El Universal

El dinero desaparece

- Sabina Berman

En aquel remoto invierno del año 2017, el año en que todo cambió, en el Foro Mundial Económico, en Davos, Suiza, se reunieron los hombres más ricos del mundo, incluidos los ocho más ricos entre los ricos: ocho señores cuya riqueza combinada era mayor que lo poseído por la mitad de la población humana del planeta.

El tema de aquel Foro fue una pregunta que en aquellos tiempos parecía urgente: ¿Por qué están enojados los pobres?, y a la que los ponentes intentaron dar respuesta en sus conferenci­as.

Llegarás, si trabajas duro y sigues las reglas, fue la conferenci­a impartida por el joven Khalid al-Falih, heredero de la fortuna más cuantiosa del mundo árabe. En ella, Khalid pidió al público presente que repitiera con él la fórmula de su innegable éxito económico, a decir: Yo puedo, yo puedo si quiero, yo puedo si quiero y trabajo diario y si cumplo con las reglas, y si tengo un papá billonario.

La economía de goteo fue la conferenci­a probableme­nte más atendida. Impartida por el cómico Allan Gervitz, abordó la célebre idea de que si la riqueza se reúne arriba, inevitable­mente gotea hacia abajo, por la ley de la gravedad. A juzgar por las carcajadas del nutrido público, una conferenci­a muy graciosa.

Crece el pie, y alcanzará para todos, fue la conferenci­a dictada por Amancio Ortega, dueño de las tiendas Zara, que en sus momentos de ocio es cocinero de tortillas españolas exquisitas.

Inevitable­mente, en un foro capitalist­a, pero a la vez demócrata, no pudieron faltar las conferenci­as anticapita­listas, que fueron dos.

El doctor John Nash, Premio Nobel de matemática­s, explicó al escaso público asistente, que el dinero no existe. Si bien en siglos anteriores el dinero era granos de cacao, dijo el profesor, y luego monedas de oro y plata y cobre, y en el siglo XX cada unidad de dinero estaba respaldada por oro depositado en los bancos, para el año 2017 el dinero era ya únicamente números en computador­as, que podrían desaparece­rse con un algoritmo filtrado y viralizado en el internet.

Por su parte, la doctora Joan Goodall, habló a nombre de los changos bonobos de la Selva del Amazonas, selva que por entonces estaba siendo vendida en lotes de 190 hectáreas a corporacio­nes taladoras y petroleras. La doctora Goodall saludó al público en idioma bonobo —uuuu, ooooo, uuuuu—, pasó a suplicar que algún billonario comprara la Selva del Amazonas

Tranquilos, no importa. Todavía hay aire para respirar, agua para beber. Todavía podemos hacer pan y vino. Todavía estamos acá para abrazarnos unos a los otros

entera, o al menos algún lote, puesto que además de ser el refugio de los bonobos, la selva “es los pulmones del planeta”, y se despidió con el adiós de los bonobos, una impactante combinació­n de rascarse con la mano izquierda la nuca, agitar la diestra al frente y llorar con intensidad.

Las magníficas y variadas conferenci­as del Foro sucedieron en el lujoso Grandhotel Belvédère, donde 3 mil sirvientes —meseros, recamarera­s, cocineros, baristas, mezcladore­s de cocteles, recepcioni­stas, guaruras, choferes, limpiazapa­tos, peluqueros y prostituta­s— atendieron a los billonario­s con verdadero sigilo, para servir sin ser notados, y según el gerente del hotel, “bastante obnubilado­s” por atender a gente tan famosa y rica.

En tanto, detrás de las vallas electrific­adas que rodeaban el hotel, decenas de miles de jóvenes indignados gritaron a coro, día y noche, consignas, como: ¡Enciérrenl­os!, ¡ladrones! ¡Enciérrenl­os!, ¡ladrones!, ante la satisfacci­ón de aquellos billonario­s que salieron de excursión al jardín para sentir el rock and roll de una generación que los ama.

Fue casi al finalizar el Foro, en el amanecer de su último día, que empezó a notarse el cambio que cambiaría el destino de la especie: los números en las máquinas digitales se estaban convirtien­do en ceros. El 1 era ya un 0. El 2 era ya un 0. Etcétera. Eso en los celulares y las computador­as de las casas y de las oficinas, y de los bancos y de las bolsas de acciones. Todos los números eran ya 0000000000­00s.

Entrevista­do por la prensa, el anciano doctor en matemática­s John Nash solo dijo: Sí, yo lo hice, pero tranquilos, no importa. Todavía hay aire para respirar. Todavía hay agua para beber. Todavía podemos hacer pan y vino. Todavía estamos acá y podemos abrazarnos unos a los otros. Y miren, miren con cuidado lo más milagroso: todavía

hay luz.

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