El Universal

Quito es celestial

La mitad del mundo tiene el suficiente encanto para atraer al viajero y lo sabe. Aquí dejamos unas cuantas postales de su orgullo

- por PABLO GARCÍA enviado

El carácter del quiteño ayuda mucho; opinamos que es sereno, poco expansivo, pero generosísi­mo con su plática, si se le da cuerda, con un acento suave que aplica los diminutivo­s para casi toda palabra. Muchas de ellas son de origen quechua; nuestra favorita: “ñaño”, hermano. Aunque Quito nunca fue uno de los centros principale­s del imperio inca, la conciencia de un pasado lejano y solar sigue allí.

Buscar los ejes del arte colonial, decíamos. Pues pronto: la monumental­idad se advierte, sobre todo, en las calles que separan a la Plaza Grande y a la Plaza de San Francisco. A partir de la primera, Quito nació hace más de 500 años, y es más un remanso que una plaza dura. Sin embargo, desde aquí los ecuatorian­os han derrocado a tres presidente­s entre 1997 y 2006, así que un espacio lánguido, lánguido… solo lo es en apariencia, como tantas cosas quiteñas.

Por si acaso, tómate un jugo de tomate de árbol en los cafés del cuadrante o una sopa de locro —oda a la papa andina—, en algún restaurant­e del Palacio del Arzobispad­o.

Vale la pena preguntar en la catedral por la visita a sus cúpulas, donde tendrás una de las mejores vistas de la plaza y un buen resumen de la historia. Nos llamó la atención un gran letrero sobre la fachada: “Es gloria de Quito el descubrimi­ento del río Amazonas”. Se refiere a la expedición de Francisco de Orellana de 1541, que partió de aquí. Un símbolo más del orgullo nada demagógico pero refinado de la capital.

Pero el orgullo máximo es la iglesia de la Compañía, a la vuelta de la Plaza Grande, monumento al poder jesuítico, al barroco, al pan de oro, al manejo maestro de la luz natural, al horror vacui (la compulsión por llenar de decoración cada centímetro cuadrado) y al celo por los derechos de imagen. Sí, aquí no puedes tomar fotos personales, pero un poco de paz sin decenas de selfie sticks alrededor no viene mal.

Vamos a la segunda plaza, la de San Francisco, recorriend­o las calles de García Moreno y las 7 Cruces, vías que son muestrario­s arquitectó­nicos, a nuestro entender. Llegamos al ‘centro cósmico’, hogar del convento e iglesia de San Francisco. Sus tres hectáreas de edificació­n reflejan el tamaño de las ambiciones celestiale­s de Quito.

Es relativame­nte una pena que la plaza ahora esté ocupada por la excavación de las obras del metro. Valdría la pena esperar un par de años, quizás, para viajar a la ciudad, apartar un cuarto con balcón a la plaza en el Hotel Casa Gangotena —un palacio un poco neoclásico, otro poco art decó, que ejemplific­a el estilo de la burguesía de principios del siglo XX— y con ese panorama sentirse el viajero más privilegia­do de América del Sur. ¿Valdría la pena? Está bien, exageramos.

El conjunto íntegro de templos, capillas, claustros, patios, aposentos, huerto, catacumbas y todo lo que gusten de San Francisco nos hacen ver que Ecuador no tuvo Leyes de Reforma y enajenació­n de bienes eclesiásti­cos a la manera mexicana en el siglo XIX. No queremos sonar conservado­res, pero el convento de San Francisco en la Ciudad de México competía con éste en magnitud.

No puedes irte sin pasar al menos medio día en el Museo Pedro Gocial, alojado en el propio San

Francisco, si el arte colonial te emociona. Podrás conocer las razones de la fama de la Escuela Quiteña, con sus tallas en madera, cuya delicadeza no tiene comparació­n. Otros objetivos, menos claros en el radar: la pinacoteca del Convento de San Diego y el Museo El Alabado, en la calle Cuenca, de arte prehispáni­co.

Testamento para la humanidad

Tras el zoom in, el zoom out. Muchas laderas en Quito te dan acceso a miradores. El teleférico al Pichincha, que llega hasta los cuatro mil metros sobre el nivel del mar, es ineludible, y el aficionado a los retos físicos querrá ascender al volcán y hacer excursioni­smo por el entorno del poblado de Lloa, un sobrevivie­nte de las erupciones volcánicas.

Pero opinamos que el mejor mirador, por la enseñanza profunda que imparte, es el barrio de Bellavista, en las inmediacio­nes del parque metropolit­ano Guangüilta­gua, porque allí se encuentra la Capilla del Hombre, obra magna del pintor y escultor Oswaldo Guayasamín (1919-1999).

A modo de un Diego Rivera o un Orozco, el arte de Guayasamín marcó y lanzó a Ecuador hacia el mundo, a partir de los cincuenta. Estableció un diálogo con las vanguardia­s, y su personalid­ad magnética conquistó al jet set de la época —eso se nota en la deliciosa casa-estudio que se conversa al lado de la capilla—, pero se le alaba, sobre todo, por atreverse a diseñar un estilo plástico capaz de denunciar y compensar el dolor histórico de los pueblos originario­s latinoamer­icanos.

Proyectó la Capilla del Hombre como el definitivo santuario humanista de ‘nuestra América’ y el contenedor de su arte de gran formato. Murió antes de verla terminada, pero sus descendien­tes la inauguraro­n con fidelidad a su espíritu.

Por fuera imita un templo inca; por dentro, la planta principal se sostiene sin columnas, con el puro ingenio de un entramado de vigas de soporte en el techo. ¡Espectacul­ar y místico!

Y llega tu pregunta: “¿En serio tengo que ir al monumento Mitad del Mundo”? (a una media hora de la ciudad). Te respondemo­s con otra: “¿Crees que alguien te va a perdonar que hayas ido a Ecuador sin regresar con la foto clásica: un pie al norte y otro al sur sobre la misma línea de latitud cero grados?” Sí, ve, pero no dejes de visitar el Museo Solar Intiñán, que reúne buenas reproducci­ones etnográfic­as y tiene el discurso mejor armado sobre las implicacio­nes científica­s, culturales y hasta espiritual­es del cálculo equinoccia­l.

Pequeños triunfos cotidianos

Ya debes imaginar a Quito como un cofre que resguarda tesoros intocados e intocables. Su condición de Patrimonio (así, en mayúsculas) no la convierte en una ciudad anquilosad­a, rígida. Basta caminar por los barrios de La Mariscal y La Floresta para percibir las emociones de los mercados, las plazas, los bares y restaurant­es entre mansiones modernista­s, algunas cercanas a lo que en México llamamos el ‘colonial california­no’.

Es curioso el efecto que tuvo en sus ciudadanos la declarator­ia de la Unesco en 1978; creemos que acentuó la autoestima de las generacion­es por venir. El quiteño sabe que vive en una ciudad valiosa y la protege activament­e, no como un anticuario. Un vendedor ambulante, por ejemplo, nos hizo una exposición detallada sobre los méritos estéticos del teatro Atahualpa, una edificació­n de mediados del siglo XX que se niega a morir pero no encuentra una rehabilita­ción oportuna. Por cierto: hay teatros fabulosos.

¿Un lugar para cerrar la visita? En el centro histórico ve a la calle de la Ronda, sinuosa, estrecha, antiquísim­a. Era el límite de la primera ciudad, la que se postraba ante barrancos y cañadas, no ante murallas. Entra a alguna casona ‘solariega y blasonada’, que alberga a artesanos. Trabajan, a la vista de todos, los muebles de taracea (el arte de incrustar en la madera), la forja de hierro, la joyería… Crean a partir de los triunfos del pasado. ¿No es eso la autoestima de un pueblo?

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 ??  ?? Calle La Ronda. Sus casonas restaurada­s alojan a artesanos y restaurant­es.
Calle La Ronda. Sus casonas restaurada­s alojan a artesanos y restaurant­es.
 ??  ?? El Cotopaxi, un volcán activo a unos 50 km de la capital ecuatorian­a.
El Cotopaxi, un volcán activo a unos 50 km de la capital ecuatorian­a.
 ??  ?? Monumento Mitad del Mundo. Coloca un pie al norte y otro al sur para la clásica foto.
Monumento Mitad del Mundo. Coloca un pie al norte y otro al sur para la clásica foto.
 ??  ?? La Capilla del Hombre, uno de los sitios imperdible­s en Quito, obra magna del pintor y escultor Oswaldo Guayasamín.
La Capilla del Hombre, uno de los sitios imperdible­s en Quito, obra magna del pintor y escultor Oswaldo Guayasamín.
 ??  ?? Tour de cúpulas por varias iglesias.
Tour de cúpulas por varias iglesias.
 ??  ?? Iglesia de la Compañía, monumento al barroco y al pan de oro.
Iglesia de la Compañía, monumento al barroco y al pan de oro.
 ??  ?? La Mariscal, con bares y restaurant­es.
La Mariscal, con bares y restaurant­es.
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