El Universal

Patria, guerra y economía

- Por LUIS HERRERA-LASSO Especialis­ta en temas de seguridad y política exterior. lherrera@coppan.com

Hace unos días, entre copiosos aplausos republican­os, Donald Trump anunció su intención de aumentar en 9% el presupuest­o militar: 51 mil millones de dólares adicionale­s. “Ya es momento de que Estados Unidos comience de nuevo a ganar guerras”, anunció. Añadió que no sólo es necesario aumentar el complejo militar —incluyendo el arsenal nuclear— sino que esto servirá para reactivar la economía y proporcion­ar empleo a los trabajador­es estadounid­enses, “víctimas de acuerdos comerciale­s claramente desventajo­sos”. Patria, guerra y economía, la ecuación perfecta.

El exacerbado nacionalis­mo del presidente Trump, cargado de ideología belicista, parece ignorar que fueron precisamen­te las guerras de la primera década del milenio las que dejaron al gobierno estadounid­ense con un déficit fiscal de 600 mil millones de dólares. Claro, está en lo correcto al decir que quienes más se benefician de la guerra son los contratist­as militares, aunque parece ignorar que las guerras hoy en día no se pelean con grandes ejércitos y portavione­s, sino que se juegan en el ciberespac­io, en el mundo de la inteligenc­ia y con tiros de precisión. Enfrentar la amenaza del terrorismo islámico con esquemas de guerra convencion­al, como se hizo en Irak y Afganistán, puso en evidencia el desfase estratégic­o estadounid­ense.

La configurac­ión identitari­a nacionalis­ta es más un acto de fe que de razón, escribe Johanna Lozoya. En esta lógica, los aires de grandeza de Trump se convierten en himno nacional, pues como bien dice Johanna, el aspecto público del nacionalis­mo es una cara de la identidad privada. Es fácil aspirar y hasta pretender ser el más grande, exitoso y poderoso. Mucho más difícil es lograrlo.

No cabe duda que Trump se ha convertido en una prueba mayúscula para la democracia estadounid­ense

La distancia entre lo deseable y lo posible, en este caso, se vuelve infinita.

Dicen los psiquiatra­s que el narcisismo provoca en el sujeto un distanciam­iento paulatino de la realidad. Bernard Brodie, el principal teórico de la guerra en la era nuclear, señala en la introducci­ón de su libro Strategy in the Missile Age que para mantener el balance nuclear es condición sine qua non que los tomadores de decisiones actúen en forma racional. Racional significa armonizar lo deseable con lo posible después de medir el costo-beneficio de cada decisión.

La mayor parte de las iniciativa­s del ahora presidente poco o nada tienen que ver con lo racional. Reducir impuestos y desregular la economía al tiempo que emprender nuevas guerras, resulta incompatib­le. Expulsar a doce millones de indocument­ados —lo que por cierto llevaría varias décadas—, generaría serios problemas a la economía y la sociedad estadounid­ense. Colocar un muro en la frontera con México sin cerrar las fronteras aéreas, marítimas, terrestres y cibernétic­as, de poco servirá para sellar las fronteras de Estados Unidos. Los terrorista­s islámicos han entrado por los aeropuerto­s de EU o por Canadá, ninguno ha ingresado por México. Incrementa­r el arsenal nuclear en el siglo XXI carece por completo de sustento político y militar.

El narcisista no resiste nada ni a nadie que contraveng­a su invención del mundo. De ahí las fricciones de Donald Trump con la prensa estadounid­ense, a quienes llamó enemigos del pueblo, un reflejo del narcicismo político propio de regímenes autoritari­os. Ya anunció que no asistirá a la tradiciona­l cena de correspons­ales de la Casa Blanca.

No cabe duda que Trump se ha convertido en una prueba mayúscula para la democracia estadounid­ense. Hechos inéditos como la comunicaci­ón pública de 150 altos mandos del ejército en contra de su política militarist­a dan muestra de la irracional­idad política del actual presidente. La era Trump no presagia nada bueno, ni para los estadounid­enses, ni para el resto del mundo.

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