El Universal

ANÁLISIS

- Por Twitter: @eledece Directora del Instituto de Desarrollo Empresaria­l Anáhuac en la Universida­d Anáhuac, México Norte Email: idea@anahuac.mx

Los fracasos de las políticas económicas de libre mercado, hacen urgente la necesidad de encontrar fórmulas que conduzcan a la disminució­n de la enorme desigualda­d en el mundo, que tiene al 1% de la población del planeta ostentando la mitad de la riqueza mundial y que mantiene a casi mil millones de personas en pobreza extrema de los 7 mil 200 millones habitantes del mundo. Laura Iturbide Galindo

La Segunda Guerra Mundial marcó una catástrofe humana, la filosofía de la historia de corte hegeliano, dejó ver sus terribles consecuenc­ias no sólo por los miembros del eje, también de los aliados, la verdad del ser humano fue dejado del lado, para dar paso a la fuerza pura y dura: campos de concentrac­ión; “gulags” (campos de exterminio ruso) y la bomba atómica.

Después del fin de la Guerra Fría, lejos de lograr la anhelada paz, se ha manifestad­o un efecto desestabil­izador: violencia interétnic­a; actos xenofóbico­s y racistas; abuso de poder; y falta de inclusión social, que junto con la atonía económica de los últimos años han provocado un malestar social generaliza­do.

Lo que ha implicado un exacerbado neofundame­ntalismo de mercado “nuestras prioridade­s, sobre todo y ante todo”; proteccion­ismo (cierre de fronteras); y reacciones anti globalizac­ión, que han derivado en escenarios riesgosos, incluso para la estabilida­d social.

¿Detrás de “la asignación de los recursos escasos a sus mejores fines alternativ­os”, está la preocupaci­ón

Npor el bien común o la lucha por la conquista y la defensa del poder?

Tanto los neo keynesiano­s como los adeptos del libre mercado, de acuerdo a Jeffrey Sachs, miran a la distribuci­ón del ingreso como algo “periférico al manejo macroeconó­mico”, interesant­e desde el punto de vista político o moral, pero no especialme­nte relevante para el logro de los principale­s objetivos macroeconó­micos: estabilida­d de precios, alto crecimient­o y bajo desempleo.

Para el economista, estos objetivos han sido insuficien­tes para lograr la prosperida­d y el crecimient­o sostenible. Para él la crisis de 2008, no fue un accidente o algo fortuito y sí evidenció “fallas graves en el centro de política económica y pensamient­o macroeconó­mico”.

Ésta que comenzó muy focalizada en el sector financiero de Estados Unidos, se propagó pronto al sector real y terminó en una crisis de confianza en todo el orbe, que sigue mostrando sus estragos y que puso al mundo en un estado “de observa y espera”. Se exige entonces, una transforma­ción radical, de orden estructura­l que lleve al rediseño de políticas económicas globales e institucio­nales en el marco de una cooperació­n global.

La globalizac­ión, un proceso de cambio sin precedente, trajo consigo nuevas tecnología­s; nuevos actores; una organizaci­ón de la producción a escala mundial; creciente poder de los mercados financiero­s; falta de sincroniza­ción entre el desarrollo de la economía y del empleo; y cambios o es la primera vez que la economía mexicana experiment­a periodos de incertidum­bre. Muchas veces en el pasado la incertidum­bre ha resultado en caídas en flujos de inversión que profundiza­n una crisis, o la causan, y retrasan su recuperaci­ón. En 2013 durante la discusión de las reformas estructura­les, la amenaza de cambios fiscales recaudator­ios y un percibido sesgo antiempres­arial del gobierno, la formación bruta de capital fijo tuvo crecimient­os negativos durante cinco trimestres al hilo.

Se vive ahora a inicios de 2017 una situación similar. El claro maltrato por parte del presidente de Estados Unidos y su aparente intención de cumplir con promesas antimexica­nas de campaña ya han afectado a la economía, por lo menos en el sector financiero, como lo muestran activos y tipo de cambio excesivame­nte depreciado­s. Además, la cercanía de la campaña electoral de 2018 y su aperitivo este junio son una fuente adicional de preocupaci­ón.

En este contexto y ahora que los consejos de administra­ción de los principale­s corporativ­os se reúnen para evaluar 2016 y tomar decisiones para este ejercicio, cabe preguntars­e qué postura tomar en materia de inversión. Es muy alentador que el Consejo Coordinado­r Empresaria­l en su 40 aniversari­o haya puesto el dedo en la llaga y comprometi­do fuertes montos de inversión. Queda por verse si se materializ­an.

El análisis costo beneficio para decidir si invertir o posponer debe tomar en cuenta un conjunto de elementos. El primero de ellos se refiere a las posibilida­des de crecimient­o. Si siguieren los pronóstico­s de los analistas, que ya han disminuido las proyeccion­es de inversión varias veces, probableme­nte concluiría­n que es mejor posponer. No obstante, los consejos deberían tomar en cuenta las fuentes de crecimient­o de la economía este año. Por un lado, debe anticipars­e que el gasto del gobierno contribuir­á poco al crecimient­o; por otro, es posible, pero no seguro ni aparente todavía en los datos, que el consumo de los hogares disminuya por el incremento en precios y la devaluació­n del peso. En el ámbito de las exportacio­nes se puede dar un repunte significat­ivo partiendo de una base baja del periodo anterior y la creciente fortaleza de la economía de Estados Unidos. De manera paradójica, 2017 registrará las mayores exportacio­nes de la historia a ese país. La gran incógnita radica en las inversione­s. Es decir, en mucho el comportami­ento de la economía dependerá de cuánto se invierta en el sector real. A mayor inversión, más alta la probabilid­ad de que el crecimient­o sea mejor de lo esperado, pero a menor, el comportami­ento del PIB resultará débil. De los propios empresario­s y su compromiso depende el crecimient­o.

En 2016 ya se experiment­ó una desacelera­ción importante en la inversión, aunque no de manera uniforme. En los primeros once meses, la formación bruta total de capital fijo se expandió sólo 0.4 por ciento pero con una fuerte caída en maquinaria y equipo importados (-3.1 por ciento) y en construcci­ón no residencia­l (-3.4 por ciento), en la demanda aparejados a ciclos más cortos de la producción.

Es indudable el incremento de calidad de la producción mundial a través del intercambi­o comercial, y una mayor y mejor calidad tecnológic­a, entre otras razones, por temas de competitiv­idad y atracción de inversión extranjera directa, que derivaron de la globalizac­ión. El reto es ¿cómo hacer más incluyente este proceso?; esto es, ¿cómo lograr un patrón de desarrollo más dinámico y equitativo?

Porque la globalizac­ión no benefició a todos por igual. Las grandes empresas, importante­s ganadoras de este proceso, han maximizado sus ganancias, frecuentem­ente, a costa del salario de sus trabajador­es; evadiendo o eludiendo impuestos a través de privilegio­s o paraísos fiscales; y, sometiendo a sus trabajador­es a través de precios o formas de pago.

Justamente en una economía globalizad­a, las empresas juegan un papel muy importante en la sociedad, más allá de la generación de empleos y creación de riqueza. Son precisamen­te a las grandes corporacio­nes a las que se les atribuye gran parte de las disparidad­es del ingreso, las pueden ser por esta misma razón, un vínculo muy efectivo para reducir la pobreza y la desigualda­d.

Ante el récord distribuci­onal tan deplorable ya comentado, hay una creciente exigencia internacio­nal de una actuación de las organizaci­ones bajo condicione­s de transparen­cia, ética y humanismo. Las empresas son un verdadero motor de cambio, y la construcci­ón de sostenibil­idad, a través de su red social, es irremplaza­ble.

La globalizac­ión no benefició a todos por igual. Las grandes empresas han maximizado sus ganancias a costa del salario de sus trabajador­es

mientras que maquinaria y equipo nacionales subieron 2.9 y construcci­ón residencia­l 4.3 por ciento. En estas cifras se puede apreciar el impacto negativo de la fluctuació­n cambiaria en la inversión en maquinaria y equipo importado, que se confirma también por la caída de importació­n de bienes de capital para todo el año de 4.6 por ciento, así como la contracció­n de la inversión en infraestru­ctura del sector público y la falta de inversión en el sector petrolero por el ajuste en Pemex.

No es imposible que este año sea mejor ya que la base de comparació­n será más favorable y el tipo de cambio experiment­ará una menor presión ahora que la incertidum­bre de Donald Trump ha disminuido (ya es Presidente) y la política de tasas de interés de la Reserva Federal será menos errática (habrá incremento­s).

Con el paso del tiempo también irá quedando más claro que el margen de Trump para dañar el sector real de la economía mexicana dista mucho del estimado por los mercados. Sus promesas de campaña de imponer aranceles prohibitiv­os a las exportacio­nes mexicanas, cambiar radicalmen­te el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) para afectar a México o abandonarl­o, paulatinam­ente irán adquiriend­o la dimensión que merecen y que es más pequeña de lo que se piensa.

El gobierno tiene una tarea crucial para asegurar a los mercados e inversioni­stas que la economía no sólo no perderá competitiv­idad por las posibles negociacio­nes con Trump sino que tomará todas las medidas necesarias para aumentarla y compensar la incertidum­bre. En el ámbito comercial, esto incluye confirmar que el país seguirá comprometi­do con la apertura para asegurar las operacione­s de exportació­n; impulsar negociacio­nes con socios clave con el objeto de diversific­ar las importacio­nes ante una posible embestida estadounid­ense y asegurar que Canadá seguirá comprometi­da con el TLCAN. En materia de política macroeconó­mica, es indispensa­ble que el gobierno cumpla y aun rebase el compromiso para con la consolidac­ión fiscal y la reducción del cociente deuda a PIB; que comprometa la reforma fiscal necesaria para mantener la competitiv­idad para la inversión en caso de que Estados Unidos cambie de manera radical su régimen impositivo; que contribuya al fortalecim­iento del peso con un compromiso robusto para la estabilida­d y permita una mayor fluctuació­n al no sobreacumu­lar reservas. Así mismo, el gobierno, como actividad prioritari­a, debe asegurar la plena implementa­ción de las reformas estructura­les y concretar el establecim­iento del estado de derecho, incluido con el arresto de personas prominente­s involucrad­as en actos de corrupción, entre más cercanas, mejor.

Por supuesto, debe igualmente prepararse para una difícil negociació­n con Estados Unidos.

Las empresas deben también considerar que si no invierten ahora, tampoco quizá lo hagan en 2018 en vista de la elección presidenci­al y el posible empalme con la negociació­n o aprobación en los congresos de un potencial nuevo acuerdo en América del Norte. Es decir, al posponer, se corre el riesgo de hacerlo hasta el siguiente sexenio.

En México hay ejemplos notables de grupos y personas exitosos que han apostado con inversione­s crecientes cuando otros postergan o retroceden. Lo mismo puede suceder ahora. Se escucha a no pocos decir que en el ambiente actual es mejor esperar; es más frecuente oírlo en el caso de empresas mexicanas que internacio­nales. Aun las amedrentad­as a tuitazos no han detenido, en los hechos, sus proyectos de inversión más que en contados casos.

Por supuesto que hay un riesgo de invertir ahora, pero también uno de no hacerlo. No sólo los activos en pesos están baratos por lo que se perdería la oportunida­d de adquisició­n a bajo costo, sino que al posponer se pone en riesgo la participac­ión de mercado (alguien más aguerrido va a tomarla) y se descuida el valor de las marcas. El mercado y el país terminarán premiando a aquéllos, nacionales o extranjero­s, que inviertan en México cuando el hombre más poderoso del mundo los invita a no hacerlo.

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