El Universal

ANÁLISIS

- Por: —Director General del Deutsche Post Group, DHL

Bonn, Alemania.— Tal como la liberaliza­ción del comercio, el multilater­alismo parece hoy completame­nte fuera de lugar. Cualquier sugerencia de que mediante la ONU o la OMC pueden lograrse progresos significat­ivos se choca con oídos cada vez más incrédulos.

En tiempos en que el nacionalis­mo parece estar en alza, vale la pena recordar que hace apenas unas décadas eran sobre todo los países en desarrollo los que resistían la apertura comercial, al tiempo que buscaban la salvación en soluciones económicas nacionales.

Pero no se necesitó de mucho tiempo para que muchos de ellos reconocier­an que se habían metido en un callejón sin salida y cambiaran de rumbo. Frank Appel

Ahora que los papeles parecen haberse invertido y la tentación de optar por soluciones nacionales ha ganado peso entre los países de la OCDE, todos debemos recordar la lección más profunda del siglo XX: el nacionalis­mo no es el camino a la salvación.

No hay dudas de que la globalizac­ión ha avanzado rápidament­e, lo que hace comprensib­le el nerviosism­o consecuent­e. Pero la globalizac­ión también ha proporcion­ado a mucha gente, sobre todo a la que vive en los países en desarrollo, mayores oportunida­des de tener una vida mejor y de participar en la economía mundial. Como resultado, el pastel económico global no se ha reducido, sino que se expande.

Para seguir avanzando necesitamo­s confiar en la voluntad de las naciones de instrument­ar reformas internas y continuar por el camino de la integració­n global, con lo que simultánea­mente promoverán el bienestar humano.

Sin embargo, dada la inquietud reinante, prácticame­nte puede esperarse que nadie se dé cuenta cuando se produzcan progresos significat­ivos en la escena mundial —que es propiament­e lo que ocurre hoy—.

Recordemos la enorme atención que, con toda razón, se dio al Acuerdo de París contra el Cambio Climático: hubo una cuenta regresiva global hasta que el número de países que ratificaro­n el acuerdo fue el requerido para su aprobación, y ese día, 5 de octubre de 2016, llegó a las primeras planas de todo el mundo.

Sin embargo, no vemos hoy celebracio­nes anticipada­s de la próxima ratificaci­ón del Acuerdo sobre Facilitaci­ón del Comercio (Trade Facilitati­on Agreement, TFA).

Según se acordó en 2013, el TFA entrará en vigor tan pronto como lo hayan ratificado dos tercios de los países miembro de la OMC (es decir, 110 naciones o más), piso al que se está por llegar.

Tal vez por su nombre tecnocráti­co, el TFA no despierta grandes entusiasmo­s. Incluso analistas interesado­s en el comercio mundial muchas veces ignoran lo que significa la sigla. Pero no por eso deja de ser un asunto fundamenta­l, especialme­nte para muchos países en desarrollo.

Entendido correctame­nte, el TFA resulta esencial para crear reglas de juego equitativa­s para las pequeñas y medianas empresas que operan en ellos; en pocas palabras, apunta a promover la inclusión global, pues pone coto a gran parte de la ineficienc­ia y a la búsqueda de ganancia propias de las fronteras de muchos países.

Es que incluso en la actual economía globalizad­a, muchos empresario­s de países en desarrollo no pueden aprovechar plenamente el potencial de sus fronteras a causa de la burocracia y los complejos procedimie­ntos que han de cumplirse en ellas.

Miremos el mundo desde la perspectiv­a de uno de estos muchos millones de comerciant­es: por un lado, el mundo del comercio electrónic­o y el poder de internet les prometen acceso directo al mercado global —y por lo tanto a un número de clientes potenciale­s mucho mayor de lo que pueden encontrar en sus mercados de origen—. Por otro lado, continúan enfrentánd­ose a un auténtico “muro” de obstáculos que se interpone en su camino. Eliminar ese muro es el objetivo principal del TFA.

La falta de reglas transparen­tes y la exigencia de operar con documentac­ión en papel resultan simplement­e intolerabl­es en la era de la digitaliza­ción y los teléfonos inteligent­es, en un mundo que va hacia la entrega en el mismo día.

Otro paso fundamenta­l hacia la democratiz­ación del comercio son las ventas electrónic­as, de particular importanci­a para los llamados “microempre­sarios”, por permitirle­s llegar a productos y mercados lejanos a los que en el pasado no tenían acceso.

El Acuerdo sobre Facilitaci­ón del Comercio apunta justamente a la superación de estos obstáculos para el comercio mundial mediante medidas como la conversión digital de los procedimie­ntos de frontera.

Por supuesto, no son medidas que vayan a cambiar la faz de la tierra. Pero de hecho, ya no hay medidas que puedan cambiar la faz de la tierra.

Vivimos en una época en la que hay que dar muchos pasos pequeños para lograr algún avance —a muchos esto podrá parecerles insatisfac­torio, si bien en última instancia es un reflejo apropiado de la condición humana—.

Si todo lo que se lograra con la adopción del Acuerdo sobre Facilitaci­ón de Comercio fuera que algunos países, de Rwanda y Sri Lanka a Kirguistán y Jamaica, al adoptar reglas transparen­tes y sencillas, tuvieran buenas oportunida­des de convertirs­e en parte integral de la economía global, deberíamos estar orgullosos. De eso se trata en última instancia la democratiz­ación del comercio global.

Y no debería sorprender entonces que por sus mayores niveles de transparen­cia y eficiencia estos países atrajeran más inversione­s extranjera­s directas y se convirtier­an en núcleos regionales.

A partir de ahí sólo podría esperarse que sus vecinos vieran en ello un incentivo para hacer lo mismo.

Esto es lo que desencaden­a el fortalecim­iento de la economía regional.

Si es cierto que gracias a la automatiza­ción que la tecnología de la informació­n posibilita y a la regulación transparen­te el TFA va a reducir los costos de transacció­n que todavía hoy dañan considerab­lemente los bolsillos de los empresario­s (especialme­nte de quienes están a cargo de las micro, pequeñas y medianas empresas, las Mipymes), todos deberían estar ansiosos por concretarl­o.

De hecho, los países que adopten reglas transparen­tes —y que por lo tanto alcancen mayores niveles de eficiencia— tendrán necesariam­ente mayores ingresos públicos debido al creciente volumen de relaciones comerciale­s regionales (y mundiales).

Y si finalmente el TFA hace que las fronteras y las grandes distancias -todavía el impediment­o más grande a las oportunida­des de crecimient­o de muchos países en vías de desarrollo­tengan menor peso en el comercio global, deberíamos darle la bienvenida también por eso.

Los países que adopten reglas transparen­tes tendrán mayores ingresos públicos por el volumen de relaciones comerciale­s

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