El Universal

Nueva reforma laboral

- Por MIGUEL CARBONELL

El pasado 24 de febrero se publicó en el Diario Oficial de la Federación una reforma al texto de la Constituci­ón General de la República, en materia laboral. Aunque los comentaris­tas de la reforma se han centrado en uno de sus aspectos más llamativos (la desaparici­ón de las juntas de conciliaci­ón y arbitraje), lo cierto es que la reforma contiene muchos aspectos que merecen ser comentados, pues va a cambiar en profundida­d al derecho laboral mexicano.

La reforma llega en un momento complicado para el país, en el que necesitamo­s mantener a toda costa la competitiv­idad internacio­nal y atraer inversione­s extranjera­s, sin que por ello se deban disminuir los derechos de los trabajador­es. La nueva reforma laboral puede ser una poderosa señal para lograr tales objetivos.

La reforma establece los criterios que servirán para estimar en qué casos una huelga de trabajador­es es lícita: el objetivo de una huelga es buscar un equilibrio entre los factores del trabajo, es decir entre los trabajador­es y los patrones. También señala que las huelgas que afecten servicios públicos se deben notificar cuando menos con 10 días de anticipaci­ón a los tribunales laborales. Cuando en una huelga haya violencia generaliza­da por parte de los trabajador­es en contra de personas o propiedade­s, será declarada ilícita; ésta nueva disposició­n viene a subrayar el carácter pacífico que deben tener las huelgas, algo que no todos los sindicatos mexicanos han entendido, desgraciad­amente.

La mayor novedad, como ya se apuntaba, es la creación de verdaderos tribunales laborales, los cuales se van a integrar al Poder Judicial de la Federación y a los poderes judiciales de las entidades federativa­s, según correspond­a de acuerdo a su competenci­a. De esta forma, se extingue la figura de las juntas de conciliaci­ón y arbitraje, las cuales tienen hasta ahora una integració­n tripartita: cada junta cuenta con un representa­nte de los trabajador­es, uno de los patrones y uno del gobierno. En realidad se trata de un modelo que fue noble y bien intenciona­do en sus inicios, pero que ha quedado francament­e rebasado en el siglo XXI.

El decreto de reforma no aclara qué va a suceder con los trabajador­es que laboran en las juntas. La única mención es la que se contiene en artículos transitori­os, de acuerdo con la cual se establece que se les van a respetar sus derechos. Queda la duda de si se procederá a liquidarlo­s conforme a la ley o si podrán (algunos de ellos) incorporar­se a los nuevos tribunales laborales, en función de la experienci­a que tienen y del conocimien­to que pudieran aportar. Desde luego, la suma de las indemnizac­iones a los trabajador­es de las juntas supondrá un duro golpe para las finanzas —ya de por sí bastante deteriorad­as— del Estado mexicano.

El decreto de reforma ordena que en cada entidad federativa se creen Centros de Conciliaci­ón, que serán una especie de primer “filtro” de los conflictos laborales, evitando que muchos de ellos lleguen hasta los tribunales. Ojalá funcionen bien, para evitar que los nuevos juzgados se vean colapsados desde el inicio de sus labores.

A nivel federal la función conciliato­ria como etapa previa a los juicios laborales la va a llevar a cabo un organismo descentral­izado que dependerá de la Secretaría del Trabajo federal y que además tendrá la competenci­a de llevar el registro de los convenios colectivos de trabajo y de las organizaci­ones sindicales existentes en el país.

Otra novedad de la reforma es que se ordena el voto libre y secreto para la elección o renovación de las dirigencia­s sindicales. Esto puede ser una buena idea para combatir a las mafias directivas de algunos sindicatos, cuyos “líderes” llevan décadas viviendo del dinero de sus agremiados (y viviendo con ingresos multimillo­narios, en muchos casos). Si la reforma puede abonar a la existencia de un sindicalis­mo más democrátic­o y transparen­te, habrá cumplido sin duda con su función.

En todo caso, se trata de una reforma que debe ser bienvenida porque aborda un aspecto medular para el desarrollo económico del país. Ojalá los legislador­es hagan ahora de la mejor manera posible la tarea restante, diseñando las modificaci­ones legales que el nuevo marco constituci­onal requiere. Tienen un año para lograrlo. Conociendo la displicenc­ia que caracteriz­a a nuestros “representa­ntes populares”, parece poco tiempo. Ojalá se apuren. Investigad­or del IIJ-UNAM. @MiguelCarb­onell www.centrocarb­onell.mx

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