ANÁLISIS
Los fracasos de las políticas económicas de libre mercado, hacen urgente la necesidad de encontrar fórmulas que conduzcan a la disminución de la enorme desigualdad en el mundo, que tiene al 1% de la población del planeta ostentando la mitad de la riqueza mundial y que mantiene a casi mil millones de personas en pobreza extrema de los 7 mil 200 millones habitantes del mundo. Laura Iturbide Galindo
La Segunda Guerra Mundial marcó una catástrofe humana, la filosofía de la historia de corte hegeliano, dejó ver sus terribles consecuencias no sólo por los miembros del eje, también de los aliados, la verdad del ser humano fue dejado del lado, para dar paso a la fuerza pura y dura: campos de concentración; “gulags” (campos de exterminio ruso) y la bomba atómica.
Después del fin de la Guerra Fría, lejos de lograr la anhelada paz, se ha manifestado un efecto desestabilizador: violencia interétnica; actos xenofóbicos y racistas; abuso de poder; y falta de inclusión social, que junto con la atonía económica de los últimos años han provocado un malestar social generalizado.
Lo que ha implicado un exacerbado neofundamentalismo de mercado “nuestras prioridades, sobre todo y ante todo”; proteccionismo (cierre de fronteras); y reacciones anti globalización, que han derivado en escenarios riesgosos, incluso para la estabilidad social.
¿Detrás de “la asignación de los recursos escasos a sus mejores fines alternativos”, está la preocupación
Npor el bien común o la lucha por la conquista y la defensa del poder?
Tanto los neo keynesianos como los adeptos del libre mercado, de acuerdo a Jeffrey Sachs, miran a la distribución del ingreso como algo “periférico al manejo macroeconómico”, interesante desde el punto de vista político o moral, pero no especialmente relevante para el logro de los principales objetivos macroeconómicos: estabilidad de precios, alto crecimiento y bajo desempleo.
Para el economista, estos objetivos han sido insuficientes para lograr la prosperidad y el crecimiento sostenible. Para él la crisis de 2008, no fue un accidente o algo fortuito y sí evidenció “fallas graves en el centro de política económica y pensamiento macroeconómico”.
Ésta que comenzó muy focalizada en el sector financiero de Estados Unidos, se propagó pronto al sector real y terminó en una crisis de confianza en todo el orbe, que sigue mostrando sus estragos y que puso al mundo en un estado “de observa y espera”. Se exige entonces, una transformación radical, de orden estructural que lleve al rediseño de políticas económicas globales e institucionales en el marco de una cooperación global.
La globalización, un proceso de cambio sin precedente, trajo consigo nuevas tecnologías; nuevos actores; una organización de la producción a escala mundial; creciente poder de los mercados financieros; falta de sincronización entre el desarrollo de la economía y del empleo; y cambios o es la primera vez que la economía mexicana experimenta periodos de incertidumbre. Muchas veces en el pasado la incertidumbre ha resultado en caídas en flujos de inversión que profundizan una crisis, o la causan, y retrasan su recuperación. En 2013 durante la discusión de las reformas estructurales, la amenaza de cambios fiscales recaudatorios y un percibido sesgo antiempresarial del gobierno, la formación bruta de capital fijo tuvo crecimientos negativos durante cinco trimestres al hilo.
Se vive ahora a inicios de 2017 una situación similar. El claro maltrato por parte del presidente de Estados Unidos y su aparente intención de cumplir con promesas antimexicanas de campaña ya han afectado a la economía, por lo menos en el sector financiero, como lo muestran activos y tipo de cambio excesivamente depreciados. Además, la cercanía de la campaña electoral de 2018 y su aperitivo este junio son una fuente adicional de preocupación.
En este contexto y ahora que los consejos de administración de los principales corporativos se reúnen para evaluar 2016 y tomar decisiones para este ejercicio, cabe preguntarse qué postura tomar en materia de inversión. Es muy alentador que el Consejo Coordinador Empresarial en su 40 aniversario haya puesto el dedo en la llaga y comprometido fuertes montos de inversión. Queda por verse si se materializan.
El análisis costo beneficio para decidir si invertir o posponer debe tomar en cuenta un conjunto de elementos. El primero de ellos se refiere a las posibilidades de crecimiento. Si siguieren los pronósticos de los analistas, que ya han disminuido las proyecciones de inversión varias veces, probablemente concluirían que es mejor posponer. No obstante, los consejos deberían tomar en cuenta las fuentes de crecimiento de la economía este año. Por un lado, debe anticiparse que el gasto del gobierno contribuirá poco al crecimiento; por otro, es posible, pero no seguro ni aparente todavía en los datos, que el consumo de los hogares disminuya por el incremento en precios y la devaluación del peso. En el ámbito de las exportaciones se puede dar un repunte significativo partiendo de una base baja del periodo anterior y la creciente fortaleza de la economía de Estados Unidos. De manera paradójica, 2017 registrará las mayores exportaciones de la historia a ese país. La gran incógnita radica en las inversiones. Es decir, en mucho el comportamiento de la economía dependerá de cuánto se invierta en el sector real. A mayor inversión, más alta la probabilidad de que el crecimiento sea mejor de lo esperado, pero a menor, el comportamiento del PIB resultará débil. De los propios empresarios y su compromiso depende el crecimiento.
En 2016 ya se experimentó una desaceleración importante en la inversión, aunque no de manera uniforme. En los primeros once meses, la formación bruta total de capital fijo se expandió sólo 0.4 por ciento pero con una fuerte caída en maquinaria y equipo importados (-3.1 por ciento) y en construcción no residencial (-3.4 por ciento), en la demanda aparejados a ciclos más cortos de la producción.
Es indudable el incremento de calidad de la producción mundial a través del intercambio comercial, y una mayor y mejor calidad tecnológica, entre otras razones, por temas de competitividad y atracción de inversión extranjera directa, que derivaron de la globalización. El reto es ¿cómo hacer más incluyente este proceso?; esto es, ¿cómo lograr un patrón de desarrollo más dinámico y equitativo?
Porque la globalización no benefició a todos por igual. Las grandes empresas, importantes ganadoras de este proceso, han maximizado sus ganancias, frecuentemente, a costa del salario de sus trabajadores; evadiendo o eludiendo impuestos a través de privilegios o paraísos fiscales; y, sometiendo a sus trabajadores a través de precios o formas de pago.
Justamente en una economía globalizada, las empresas juegan un papel muy importante en la sociedad, más allá de la generación de empleos y creación de riqueza. Son precisamente a las grandes corporaciones a las que se les atribuye gran parte de las disparidades del ingreso, las pueden ser por esta misma razón, un vínculo muy efectivo para reducir la pobreza y la desigualdad.
Ante el récord distribucional tan deplorable ya comentado, hay una creciente exigencia internacional de una actuación de las organizaciones bajo condiciones de transparencia, ética y humanismo. Las empresas son un verdadero motor de cambio, y la construcción de sostenibilidad, a través de su red social, es irremplazable.
La globalización no benefició a todos por igual. Las grandes empresas han maximizado sus ganancias a costa del salario de sus trabajadores
mientras que maquinaria y equipo nacionales subieron 2.9 y construcción residencial 4.3 por ciento. En estas cifras se puede apreciar el impacto negativo de la fluctuación cambiaria en la inversión en maquinaria y equipo importado, que se confirma también por la caída de importación de bienes de capital para todo el año de 4.6 por ciento, así como la contracción de la inversión en infraestructura del sector público y la falta de inversión en el sector petrolero por el ajuste en Pemex.
No es imposible que este año sea mejor ya que la base de comparación será más favorable y el tipo de cambio experimentará una menor presión ahora que la incertidumbre de Donald Trump ha disminuido (ya es Presidente) y la política de tasas de interés de la Reserva Federal será menos errática (habrá incrementos).
Con el paso del tiempo también irá quedando más claro que el margen de Trump para dañar el sector real de la economía mexicana dista mucho del estimado por los mercados. Sus promesas de campaña de imponer aranceles prohibitivos a las exportaciones mexicanas, cambiar radicalmente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) para afectar a México o abandonarlo, paulatinamente irán adquiriendo la dimensión que merecen y que es más pequeña de lo que se piensa.
El gobierno tiene una tarea crucial para asegurar a los mercados e inversionistas que la economía no sólo no perderá competitividad por las posibles negociaciones con Trump sino que tomará todas las medidas necesarias para aumentarla y compensar la incertidumbre. En el ámbito comercial, esto incluye confirmar que el país seguirá comprometido con la apertura para asegurar las operaciones de exportación; impulsar negociaciones con socios clave con el objeto de diversificar las importaciones ante una posible embestida estadounidense y asegurar que Canadá seguirá comprometida con el TLCAN. En materia de política macroeconómica, es indispensable que el gobierno cumpla y aun rebase el compromiso para con la consolidación fiscal y la reducción del cociente deuda a PIB; que comprometa la reforma fiscal necesaria para mantener la competitividad para la inversión en caso de que Estados Unidos cambie de manera radical su régimen impositivo; que contribuya al fortalecimiento del peso con un compromiso robusto para la estabilidad y permita una mayor fluctuación al no sobreacumular reservas. Así mismo, el gobierno, como actividad prioritaria, debe asegurar la plena implementación de las reformas estructurales y concretar el establecimiento del estado de derecho, incluido con el arresto de personas prominentes involucradas en actos de corrupción, entre más cercanas, mejor.
Por supuesto, debe igualmente prepararse para una difícil negociación con Estados Unidos.
Las empresas deben también considerar que si no invierten ahora, tampoco quizá lo hagan en 2018 en vista de la elección presidencial y el posible empalme con la negociación o aprobación en los congresos de un potencial nuevo acuerdo en América del Norte. Es decir, al posponer, se corre el riesgo de hacerlo hasta el siguiente sexenio.
En México hay ejemplos notables de grupos y personas exitosos que han apostado con inversiones crecientes cuando otros postergan o retroceden. Lo mismo puede suceder ahora. Se escucha a no pocos decir que en el ambiente actual es mejor esperar; es más frecuente oírlo en el caso de empresas mexicanas que internacionales. Aun las amedrentadas a tuitazos no han detenido, en los hechos, sus proyectos de inversión más que en contados casos.
Por supuesto que hay un riesgo de invertir ahora, pero también uno de no hacerlo. No sólo los activos en pesos están baratos por lo que se perdería la oportunidad de adquisición a bajo costo, sino que al posponer se pone en riesgo la participación de mercado (alguien más aguerrido va a tomarla) y se descuida el valor de las marcas. El mercado y el país terminarán premiando a aquéllos, nacionales o extranjeros, que inviertan en México cuando el hombre más poderoso del mundo los invita a no hacerlo.