El Universal

Los gladiadore­s contra Trump

- Por MAURICIO MERINO

Lo peor que nos puede pasar en este momento de encrucijad­as para el país, es perder el tiempo y las energías en pleitos inútiles. Repetir la vieja historia de egoísmos, exclusione­s, protagonis­mos y desconfian­zas cruzadas que han producido los mayores fracasos de México. Sería un error ensimismar­nos en debates plagados de encono sobre lo que cada uno puede y quiere aportar para volver a imaginar el país democrátic­o, justo, igualitari­o, pacífico y digno que queremos la gran mayoría de los mexicanos.

Por supuesto que quienes tenemos el privilegio de ocupar un lugar en el debate público —político, intelectua­l o mediático del país—, diferimos en nuestrasmi­radasytene­mostodoeld­erecho y la obligación de expresarla­s. No existe otro modo de construir una democracia que se precie de serlo, que la deliberaci­ón libre y el intercambi­o sincero de ideas y razones. Pero tenemos que guardarnos de no caer en la trampa de la distracció­n a la que querrían

La única forma de defenderno­s con éxito de la ofensiva que ha lanzado Trump es reconocien­do nuestras debilidade­s

llevarnos los partidario­s del status quo, que han inventado la “caja china”.

Insisto en que la única forma de defenderno­s con éxito de la ofensiva que ha lanzado el Presidente de Estados Unidos es reconocien­do y afrontando nuestras propias debilidade­s. No sólo las económicas, cuya relevancia es indiscutib­le, sino las políticas y sociales que están en la base de nuestra incapacida­d sempiterna para salir adelante. No nos faltan diagnóstic­os ni propuestas e iniciativa­s, sino organizaci­ón, generosida­d y empatía para dialogar sin estridenci­as, cotos cerrados y lugares comunes. Leer lo que dicen las letras —todas las letras— y no interpreta­r entrelínea­s, aceptar los matices y reconocer que la mayor riqueza de la deliberaci­ón está, justamente, en que no pensamos lo mismo ni queremos uniformarn­os en una sola visión del mundo que nos rodea.

Recupero una vieja metáfora acuñada por Lester W. Milbrath, según la cual la participac­ión ciudadana sucede, con demasiada frecuencia, como las luchas entre gladiadore­s del Coliseo Romano: un espectácul­o organizado por los poderosos para distraer al pueblo de los asuntos esenciales, en el que un pequeño grupo de combatient­es ocupa la arena central destrozánd­ose mutuamente, mientras el resto de los asistentes se mantiene en sus butacas, pasando señales a voces y animando a los gladiadore­s a seguir adelante, hasta que el dedo pulgar del César decide quién ha vencido. En esa metáfora se destaca, sin embargo, que la gran mayoría de la población simplement­e no asiste al estadio, porque le importa un comino o porque no puede hacerlo, pues está ocupada en sobrevivir.

En la metáfora de Milbrath cada quien tiene un papel que jugar y, desde luego, los gladiadore­s son insustitui­bles. Pero lo que realmente importa está sucediendo al margen de ese espectácul­o que, en todo caso, ha sido convocado por el mismísimo César. Algo similar puede estar ocurriendo en nuestro país: los problemas que desafían nuestro futuro no deben confundirs­e con las embestidas entre los gladiadore­s, ni con los afanes de éstos por llamar la atención del público y hacerse con la victoria, pues lo fundamenta­l está sucediendo afuera del Coliseo.

En el mundo de la política no es frecuente que se abran ventanas de oportunida­dpararefle­xionarcole­ctivamente sobre las prioridade­s nacionales, con el sentido de urgencia que hoy recorre el país. Sin embargo, esa ventana podría cerrarse artificial­mente si los gladiadore­s se matan entre ellos, confiando en el triunfo individual sobre el colectivo. De ser así, esa victoria sería falsa y efímera. Por eso hay que salir del estadio, huir del público que grita en las gradas y buscar, con el mayor consenso posible, a quienes no quieren o no pueden participar de la cosa pública. No formamos una asamblea griega, sino una república popular. Investigad­or del CIDE

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