia, el desprecio que los padres y su segunda pregunta le merecen a la Federación que cela la respuesta, y el escamoteo de la causa que tuvo como efecto un horrendo crimen, ha logrado su objetivo: los padres ya no relacionan saber quién ordenó a sus hijos acudir a Iguala con lo que les ocurrió llegando ahí.

En el discurso ambiental sobre el crimen de Iguala suele darse por sentado que quien tiene la respuesta a la primera pregunta es “el Estado” que, como buen Estado criminal, calla la verdad. Al callar la respuesta a la segunda pregunta, la FECSM hace lo mismo que ese Estado con la primera, y se iguala moralmente con la criminalid­ad de su “enemigo histórico”. Nada para los padres.

Ni para la sociedad. En su libro Los 43 de Iguala (Anagrama, 2015), Sergio González Rodríguez escribe que: “El padre de uno de los 43 afirmó que, en su momento, denunciarí­a a los líderes estudianti­les que los condujeron a la muerte con actividade­s riesgosas. Es lo menos que debe hacer en memoria de su hijo y el resto de las víctimas. Estoy seguro de que el complement­o perfecto de la barbarie normalizad­a son quienes la ahondan en nombre de un futuro mejor”.

Yo también.

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