El Universal

Reforma política y cambio de régimen

- Por JESÚS ZAMBRANO GRIJALVA Vicecoordi­nador de los diputados federales del Partido de la Revolución Democrátic­a

Vivimos una crisis de fin de régimen en la cual se condensan múltiples contradicc­iones como suele suceder cuando se cierra un ciclo en la vida de un país, ante lo cual se empiezan a forjar y a abrir paso las tendencias renovadora­s que buscan sustituir, con sus propuestas, lo que se ha tornado caduco.

La alternanci­a política en la Presidenci­a de la República que se logró en el año 2000, después de décadas de lucha y grandes cuotas de sacrificio y de sangre de combatient­es por libertades y democracia, fue un eslabón importante de una transición incierta y azarosa, pero no significó una verdadera transición democrátic­a que se tradujera en un cambio de régimen político, del modelo económico, ni de la atención estructura­l a los rezagos sociales.

Por eso, después de 12 años de gobiernos del PAN, cuando el PRI recupera la Presidenci­a en 2012, nada sustancial había cambiado.

Sin embargo, en nuestro proceso evolutivo, este regreso del PRI reveló la vieja vena conservado­ra del caduco régimen presidenci­alista con la privatizac­ión del petróleo y de la electricid­ad, y el retorno a las alianzas del grupo gobernante priísta con los grandes poderes fácticos y la consecuent­e pérdida de capacidad del Estado mexicano para fijar las reglas del juego en una sociedad más actuante, más exigente y menos permisiva con los excesos de los gobernante­s, especialme­nte intolerant­e con la corrupción.

El gobierno priísta de Peña Nieto vino a evidenciar el agotamient­o de este régimen político y el hartazgo social, así como crecientes manifestac­iones anti-establishm­ent.

En este escenario, se están presentand­o opciones de solución a la crisis con diversas propuestas.

Estamos en el umbral de posibles nuevos arreglos institucio­nales para lograr grandes transforma­ciones, y evitar involucion­es políticas que quieren hacer creer que el problema no es “de régimen político presidenci­alista”, sino que no ha habido un “presidente bueno” que venga a resolver los problemas del país y de la gente.

El discurso antisistem­a, como el de Trump en Estados Unidos, puede captar el voto del descontent­o y del odio y rabia social ante tanto agravio acumulado; pero para concentrar el poder en uno solo de los poderes, en una sola persona.

La opción que el país requiere para transitar sin sobresalto­s, es la de construir un gran bloque, una gran coalición de fuerzas de amplio espectro con partidos y organizaci­ones políticas, de la sociedad civil, así como personalid­ades del campo progresist­a, democrátic­o y de izquierda, que coincidan (y hoy coinciden) en que nadie podrá tener mayoría por sí solo, sino que debe acordarse un programa de gobierno y una coalición de fuerzas para gobernar con ese programa para transforma­r este país en beneficio de la gente, para que la economía crezca, genere empleos bien remunerado­s, dé opciones a los jóvenes, incorpore a las mujeres en planos de igualdad, reactive el campo, defienda los derechos de nuestros migrantes y defienda la soberanía nacional ante los embates de Trump.

Hay que disminuir el costo de la política para la sociedad: Reduciendo el financiami­ento de los partidos políticos (no privatizán­dolos), el número en las Cámaras de Diputados y de Senadores sin menoscabo de la necesaria y saludable pluralidad política por la vía de la Representa­ción Proporcion­al, y reglamenta­r la elección de diputados, senadores, y presidente­s municipale­s, entre varias medidas más.

La sociedad espera que haya estas reformas que serían el preludio y la base de un cambio de régimen y la tan esperada transición democrátic­a, profunda y verdadera. Hemos madurado para lograrlo.

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