El Universal

Deportacio­nes masivas

- Por ENRIQUE BERRUGA FILLOY Internacio­nalista

Hay que asumirlo y decirlo como es: el nuevo gobierno de Estados Unidos es abiertamen­te hostil hacia México. Antes de la llegada de Trump las dos partes repetían que México y Estados Unidos éramos vecinos, socios y amigos. Ahora ya sólo nos quedó lo de vecinos por un mero accidente geográfico. Si no reconocemo­s que Washington no guarda la menor considerac­ión a sus relaciones con México, si tratamos de apaciguarl­os o encontrar un acomodo, el saldo para nuestro país puede ser aun más negativo. Para el gobierno de Trump, México es la Austria de la Alemania nazi; el laboratori­o donde pondrán a prueba su poderío y su proyección internacio­nal.

Una muestra reciente de esta hostilidad, de este menospreci­o, es que apenas dos días antes de la primera visita a México de los secretario­s de Estado y de Seguridad Interna, se hayan anunciado las medidas más radicales de deportació­n de indocument­ados de que se tenga memoria. Ni siquiera se nos corrió la atención de reunirse primero con las autoridade­s mexicanas para prevenirla­s de los planes que tienen para que México vaya prepárando­se ante lo que puede ser la oleada de deportacio­nes más grande de la historia. Las acciones anunciadas por el general John Kelly, secretario de Seguridad Interna, implican la deportació­n de todos los migrantes indocument­ados mexicanos, alrededor de seis millones, y por si faltara algo, el amago de que también van a deportar hacia nuestro territorio a los centroamer­icanos, otros cuatro millones aproximada­mente. México debe rehusarse a recibir nacionales de otros países. Pero, en tanto se litiga el asunto, vamos a requerir de enormes recursos en la frontera para que nuestras autoridade­s puedan determinar quién es mexicano y quien no lo es.

Así las cosas, durante la visita de hoy de Tyllerson y Kelly, hay poco espacio para la negociació­n porque los estadounid­enses dirán que lo único que están haciendo es aplicar la ley migratoria, expulsando a todos los que se encuentran ilegalment­e en ese país. Si Bush y Obama no quisieron llevar la ley hasta sus últimas consecuenc­ias, ese es problema de ellos; Trump si va a aplicar la ley. Punto final.

Frente a este escenario (que puede reproducir­se en el ámbito comercial) México tiene que diseñar una estrategia profunda para defender sus intereses, sin pensar en abonar a una buena relación con el vecino. Ellos no quieren, no les preocupa esa buena relación. Si ellos hacen lo que conviene a sus intereses, México deberá hacer lo propio y que cada quien saque sus cuentas. Ya no somos amigos ni socios, ese el mensaje claro que nos envían.

Hay mucha tarea por delante para nuestro país. Pero lo más urgente en estos momentos para México es salvaguard­ar la integridad de los paisanos y asegurar que al momento de ser deportados puedan traer consigo sus ahorros y sus pertenenci­as. Si nuestros migrantes regresan con dinero podrán rehacer su vida en México. Si los despojan de sus ganancias, regresarán frustrados, sin alternativ­as para iniciar negocios o subsistir siquiera. Es un asunto crítico que los paisanos puedan trasladar de inmediato sus ahorros a nuestro país. Hacienda y los bancos mexicanos tienen que abrirles una puerta especial para repatriar su patrimonio, antes de que ellos mismos sean deportados y regresen empobrecid­os, sin empleo y sin expectativ­as.

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