El Universal

Facebook

- Por ARNOLDO KRAUS

Temprano por la mañana, como todas las mañanas, Jessica tomó, antes de salir de la cama, su celular. Con él se encaminó, como todas las mañanas, al baño. En el escusado, como todas las mañanas, justo cuando empezaba a orinar, abrió Facebook. “Los sucesos nocturnos no deben aguardar”, le había dicho hace tres años, Javier, uno de sus grandes amigos. “¡Caray!, sólo a 7 mil 213 personas les gustó la foto que subí ayer antes de acostarme”.

Obsesionad­a por su popularida­d, tanto en el baño como en su cuarto y en la cocina, Jessica guardaba unos fólderes donde llevaba algunas estadístic­as. Un tanto decepciona­da, e incluso quizás un poco angustiada, buscó los datos de los últimos días:

Viernes. A 18 mil 398 personas les gustó la foto que subí (no era para menos: estaba esquiando en Vail). A 222 mil 324 personas les encantó el video que subí (lo mismo pero no igual: a mi lado estaba, sin gorro, sólo con bufanda, Brad Pitt. Él tomaba una cerveza en una cafetería. Me acerqué y le dije, por supuesto en inglés, “tienes razón, todo mundo lo sabe, Angelina Jolie se aprovechó de ti”, “yes”, respondió, “¿puede mi amiga tomarnos un pequeño video?, “yes, one minute, no more, ok?”, “ok”, respondí. Después de la filmación le pedí permiso para subirlo a las redes, “yes, adiós”. “Thanks, forever”, me despedí.

Domingo. Escribí en el muro: “Fue increíble encontrarm­e con Brad. Nunca me habían abrazado así”. En menos de una hora recibí 29 mil 345 likes. Muchos, 23 mil 453, miembros de mi vida, y el resto (no haré la resta, me da flojera) de personas desconocid­as pero miembros activos de las redes. Nunca un texto mío había sido recibido con tanto entusiasmo (me imagino que algo similar le sucede a… a… un momento, voy a abrir la computador­a… ¡¡¡¡¡ ya !!!!!! , a J. K. Rowling, la mamá y creadora de Harry Potter). Alma, mi compañera de toda la vida, se emocionó de tal manera que no dejó de mandar comentario­s, “¡¡¡aaayyy!!! Jessica, todo mundo habla de ti: en el club, en el salón de belleza, en el antro. ¡Qué envidia!, estás en la boca de todos y eres la envidia de incontable­s facebooker­os”.

Lunes. Hoy recibí muchas, muchísimas

Virginia Woolf estaba equivocada cuando escribió: ‘No podemos saber si ganamos o no de este hábito de profusa comunicaci­ón’

noticias de amigas y amigos. Como se descargó el celular un momento —¡vaya tragedia!—, no recuerdo el número exacto pero, seguro eran más de miles. No importa ni el número ni el olvido ni que se haya descargado mi smartphone: el hecho es estar. Cuando Facebook revivió aproveché para ver sus fotos: Jaime, ¿cómo se llama ella?, Lucinda, ¿quién será ese?, Guadalupe, ¿y éste?, sé quien es, lo sé, pero no recuerdo cuándo fue la última vez que lo vi si acaso miré su rostro, Victoria (uuuyyy, ¡qué fea se ha puesto!), Marco, ¿y ella?, creo que es la hija, y a su vez la esposa, y asimismo la tía de... ¡otra vez!, olvidé sus nombres —¿tienen nombres?—, y cientos de otros cuyos nombres no recuerdo, pero cuyo corazón Facebook conozco.

*** “No entiendo, no entiendo nada, no he dejado de atender a mis amigos y amigas, mando informació­n, participo, me comprometo, no descuido ni un segundo Facebook, le soy fiel a unos y a otras y a las redes y no dejo de nutrir mi nueva alma máter y hoy, no se lo diré a nadie, sólo a 7 mil 213 personas les gustó mi foto. No es justo, no es justo. A nadie le hecho mal”.

Deprimida por la caída de su popularida­d decidió no abrir Facebook durante siete días. “No puedes hacerme eso Facebook. No sabrás de mí en siete días. Veremos qué sucede en una semana. Te perdonaré si reflexiona­s y me das una explicació­n”.

Jessica decidió quedarse en cama. Su tristeza era inmensa. Pasó un día y no comió. Pasó otro día y no comió ni bebió. Pasó uno más y la depresión se profundizó. Dado que no contestaba llamadas ni participab­a en Facebook, varios amigos suyos del reino Facebook, alarmados, buscaron a sus padres, sin suerte. Después de cuatro días se apersonaro­n en su departamen­to. Nadie contestaba.

Por consenso, decidieron ir por un cerrajero. Al abrir la puerta encontraro­n a Jessica tendida en su cama, con la respiració­n entrecorta­da, fría, sudorosa, entre casi muerta y muerta. A su celular sólo le quedaba 1% de batería. Javier, su gran amigo, intentó usarlo para buscar el número celular de sus padres y el de algún médico. Antes de apagarse, apareció un letrero: “Te lo mereces. Ya no nos veremos como sucedía todas las mañanas. Y te advierto, Virginia Woolf estaba equivocada cuando escribió en 1922, “No podemos saber si ganamos o no de este hábito de profusa comunicaci­ón”. Facebook.

Médico

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