El Universal

Yo soy Jacinta: una experienci­a de vida

- Por RICARDO ROCHA Periodista

Pocas veces seré tan feliz en mi existencia, como cuando este martes 21 de febrero de 2017 al fin se haga justicia: Jacinta Francisco Marcial, Alberta Alcántara Juan y Teresa González Cornelio, recibirán el Reconocimi­ento de Inocencia y Disculpa Pública de la Procuradur­ía General de la República, en un acto inédito y sin precedente­s de parte del Estado mexicano.

Hubieron de pasar casi 11 años para que se hiciera justicia en esta historia que comenzó aquel 26 de marzo de 2006, cuando como todos los domingos era día de tianguis en el colorido pueblecito de Santiago Mexquititl­án, en Querétaro; y como cada semana, se apareciero­n seis forzudos agentes de la AFI, a quienes ya se les había hecho costumbre extorsiona­r a los puesteros que acudían a la plaza. Aunque en esta ocasión algunos se negaron, lo que ocasionó la ira de los empistolad­os, quienes patearon y destruyero­n la mercancía.

Sólo que la furia de los del pueblo fue mayor, así que los cercaron y les exigieron la reparación del daño; los agentes dejaron a dos de ellos como garantía y regresaron con el dinero horas más tarde. Ya para entonces eran el hazmerreír de los medios y de sus propios y temidos colegas.

A partir de entonces, en un país de impunidad e injusticia, se demostró cómo la venganza, el abuso, la prepotenci­a y la cobardía suelen acelerar procesos: Jacinta —quien no hablaba español— Alberta y Teresa fueron sacadas con engaños de sus casas, llevadas directamen­te a la cárcel y condenadas a 21 años de prisión; tres mujeres indígenas a las que la ruindad humana les quebraba la vida acusándola­s del delito inverosími­l del secuestro de seis monazos agentes de la AFI.

A partir de entonces, empecé a vivir las más contrastan­tes experienci­as en lo profesiona­l: ni el entonces procurador Eduardo Medina Mora, del gobierno calderonis­ta, ni el gobernador panista Francisco Garrido Patrón, ni el juez Rodolfo Pedraza Longi me dieron jamás una entrevista; mientras tanto seguía implacable la maquinaria leguleya y abusiva que trituraba la existencia de estas tres mujeres y sus familias.

En contraste, comencé a entrevista­rlas en el penal de San José el Alto y a recibir sus lecciones de vida: su espíritu indomable; su carácter a toda prueba; su alegría por vivir; y una fe inquebrant­able en que al final se les haría justicia. Con ellas, me fui redescubri­endo a mí mismo y al México profundo tan sufrido como risueño que las tres representa­ban. Debo reconocer ahora que en todo ese proceso de más de dos años en prisión, me cuestioné más de una vez dónde terminaba mi objetivida­d y empezaba mi subjetivid­ad, para decirme que al fin y al cabo trataba con sujetos y no con objetos.

Igual me pregunté hasta dónde estaba informando, investigan­do y cuándo ya estaba gestionand­o; para concluir que cualquier esfuerzo en su favor era poco, cuando nos enfrentába­mos al gran aparato del Estado.

A pesar de todo, fue una etapa maravillos­a donde descubrí que la suma de todos por una buena causa debe tener como destino justo un gran resultado. Fue así como el lema “Yo soy Jacinta” fue resonando con cada vez más fuerza.

Esta, mi casa, EL UNIVERSAL fue el primer medio nacional en darle una gran cobertura al caso. Pero el apoyo casi unánime de otros diarios y espacios radiofónic­os y televisivo­s fue también invaluable.

Debo reconocer también que las visitas a la prisión de personajes como el nuevo gobernador de Querétaro José Calzada y el senador Manlio Fabio Beltrones fueron definitori­as para el reclamo de justicia.

Un lugar aparte merecen todos los integrante­s del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, sobre todo Luis Arriaga y Mario Patrón, quienes trabajaron incansable­mente para obtener finalmente la libertad de Jacinta, Alberta y Teresa.

Por todo ello y más yo me congratulo, sin protagonis­mos y con toda humildad, de haber cronicado y participad­o en esta historia de amor y conviccion­es que va más allá de la libertad.

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