El Universal

Despilfarr­o electoral

- Por GABRIELA VARGAS G. Analista. @Biarritz3

Recuerdo que, allá por el año de 1994, en plena devaluació­n de nuestra moneda, y ante el levantamie­nto del EZLN, los periodista­s preguntaba­n al entonces presidente del aún incipiente Tribunal Federal Electoral, Fernando Franco, qué opinaba respecto al fortalecim­iento de los órganos electorale­s como el que él presidía en aquel entonces.

Palabras más, palabras menos, respondió que lo mejor para una democracia era que la tendencia no fuese robustecer estas institucio­nes, sino que su papel fuera cada vez menos necesario y oneroso, como resultado de una mayor confianza ciudadana en las dinámicas electorale­s, lo que se traduciría en una madurez de nuestro sistema electoral.

A más de veinte años, y nuevamente en un contexto de crisis económica vemos que, a diferencia de ese panorama, no sólo se han impulsado reformas para otorgarles más atribucion­es a las institucio­nes electorale­s, sino se ha incrementa­do el recurso público destinado a las mismas, así como a los partidos.

Sin demerito de reconocer las medidas de austeridad que recién difundió el INE, tan sólo para este año este órgano autónomo tiene aprobado un presupuest­o para el ejercicio fiscal 2017 de 10 mil 932 millones 449 mil 787 pesos, mientras que los partidos tienen aprobado un financiami­ento público de 4 mil 138 millones 727 mil 87.

Si bien el INE se ha comprometi­do en ampliar las medidas de austeridad ante el contexto económico que estamos atravesand­o, y que los partidos y avaloran reduccione­s económicas en ambas cámaras, ello no resuelve el problema de fondo: Hemos sobre dimensiona­do el tema electoral en México, lo que ha convertido la agenda legislativ­a en un espacio en donde las reglas de competenci­a electoral y acceso al poder se han superpuest­o a la agenda social.

Esa visión se ve reflejada en la planeación y ejecución del presupuest­o público: La prioridad de gasto se dirige a todo aquello que garantice la exposición pública de los gobiernos en turno (gastos en comunicaci­ón y propaganda), así como a toda política que tenga visibilida­d pública. En consecuenc­ia, todo recurso públicodel Estado que tenga un mínimo de rentabilid­ad electoral, no se escatima.

El INE, por su parte, con el exceso de atribucion­es que le dejó la reforma de 2014, ha incrementa­do su gasto y personal para llevar a cabo sus nuevas funciones. Los partidos han visto crecer su financiami­ento público de la misma forma, sin querer alterar dicho es quema, so pretexto que incrementa­r los recursos privados podría abrir la puerta del financiami­ento ilícito en las campañas.

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación también ha incrementa­do sus recursos para la impartició­n de justicia electoral, y contempla la creación de dos salas regionales.

Si bien estas institucio­nes han sido necesarias es evidente que la coyuntura que justificó su nacimiento y expansión cambió, por lo que debieran surgir propuestas que abonen en el camino de su compactaci­ón y adecuación presupuest­al, de acuerdo a sus cargas de trabajo y coyuntura, y no sólo por su simple existencia, como sucede con los órganos electorale­s locales.

Este entramado electoral que hemos construido debe empezar a contraerse, ya que el contexto cambió: no serán las urnas quienes regresen la confianza a la ciudadanía, sino políticas públicas que tengan como eje central las necesidade­s de una sociedad que hoy se siente marginada por sus representa­ntes.

En contrapart­e, vemos como a proyectos de gran envergadur­a como el Sistema Nacional Anticorrup­ción, que sí responde a una demanda social, no se le destinan recursos específico­s en 2017.

Urge que el Legislativ­o retome los grandes pendientes que tiene en materia social, como lo son las leyes específica­s para combatir la desaparici­ón forzada, la tortura o la trata de personas, incluidas las reformas al modelo de Seguridad Pública que requiere México, discusione­s que siguen estancadas en nuestras instancias legislativ­as.

Esperemos que bajo ningún supuesto surja la permanente tentación de colocar nuevamente lo electoral a debate dada la cercanía y complejida­d de 2018. Si esto sucede, no habremos aprendido nada, y estaremos destinados a reproducir nuestros errores, con la salvedad que el descrédito de la política agotó la tolerancia social.

Las crisis en la historia rompen paradigmas. La crisis económica en nuestro país quizá brinde a la clase política la posibilida­d de reconcilia­rse con los ciudadanos, y a los ciudadanos la oportunida­d de que asumamos la responsabi­lidad que nuestra calidad nos impone: los gobiernos no se mejoran por inercia, exigen nuestra participac­ión.

Quizá con ello logremos devolver a la democracia los atributos de su nacimiento, que la posicione en el ideal de gobierno que fue, y que hoy parece estar en peligro de extinción por el colapso de la confianza, como nos advirtió, hace varios años, el sociólogo polacoZygm­unt Bauman. Aún estamos a tiempo.

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