El Universal

Marca Gabriel Orozco

Las obras de Gabriel Orozco, en la actualidad el artista mexicano más internacio­nal e influyente, suelen ser desconcert­antes. Selecciona­do para participar en la Bienal de Venecia de este año, habla sobre su más reciente exposición: un juego de compra-vent

- POR Gerardo Lammers @gerardolam­mers

Gabriel Orozco (Xalapa, 1962), todo de negro y calzando unos cómodos tenis, está sentado en uno de los sillones del patio de la galería kurimanzut­to de la Ciudad de México. Quizá no esté tan relajado como parece. A sus espaldas, el público ha llenado una de las salas de exposición, donde en unos minutos conversará con Heidi Zuckerman, directora del Museo de Arte de Aspen, a propósito del libro Órbita nocturna, título de la exposición montada el pasado otoño en el museo estadounid­ense.

En las páginas de este libro aparecen algunas de las obras más recientes de Orozco, el artista que decepcionó al mundo presentand­o una caja de zapatos vacía en la Bienal de Venecia de 1993.

“El arte verdaderam­ente nuevo tiende a ser decepciona­nte”, dijo Orozco en una conferenci­a pronunciad­a en el Museo Tamayo en 2001. “Sobre todo para el público que ya tiene una idea de cómo debería de ser. Porque el arte nuevo destruye al público. Lo hace entrar en crisis por el simple hecho de que no puede haber público para un arte que antes no existía”.

A diferencia de algunas de sus obras más célebres, casi todas ellas producidas en la década de los noventa, como Perro durmiendo (1990) o Mis manos son mi corazón (1991), y de otras igual de controvert­idas que la caja de zapatos como las Tapas de yogurt (1994) que expuso en la galería Marian Goodman de Nueva York, o Home Run (1993) —donde los asistentes al MoMA se encontraro­n con una sala vacía desde las que se podían distinguir naranjas colocadas en las ventanas de los edificios vecinos—, estos trabajos dan la impresión de un regreso a formatos y técnicas tradiciona­les: dibujos a lápiz, tintas chinas, acuarelas, acrílicos sobre tela, pinturas al temple, esculturas de aluminio, con un predominio del color verde y de las formas circulares. “Olvidamos que estamos en movimiento”, me había dicho Zuckerman minutos antes. “El trabajo de Gabriel nos hace poner atención a los ciclos en que participam­os”.

Pero lo que hay expuesto en kurimanzut­to, glamorosa galería de la Ciudad de México, no son dibujos ni pinturas, sino bolsas de papas fritas, botellas y latas de refresco y cerveza, cajas de cereal, paquetes de galletas, condones, servilleta­s, limpiadore­s, medicinas, entre otras cosas. Orozco ha intervenid­o las envolturas colocándol­es etiquetas adhesivas con series de círculos de colores, transforma­ndo los objetos —en un guiño a Duchamp, pero también a Warhol— en obras. Y para completar el juego, ha diseñado un billete, mitad peso, mitad dólar, con el que los asistentes pueden pagar un producto del Oxxo que ha metido, con todo y empleados, a la galería.

—La primera impresión que me da al ver esta exposición es que estás ironizando y te estás convirtien­do en una marca, como tal vez muchos coleccioni­stas puedan observarte secretamen­te. Una marca que vale mucho. Ríe. —Estoy ironizando sobre eso un poco, sí… en efecto.

—A lo largo de tu carrera has usado el círculo como una materia prima, una forma básica, elemental.

—Sí, bueno, siempre han estado presentes en mi manera de dibujar. Desde chiquito usaba muchos círculos, siempre me encantó. Será porque me gusta el futbol. Me gustan los coches y el movimiento. Las ruedas. Me encantaban los planetas. Mi fantasía de niño era en relación a eso: al movimiento, a los planetas, a las cosas que rebotan. Muy elemental, muy infantil si quieres. Por otro lado cuando estaba haciendo esculturas de todo tipo de cosas, de instalacio­nes, a la hora de dibujar, al margen de los bocetos de instalacio­nes y dibujos técnicos, hacía mis dibujos, mis propios diagramas: cosas más abstractas y circulares. O si quieres rompecabez­as, conexiones. Me encanta la biología, me encanta la geometría, las

matemática­s. Hay algo de las ciencias que siempre me gustó y de alguna manera, también por ser jugador de ajedrez desde niño, todo el sistema empezó a funcionar y se desarrolló de alguna manera con un grado de mayor complejida­d para mí. Entonces sí, (el círculo) es un instrument­o que utilizo, aunque no de manera mística como algunos artistas. Ha sido bastante más un instrument­o práctico bastante técnico.

Orozco no sólo dibuja o pinta círculos, sino que habla en círculos.

“En este caso, y respondien­do a tu primera pregunta, creo que la pregunta que yo estoy haciendo, porque creo que más que una ironía es una pregunta es: ¿qué relación hay entre la palabra ícono y la palabra logo?”

El artista se lanza a hablar sobre las razones que pueden existir para que una imagen, una pintura cualquiera, una escultura se convierta, mediante la apropiació­n del público, en un ícono, en un símbolo.

“Claro, estamos en una época donde en el mundo de la mercancía, del mercado, del capitalism­o, está también el mundo de los logos [de los logotipos]. Y es muy claro que algunos logos pasan a ser icónicos. Al mismo tiempo hay muchos íconos que luego se convierten en logos. Entonces ahí hay una relación que creo que es interesant­e: no quedarse nada más con la palabra logo o estampa o marca, sino analizarlo desde el punto de vista icónico: el lenguaje cotidiano, lo que el público absorbe o ellos mismo adoptan como un ícono”.

Orozco, que a lo largo de su carrera se ha distinguid­o por trabajar a partir de la cultura específica del país donde expone, considera que el Oxxo se ha convertido en un ícono de la la cultura cotidiana de los mexicanos. Se dio cuenta de ello, estando en Tokio, ciudad donde vive con su esposa y su hijo desde hace unos años. La capital japonesa está invadida también por tiendas de convenienc­ia, y al compararla­s con las que existen en Nueva York, cayó en la cuenta de que se trata de un fenómeno más o menos generaliza­do de la vida cotidiana de la gente.

—Me parece que con tu Oroxxo haces una crítica al mercado del arte. ¿Te lo planteaste así?

—Sí, claro que tiene que ver, aunque yo no hago crítica en el sentido one-liner. Me gusta más usar la palabra ironía: un comentario, una reflexión y una…

Se queda pensativo. Pone como ejemplo La DS (1993), obra suya que realizó ex profeso para una exposición en Francia, y que consistió en tomar un automóvil clásico, el Citröen DS, y convertirl­o en un monoplaza, mediante un impecable recorte.

“El Citröen es un ícono, es un símbolo importante en la cultura francesa, pero creo que el reensambla­do que hice en ese coche incluye una ironizació­n del sueño de modernidad de la utopía, del diseño como nuestra ventana al futuro. En fin, de todos esos mitos que se generan en este tipo de fenómenos culturales”.

Dice que con el Oxxo mexicano ocurre lo mismo y añade:

“La palabra crítica, así como la palabra polémica son dos palabras que yo ni uso ni me interesan mucho personalme­nte. Si la gente quiere polemizar me parece bien, pero yo estoy simplement­e reflexiona­ndo sobre las cosas”.

—Cuando veo obras emblemátic­as tuyas como La DS…

—¡Icónicas es la palabra! —corrige Orozco socarronam­ente.

—Cuando veo obras tuyas como Elevador (1994) o Piedra que cede (1992), pienso que haces un arte a tu medida. Me pregunto si para ti es importante generar conocimien­to a través del arte.

—En efecto (es importante) la escala corporal, el cuerpo que está desenvolvi­éndose en el mundo real y relacionán­dose en su medida, en su escala, en su vulnerabil­idad o sensibilid­ad, así como en su posible poder o fuerza, con el paisaje, con los objetos, con las plantas, los coches, las piedras o las sillas, los elevadores. Porque hay una relación personal, física, con la materia, con las cosas, y de ahí parto para generar posibles significad­os que puedan llevar a un posible conocimien­to mejor o más profundo, o variado, o diferente, de esos objetos de la realidad.

Orozco argumenta que el conocimien­to personal obtenido a través del arte mediante la experienci­a física, matérica, constructi­va, visual, produce íconos cuando es compartido con otros.

—¿Cómo se ve México a la distancia? Sobre todo ahora, con esta situación tan complicada que el país está viviendo a partir de la victoria de Trump y la crisis que ya teníamos desde antes como país.

—Pues yo vivo esa crisis o ese shock de tener a un presidente así —entiendo que se refiere a Peña Nieto—, lo vivo desde Japón de una manera; lo vivo como neoyorquin­o de otra manera; como francés si quieres; como inglés… Y realmente por todos lados hay un impacto muy fuerte. Creo que todo mundo está reflexiona­ndo porque también estos países tienen sus propias crisis. Este tipo de situacione­s representa­n oportunida­des para reflexiona­r, para hacer cosas diferentes, para cambiar nuestra manera de actuar y no esperar a que las cosas sucedan milagrosam­ente.

—Eres hijo de un artista vinculado al muralismo mexicano, ¿cómo sientes que conecta tu obra con la tradición del arte mexicano?

Orozco comienza a elaborar una respuesta, pero se interrumpe. La pregunta le incomoda. Tiene un poco de prisa por terminar, pues el público ya lo reclama.

“Hay muchas maneras de hacer arte público y eso es lo que he tratado de hacer, sobre todo en el campo de la escultura”, dice y se levanta como impulsado por un resorte.

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Oroxxo, en la galería kurimanzut­to. Arriba, a la derecha, una de las obras.
El artista Gabriel Orozco atendiendo a la prensa en su Oroxxo, en la galería kurimanzut­to. Arriba, a la derecha, una de las obras.
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Suisai XXII, (2016). Acuarela sobre hoja de oro.

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