Cuando la ciudad se llenó de casetas telefónicas
En 1960 empezó la instalación de modernas y elegantes cabinas telefónicas en la ciudad, al mero estilo londinense. Pero fueron sustituidas por otras menos vistosas
En esta época es cada vez menos frecuente el hacer llamadas por teléfono fijo. Acostumbrados a la inmediatez y practicidad de la telefonía móvil, ha quedado olvidada la emoción por aprenderse un número telefónico, el correr a la cabina o caseta pública para contar una noticia o simplemente, escabullirse del entorno familiar para poder escuchar, en la mayor privacidad posible, al ser querido.
A pesar de que hoy pasa desapercibida la llegada del teléfono a la Ciudad de México, esto revolucionó la forma en la que la capital -y el país- se relacionaba con el mundo. Héctor de Mauleón, en su libro "El tiempo repentino", narra que el 13 de marzo de 1878 un representante de "los aparatos telefónicos Bell" llevó a cabo el primer intento de llamada entre dos ingenieros mexicanos que lo auxiliaron para sustituir al aparato telegráfico por el telefónico.
Uno de ellos, Ángel Anguiano, relató para El siglo XIX que escuchó sin problema alguno a todos los que en ese momento estaban en la casa del otro ingeniero, Cristóbal Ortiz: "nuestra conversación duró como una hora, y fue una verdadera satisfacción para todos los concurrentes." Un par de días después, el mismísimo Porfirio Díaz estaba escuchando desde Cuautitlán las notas del Himno Nacional provenientes de una banda en la Ciudad de México.
Cuatro años después se estaba inaugurando la Compañía Telefónica Mexicana; sin embargo, el aparato que lograba transmitir la voz de alguien más a través de una bocina sólo estaba disponible para quienes tuvieran el ingreso necesario para su mantenimiento: sólo había 200 teléfonos en la ciudad y en su mayoría eran de políticos o empresarios, la clase alta porfiriana, oficinas gubernamentales o en almacenes de prestigio.
Ya para el siglo XX, el teléfono era parte de la vida cotidiana de la capital. En anuncios publicitarios de finales de los años treinta, se informaba sobre las ventajas de contar con uno en casa ya que, un hogar sin teléfono, era como “una fortaleza inaccesible”. Pero fue hasta la década de los sesenta cuando dio inicio la red que posibilitó la comunicación entre millones de mexicanos: la instalación de teléfonos públicos. Una fila de espera. El 19 de agosto de 1958 se anunció en el país que la compañía telefónica Ericsson, que había operado en México por más de 50 años, cesaría sus funciones. Teléfonos de México regresó a manos de capital mexicano y con mucha motivación, se apostó por el desarrollo tecnológico y de comunicaciones. Tanto así que para 1962, la American Telephone and Telegraph Co (ATT) dijo que “México ocupaba el séptimo lugar de importancia en cuanto a desarrollo tecnológico y el primero en todo el continente americano”.
Si bien era común que en los años sesenta muchas casas tuvieran teléfono fijo, las casetas telefónicas públicas vinieron a cubrir una creciente necesidad comunicativa en la ciudad.
Las primeras fueron tipo londinense, altas y con “puertita” para poder tener un espacio más privado. De acuerdo a algunos transeúntes del Centro, estas cabinas eran de color gris y, lamentablemente, al poco tiempo de su instalación fueron vandalizadas y descuidadas, por lo que tuvieron que ser substituidas por las predecesoras de las que conocemos hoy en día.
Ya para 1967 se habían instalado un millón de casetas telefónicas distribuidas por todas las colonias de la capital, según se lee en “Historia de la telefonía en México”. Ese mismo año, ante el crecimiento de la contratación de números telefónicos, se antepuso un “5” a todos los números telefónicos del Valle de México y de la zona metropolitana.
La incorporación del teléfono a la vida citadina no sólo fue significativo para sus habitantes, sino también para su paisaje. El diseño de cada una de las casetas cambió a través del tiempo, algunas fueron de lámina gris y vidrio, otras de acrílico con un soporte que permitiera ver el rostro de quien estaba dentro y otras, de una estructura parecida a las secadoras de las estéticas en algunos tonos de azul o naranja.
En la década de los ochenta pasaron dos sucesos importantes para la telefonía nacional. Después del temblor de 1985, los teléfonos públicos se hicieron gratuitos para que las familias pudieran comunicarse sin ningún problema.
Muchos utilizaban este recurso para hacer llamadas personales que no tenían nada que ver con la emergencia de aquel momento, pero en su mayoría las casetas fueron ocupadas por familias que no tenían la posibilidad de tener un teléfono en casa. Dos meses después, el primer mexicano que viajó al espacio, Rodolfo Neri Vela, se comunicaba vía telefónica con el entonces presidente, Miguel de la Madrid Hurtado.
En 1989, Teléfonos de México inició una nueva etapa en su historia, cuando fue adquirido por el empresario Carlos Slim, quién fue obligado a dar continuidad a la red de teléfonos públicos.
Con el paso del tiempo, la calidad y cantidad de casetas telefónicas públicas ha ido disminuyendo. Cuando nos acercamos a algunos transeúntes a preguntarles sobre la primera y última vez que hicieron uso de estas estructuras dijeron que sirven para alguna emergencia, cuando se quedan sin crédito en el celular o cuando no tienen.
Entre las anécdotas sobresalía que las jóvenes utilizaban los teléfonos para no ser molestadas al estar hablando con sus amigos o sus novios, otros decían que lo ocupaban cuando pasaba alguna emergencia en casa y cuando querían saludar a alguien en los minutos que abarcaban los 3 o 5 pesos de cada llamada.
“Yo compraba mi tarjeta ladatel y me salía a platicar en una caseta en la esquina de mi casa, me molestaba que me dijeran que ya colgara el teléfono en casa. Desde hace tiempo que ya no está, no recuerdo cuándo fue la última vez que la vi”, nos comentó una chica de cuarenta años de edad.
A diferencia de los años sesenta, los teléfonos de hoy son todo en uno: teléfono, cámara, reproductor de video y audio, y para lo que menos lo ocupamos es para hacer llamadas.
Hoy las condiciones de las casetas, en su mayoría, son deplorables; presentan golpes, rayones, están llenas de publicidad o basura. Resulta nostálgico acordarse de aquella fila para esperar tu turno al otro lado de la bocina.