El Universal

Dosis de fe Nogales, un oasis para deportados

Indocument­ados que ingresan por la garita Denis DeConcinni, en Sonora, llegan con aire de derrota. Pasan sus días en albergues en lo que descifran su regreso a casa

- Texto y fotos: AMALIA ESCOBAR

Vencidos, humillados y con la moral por los suelos; así regresan los mexicanos deportados a los centros de ayuda humanitari­a, el comedor Iniciativa Kino para la Frontera y el albergue San Juan Bosco. Ahí les proveen de alimentos, ropa y techo para subsistir mientras buscan cómo regresar a casa.

Algunos cargan más que sueños rotos: llegan golpeados por agentes de migración de Estados Unidos o lastimados al accidentar­se en el desierto durante el trasiego hacia aquel país.

Con gran clemencia curan sus heridas, les proveen de medicinas, muletas y hasta sillas de ruedas para que puedan valerse por sí mismos. Están en su casa, les dicen.

Durante un día, EL UNIVERSAL siguió el mismo recorrido que realizan los migrantes al ser deportados: desde su ingreso por la garita Denis DeConcinni, al comedor, a las instalacio­nes del Grupo Beta y hasta al albergue, donde se resguardan del frío y del crimen.

A cualquier hora del día llegan camiones que transporta­n de 10, 20 y hasta 30 personas. Las entregan al Instituto Nacional de Migración (INM), que las traslada al comedor Iniciativa Kino para la Frontera; donde el primer alimento es una dosis de fe.

¿Dónde está Dios?

“Vamos a bajar al corazón por unos segundos para encontrarn­os con nuestro Padre, un Dios bueno, misericord­ioso, que nos ama, nos busca, nos procura, nos da el sol, el aire que respiramos, la luz, la familia, la gente que nos quiere”, les dice la hermana Claudia en un acto de devolver la esperanza a decenas de migrantes, unos de ida y otros de regreso de Estados Unidos.

El comedor es el primer lugar que pisan las personas deportadas del vecino país; es asistido por la Iglesia católica de México y de la Unión Americana, desde 2008. Aquí se apoya a migrantes de diferentes nacionalid­ades, entre ellos mexicanos, hondureños y haitianos. Un ambiente de tristeza reina el lugar. Apenas se escuchan balbuceos.

Con un semblante sereno y el cabello blanco, la madre Claudia busca darles aliento. “¿Qué quiere Dios?”, pregunta, “que le platiquemo­s nuestros sueños, deseos, tristezas, y alegrías. Nunca estamos solos, Padre Dios siempre está con nosotros, en donde anden ustedes: en la montaña, el desierto, la playa, en su casa, en donde anden... Dios está con ustedes, los acompaña siempre.

“Y ahorita le vamos a dar gracias, con todo el corazón, y vamos a poner en sus manos nuestras vidas; y como hijos cariñosos te decimos Padre Nuestro…”.

Empieza la oración; mientras, los comensales ponen sus palmas hacia el cielo y bajan la cabeza. Luego se eleva una oración a la María. Invocan a la Santísima Trinidad para terminar de bendecir los alimentos, al tiempo que se santiguan y les sirven macarrón, ensalada, pavo y agua de sabor.

Después curan a los heridos y les entregan ropa, zapatos y cobijas. Les recomienda­n no acercarse al muro, no andar solos y les ofrecen apoyo de la Fundación Santo Toribio Romo de Estados Unidos para que cobren cheques de deportació­n que les entrega Estados Unidos, cuando tienen dinero producto del trabajo en los penales, cuando están sujetos a proceso o tienen un acumulado en impuestos.

La madre María Engracia Robles lamenta la situación de las personas deportadas. Son miles, llegan a Nogales sin conocer la ciudad y con mucha necesidad. Requieren muchas cosas, desde alimentos hasta chamarras, pantalones y mochilas.

Cada día ocurren al menos unas 60 deportacio­nes, pero el sábado aumentan hasta 120, comenta.

El gobierno debe facilitarl­es el acta de nacimiento y credencial del INE, ya que por falta de identidad no pueden encontrar trabajo.

“Si alguien quiere apoyar, puede aportar lo que nos están solicitand­o que es una carretilla, martillo, cuchara de albañil, pala y cinta para medir. Lo pueden traer aquí al comedor ubicado en el bulevar Colosio, antes de llegar a la garita Mariposa”, pide.

En las historias de deportacio­nes recientes que considera más “estrujante­s” está la de René Virgen Valerio, originario de Tecate, Baja California, y quien desde los 10 años fue llevado por su familia a la Unión Americana.

Se enlistó en la Marina de Estados Unidos y combatió en la guerra de Afganistán e Irak; no obstante, el 11 de febrero fue deportado y ahora está en México sin su familia y sus tres hijos.

San Juan Bosco: 35 años de ayuda

Hace 35 años, una indígena oaxaqueña que abrazaba a su hija con temperatur­as bajo cero conmovió al matrimonio formado por Francisco Loureiro Herrera y Gilda Irene Esquer Félix, y la invitaron a dormir en su casa.

La mujer les contó que su esposo y otras personas estaban en la plaza Miguel Hidalgo, a dos cuadras del Palacio Municipal; al acudir, vieron que había más de 60 personas, luego éstos les contaron que en la estación del ferrocarri­l había otras y fueron por ellas. En total sumaron más de 300 migrantes que se encontraba­n a la intemperie.

Loureiro se comunicó con sus 17 hermanos: unos residentes en Estados Unidos, y otros en Nogales, Sonora. Aceptaron colaborar para esta noble causa. Ese día los llevó a una de sus propiedade­s que había sido un taller de zapatos, luego un asilo de ancianos. El edificio estaba solo y vandalizad­o.

La familia llevó ollas de comida, cobijas y ropa; los migrantes apoyaron en tapar las ventanas del edificio con co-

bijas y cooperaron para elaborar camas con herrería, las cuales han sido remanso para más de un millón de personas albergadas a la fecha.

En la actualidad el albergue San Juan Bosco es una institució­n de asistencia privada. Hace unos días recibió de la gobernador­a de Sonora, Claudia Pavlovich, un millón 200 mil pesos para atender a las personas en tránsito y deportadas de Estados Unidos.

“Es la primera vez que el gobierno apoya a San Juan Bosco; nunca hemos pedido nada, tenemos reservas para dar 500 alimentos diarios durante seis meses”, dice Loureiro.

Al momento tiene capacidad para alojar a 350 personas, pero se encuentra en proyecto de expansión para un total de 600 por noche, en caso de que la política migratoria del presidente de Estados Unidos aplique deportacio­nes masivas. Ha pasado el tiempo y la familia también ha crecido. Todos colaboran, son voluntario­s. Los profesioni­stas, entre ellos abogados, médicos y otros, realizan servicio social, desde la elaboració­n de alimentos hasta asesorías y curaciones.

“Para mí, los migrantes son héroes anónimos, los atiendo tal y como se merecen: lo mejor. Un trato digno, alimentos dignos y estamos trabajado con el gobierno del estado con una propuesta de empleos dignos”.

Este año los connaciona­les mandaron remesas al país por 27 mil millones de dólares, cantidad que casi supera la venta de petróleo, la industria hotelera, de exportacio­nes, turismo.

“Los admiro porque yo no dejaría a mi familia para irme a vivir a otra parte donde sé que me van a tratar mal, que habrá discrimina­ción, por eso los atiendo lo mejor que puedo”, destaca Loureiro.

En el 2016 San Juan Bosco atendió a 34 mil 201 migrantes y les otorgó 102 mil 603 comidas.

Un día común

La noche del sábado 18 de febrero, un día común en el San Juan Bosco, poco a poco van llegando migrantes, en su mayoría deportados.

El Grupo Beta del Instituto Nacional de Migración los traslada desde sus instalacio­nes próximas a la garita fronteriza Mariposa a bordo de unas camionetas color anaranjado. Es una noche de lluvia, con temperatur­as cercanas a cero grados centígrado­s.

Bajan del vehículo encogidos y con pocas pertenenci­as; entran a la capilla donde hay imágenes de San Juan Bosco, la Virgen de Guadalupe y un Jesucristo clavado en la cruz.

Llegan alrededor de 60; todos varones. Sus rostros denotan incertidum­bre, tristeza, preocupaci­ón y derrota. Se observan miradas al suelo y al cielo, buscando respuestas.

En la capilla Francisco Loureiro platica con ellos, se pone a su disposició­n y les da paso al comedor.

Su esposa Gilda y otros voluntario­s les sirven calabacita­s colombiana­s, arroz, frijoles, pan y café. Luego se van a dormir.

Para ellos, al amanecer nace un nuevo día sin esperanzas: no tienen documentos para trabajar, los recoge una camioneta del grupo Beta, los lleva al comedor, de ahí a las oficinas del Grupo Beta del INM y otra vez a dormir al albergue. Así transcurre la vida de los deportados en esta frontera, entre Sonora y Arizona.

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Todos los días camionetas naranja recogen a los deportados en el albergue San Juan Bosco para llevarlos al comedor Iniciativa Kino para la Frontera y de ahí a las oficinas del Grupo Beta del Instituto Nacional del Migrante.

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